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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro: Flow: The Psychology of Optimal Experience
Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.
ISBN: 9788472453722
Editorial: DEBOLSILLO
¿Cuándo se sienten felices las personas? La felicidad no es algo que simplemente sucede.
En este libro, el autor nos explica cómo las personas que saben controlar su experiencia interna son capaces de determinar la calidad de sus vidas. Según Mihaly, eso es lo más cerca que podemos estar de ser felices.
Todos hemos vivido momentos en los que sentimos haber tenido el control de nuestras acciones, ser los dueños de nuestro propio destino. En las raras ocasiones en que esto sucede, sentimos una profunda alegría anhelada durante largo tiempo y suponemos que así es cómo debería ser la vida. Esto es lo que el autor llama “experiencia óptima”.
Contrariamente a lo que creemos normalmente, los momentos como estos, los mejores de nuestra vida, no son pasivos, receptivos o relajados.
Los mejores momentos suelen suceder cuando el cuerpo o la mente de una persona han llegado hasta su límite en un esfuerzo voluntario para conseguir algo difícil y que vale la pena. Una experiencia óptima es algo que hacemos que suceda.
Tener el control en la vida nunca es fácil, y a veces puede ser hasta doloroso, pero a largo plazo, las experiencias óptimas impulsan lo que el autor llama un sentimiento de maestría, es decir, de poder determinar el contenido de la vida.
A lo largo de sus estudios, Csikszentmihalyi ha intentado descifrar cómo se sentían las personas cuando más disfrutaban de sí mismas y por qué.
A partir de estas investigaciones, elaboró una teoría de la experiencia óptima basada en el concepto de flujo, el estado en el cual las personas se hallan tan involucradas en una actividad que nada más parece importarles. Es decir, cuando la experiencia es por sí misma tan placentera que las personas la realizan incluso aunque tenga un gran coste.
Mihaly establece que solo si comprendemos la manera en que se forma nuestra subjetividad podemos dominarla. Todo lo que experimentamos, ya sea gozo o dolor, interés o aburrimiento, se representa en la mente como información. Si somos capaces de controlar esa información, podremos decidir cómo será nuestra vida.
El estado óptimo de experiencia interna es cuando hay orden en la conciencia. Esto sucede cuando la energía psíquica, o atención, se utiliza para obtener metas realistas y las habilidades encajan con las oportunidades para actuar.
La búsqueda de un objetivo trae orden a la conciencia porque una persona debe concentrar su atención en la tarea que está llevando a cabo y olvidarse momentáneamente de todo lo demás.
Cuando se habla de la conciencia, el autor dice que no debemos pensar que nos estamos refiriendo a algún proceso misterioso, sino que, como cualquier otra dimensión de la conducta humana, es el resultado de unos procesos biológicos.
La función de la conciencia es representar la información sobre lo que está sucediendo dentro y fuera del organismo, de tal modo que el cuerpo pueda evaluarla y actuar en consecuencia.
Sin la conciencia seguiríamos “sabiendo” qué sucede, pero reaccionaríamos de manera refleja, instintiva. Con la conciencia podemos evaluar lo que los sentidos nos dicen y responder según esta evaluación.
Una persona puede hacerse a sí misma feliz o miserable independientemente de lo que esté realmente sucediendo “fuera”, tan solo cambiando los contenidos de su conciencia.
Debemos hallar la manera de ordenar la conciencia y ser capaces de controlar los sentimientos y pensamientos. Y para esto, Csikszentmihalyi sostiene que lo mejor es no creer que existen atajos para lograrlo.
Podemos pensar que la conciencia es información intencionalmente ordenada, la cual refleja lo que nuestros sentidos nos cuentan sobre lo que sucede tanto fuera de nuestro cuerpo como dentro del sistema nervioso. Esto se refleja de manera selectiva, da forma activa a los eventos y construye una realidad propia.
Aunque creamos que existen cosas que están fuera de la conciencia, solo tenemos una evidencia directa de las que han encontrado un lugar en ella. La conciencia nos ofrece lo que solemos entender como nuestra vida, es decir, la suma de todo lo que hemos oído, visto, sentido, esperado y sufrido desde el nacimiento a la muerte.
La información entra en la conciencia ya sea porque hemos centrado la atención en ella o como resultado de nuestros hábitos basados en las instrucciones sociales o biológicas.
Es gracias a la atención que seleccionamos las señales de información relevantes entre los millones de señales posibles.
El autor nos explica que el indicador de que una persona controla la conciencia es que tiene la habilidad de centrar su atención a voluntad, que puede evitar las distracciones y concentrarse tanto tiempo como lo necesite para alcanzar su objetivo, y no más.
Puesto que la atención determina lo que aparecerá o no en la conciencia, y puesto que también es necesaria para que sucedan otros actos mentales, como el recuerdo, el pensamiento, el sentimiento y la toma de decisiones, es útil pensar en ella como energía psíquica.
El autor establece que el Yo, o la personalidad, como solemos referirnos a él, también es uno de los contenidos de la conciencia.
Como se dijo anteriormente, la experiencia depende de la manera en que utilizamos la energía psíquica, la cual, a su vez, está en relación con los objetivos y las intenciones propias.
Estos procesos están conectados entre sí por la personalidad, o sea, por la dinámica representación mental que tenemos del sistema entero de nuestros objetivos. El autor explica entonces que estas son las piezas que debemos mover si deseamos mejorar las cosas.
El autor establece que hay dos estrategias principales que se pueden adoptar para mejorar la propia calidad de vida:
Si una persona logra controlar su energía psíquica y utilizarla conscientemente para acercarse a sus metas, no puede más que desarrollarse y convertirse en un ser más complejo.
Cuando pensamos qué tipo de experiencia mejora la vida, la mayoría de la gente piensa, en primer lugar, que esa felicidad consiste en experimentar placer: la buena comida, el sexo y todas las comodidades que el dinero puede comprar.
El placer es un componente importante de la calidad de vida, pero por sí mismo no trae la felicidad. Esto es así porque cuando nos damos ciertos placeres, estos ordenan de nuevo la conciencia después de que la intrusión de las necesidades del cuerpo haya provocado desorden.
Csikszentmihalyi establece que los placeres no producen crecimiento psicológico y no agregan complejidad a la personalidad, y presenta la necesidad de una nueva categoría de experiencias a la que llama “de disfrute”.
Los sucesos capaces de hacernos disfrutar ocurren cuando una persona no solamente ha cumplido alguna expectativa anterior o satisfecho una necesidad o un deseo, sino también cuando ha ido más allá de lo que se había programado hacer y logra algo inesperado, tal vez algo que nunca había imaginado.
La complejidad requiere que se invierta energía psíquica en metas nuevas que constituyan relativamente un desafío.
Es importante comprender por qué algunas cosas que hacemos nos hacen disfrutar más que otras, y “flujo” es la manera en que la gente describe su estado mental cuando la conciencia está ordenada armoniosamente y desea dedicarse a lo que le produce satisfacción.
El autor dice que si pensamos en algunas de las actividades que de forma consistente producen flujo, como los deportes, los juegos, el arte y las aficiones, es más fácil entender qué hace feliz a la gente. Pero no podemos confiar solo en los juegos y en el arte para mejorar la calidad de vida.
Para conseguir control sobre lo que sucede en nuestra mente, podemos recurrir a un infinito abanico de oportunidades de diversión más allá de las opciones obvias que se nos presenten en el exterior.
Siempre que nos tomamos unos momentos para reflexionar, el desencanto nos ataca: tras cada éxito se ve con mayor claridad que el dinero, el poder, la posición social y las posesiones, por sí mismas, no contribuyen a la calidad de vida.
La falta de orden interno se manifiesta en una condición subjetiva que el autor presenta como angustia existencial. Básicamente es un miedo a ser, un sentimiento de que no hay sentido en la vida y de que la existencia no vale la pena.
El autor dice que no hay modo de salir de este trance si el individuo no toma personalmente el asunto en sus manos, lo que llama recuperar la experiencia.
Para sobreponerse a las ansiedades y depresiones de la vida actual, los individuos deben independizarse del entorno social hasta un grado en el que no respondan exclusivamente en términos de sus recompensas o castigos.
El autor propone que una manera de obtener esta autonomía es que la persona pueda aprender a darse recompensas. Es decir, desarrollar la habilidad de encontrar diversión y propósito sin tener en cuenta las circunstancias externas.
Y antes de todo esto, conseguir el control sobre la experiencia requiere un cambio drástico de actitud sobre lo que es importante y lo que no lo es. Por ejemplo, crecemos creyendo que lo que más cuenta en nuestras vidas es lo que va a ocurrir en el futuro.
La esencia de la socialización es hacer depender a las personas de los controles sociales, hacerlos responder de forma predecible a las recompensas y a los castigos. Y la forma más efectiva de socialización se consigue cuando las personas se identifican tan profundamente con el orden social que no pueden imaginarse a sí mismas rompiendo alguna de sus reglas.
En lugar de decidir cómo actuar en términos de nuestros objetivos personales, sentimos que debemos rendirnos ante las cosas para las que ha sido programado nuestro cuerpo.
En realidad, uno debe conseguir especialmente el control sobre los impulsos instintivos para conquistar una independencia sana en la sociedad, puesto que mientras respondamos de forma predecible a lo que sentimos como bueno y a lo que sentimos como malo, es fácil que los demás exploten nuestras preferencias para sus propios fines.
El autor plantea que no se trata de cuestionar que para sobrevivir, y en concreto para sobrevivir en una sociedad compleja, sea necesario trabajar por unos objetivos externos y posponer la gratificación inmediata. Pero una persona no tiene que convertirse por ello en un muñeco manejado por los controles sociales.
La solución es liberarse de forma gradual de las recompensas de la sociedad y aprender a sustituirlas por otras que estén bajo el poder propio. Esto no significa que debamos abandonar todos los objetivos que nos propone la sociedad; significa que además debemos desarrollar unos objetivos propios.
El paso más importante para emanciparse de los controles sociales es la habilidad de encontrar recompensas en los acontecimientos de cada momento. Si una persona aprende a disfrutar y a encontrar significado en la corriente incesante de experiencias, en el propio proceso de vivir por sí misma, el peso de los controles sociales cae automáticamente de nuestros hombros.
Es posible que halles aquello en tu vida donde sientas placer por el simple hecho de estar haciendo lo que te apasiona. ¡Aprende a liberarte de distracciones externas y encuentra eso que te hace fluir!
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Nacido en 1934, de origen húngaro-americano, es profesor de psicología en la Universidad de Claremont. Fue jefe del departamento de psicología de la Universidad de Chicago y del de sociología... (Lea mas)
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