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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro:
Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.
ISBN: 9786073151702
Editorial: Aguilar
La vida está llena de todo lo necesario para construir relaciones y una vida sana. Al convertirte en una adulta, debes soltar la infancia y sanar día a día como un proceso de cambio constante. Una vez que se abre la puerta de la sanación y el crecimiento, nunca se cierra.
Hoy, la responsabilidad de sanar y llenar tus hambres ya no es responsabilidad de nadie, sino sólo tu camino. ¡Atrévete a tomar las riendas de tu vida!
Hambre de hombre es el resultado de muchos prejuicios colectivos respecto al amor y a lo que se supone que las mujeres deberíamos hacer para ser buenas, bonitas, aceptadas y suficientes.
La familia, la cultura, la religión, las novelas, la moda y todo lo que educa nos llevan a ideas como: “Una mujer sola es una quedada”, “No tener pareja es estar sola”, “Si pasas de los treinta y no te has casado, ¡peligro!, la caducidad se acerca”.
O bien, si no tienes hijos, se piensa: “Pobre, quién la va a cuidar”, etcétera. La concepción de las mujeres solas y abandonadas, sin un hombre a su lado, hace que nos defina un sentido de urgencia y de minusvalía si carecemos de pareja.
Actualmente, las mujeres vivimos un importante proceso de transición, de cambio; buscamos la libertad pero que nos cuiden; ser nosotras mismas pero apoyando nuestra identidad en algo externo; somos capaces de ser independientes pero deseamos que nos paguen las cuentas.
A veces parece muy complicado vivir todo, como si convivieran dos seres en nuestro interior: una que sigue los viejos patrones de fragilidad, dependencia, pasividad; otra que busca ser ella misma, decidir, desarrollarse, ser libre y poderosa.
En un mundo masculinizado, hemos perdido nuestros valores y dejado de sentirnos orgullosas de ser mujeres, y de expresarnos desde la parte sanadora y amorosa de lo femenino.
Esta “masculinización femenina” nos deja una visión de las mujeres como seres frágiles, dependientes, chismosas, conflictivas, intolerantes, competitivas, criticonas, manipuladoras, rivales una de otra.
No es casualidad que tus amigas, hermanas, primas y muchas mujeres a tu alrededor tengan relaciones de pareja conflictivas, en las que hay traición, insatisfacción, conflicto, enojo. Hay varios factores que nos educan en la cultura del hambre de hombre y provocan esto.
Entre ellos existe un factor fundamental: la ausencia de un padre en el núcleo familiar. Un padre nos muestra un modelo de lo que es un hombre. Su afecto nos enseña que somos merecedoras del cariño, cuidado y respeto de un hombre. Es nuestro primer modelo de amor masculino.
Esa será una referencia de lo que buscaremos en una pareja, para repetir y estar con alguien como él, o para buscar todo lo contrario.
Nuestra madre tiene un papel fundamental en la formación de la autoestima. Su presencia modela la imagen de nosotras mismas. Desde que somos pequeñas, la madre es nuestra referencia de lo femenino y de lo que seremos como mujeres.
Por otro lado, estamos muy influidas por la religión católica, la cual ha construido muchos prejuicios contra la mujer. Hay muchas creencias que nos califican de pecadoras, tentadoras e inferiores, y la religión predica que debemos ser sumisas y abnegadas.
Las enseñanzas de Jesús son una cosa y cómo las ha interpretado la religión es otra. La figura femenina que la religión católica promueve es la de virgen, la imagen de la madre de Jesús, cuyo único rol es ser mamá.
En otras culturas hay diferentes representaciones de lo femenino, igualmente valiosas e importantes: cazadoras como Artemisa; guerreras como Kali; diosas de la vida y de la muerte, como Coatlicue en la cultura mexica, o las diosas del amor como Afrodita en Grecia o Inanna en Sumeria, y muchas otras en la Antigüedad que representaban la lucha.
Otro aspecto del catolicismo es la interpretación del mito de Adán y Eva: la primera mujer que tienta al hombre, ambiciosa, que lo convence para comer la manzana prohibida, y así ambos son expulsados del paraíso y condenados a vivir con dolor.
La idea de que Eva nació de la costilla de Adán es uno de los fundamentos del hambre de hombre en la religión.
Hoy, el ideal de belleza femenina es de mujeres tentadoras y pecadoras tipo Eva. Esto abre paso a otro factor cultural que nos determina: ser bombardeadas con lo que “debemos hacer” para que nos quieran, nos miren y nos amen, y que nos sintamos bien. Esos mensajes fomentan una imagen superficial, vacía y denigrada de nosotras mismas.
Cuidarse es muy bueno: cuidar nuestro cuerpo, ser femenina y coqueta. Pero no hay que perder la medida de lo sano: si pone en riesgo la salud, ya no es sano. Ese poner en riesgo la salud habla de una carencia interior que no se cura con nada exterior, sólo con trabajo personal.
Debemos aprender un nuevo modelo de lo femenino en el que nos permitamos ser cuidadas pero sin perdernos en el otro, que sepamos luchar por nuestros sueños pero no de manera agresiva y competitiva y midiéndonos siempre con el hombre, porque esa batalla está perdida; simplemente somos distintos.
Juntos creamos la unidad, no hay una energía mejor que otra, no hay una más fuerte que otra, no existe rivalidad, las dos son complementarias, perfectas, necesarias, y cada una da espacio a la otra para complementarse, y generar el movimiento y la vida. Éste es el fundamento de las relaciones de pareja.
Muchas mujeres, por un lado, se sienten muy fuertes y autosuficientes, y por otro lado, en lo que respecta a las relaciones, se perciben como niñas, por momentos perdidas, confundidas, inseguras, inmaduras, impulsivas, irracionales y berrinchudas, lo que las hace sentir incómodas porque pierden el control.
Observa cuál es más fuerte en ti; puedes tener ambas. Es como si el viejo modelo de lo femenino de nuestras madres, o la parte emocional inmadura, se manifestara emocionalmente desde la mujer que entiende todo y razona en un nivel pero siente en otro muy distinto.
Esta es una lucha que debemos reconocer y conciliar.
Todos interactuamos y aprendemos unos de otros. Relacionarnos como seres humanos hace que esto sea posible, que las fricciones entre unos y otros, que llamamos contacto, se hagan conscientes y, de esta manera, pulamos la cara que nos corresponde.
Hay que tener en claro que tomamos de las experiencias de la infancia lo que necesitamos para aprender y lo que no lo dejamos ir.
La queja hacia los padres puede ser una gran justificación para no hacer nada con tu vida y no lograr lo que te corresponde. Adoptar esta idea te coloca en una posición de responsabilidad y aceptación, y no de víctima. A partir de este punto, la vida es mucho mejor.
El árbol genealógico es un sistema de repeticiones. Identifica cuáles son las tuyas y, de esta manera, encontrarás las alianzas que inconscientemente repites y con las que tienes que trabajar.
De ninguna manera esta reflexión justificará por qué eres cómo eres, ni será un buen argumento de por qué no tienes la vida que quieres. Date la oportunidad de hacer conciencia, es momento de ir transformando poco a poco los patrones.
La herida del abandono es un dolor de soledad, de ausencia afectiva, de no ser vista y respetada en tus necesidades durante la infancia. Deja una huella muy profunda en el alma que nos acompaña hasta nuestra vida adulta, cuando somos conscientes y tenemos la oportunidad de sanar.
En el caso de las mujeres, la herida de abandono se vincula con la ausencia del padre, su desprotección, alejamiento, falta de afecto y cuidados. De niñas, tenemos muchas necesidades, muchas hambres afectivas que saciar.
Cuando no pueden ser saciadas, estas necesidades quedan con saldo pendiente y desarrollamos actitudes que nos ayudan a salir adelante. Nos aferramos a las personas presentes, como madre, abuela, hermanos, y crecemos con dependencia y mucho miedo de que se vayan o algo les pase.
Las compulsiones por abandono son:
Como madre, es importante que sepas que criamos hijos fuertes si los educamos con amor y límites, si aplicamos autoridad, respeto, libertad y confianza, y cuando como mamás trabajamos por ser más libres y cargarles menos expectativas y traumas de nuestra infancia.
Cuando aceptamos su temperamento sin querer que sean lo que esperamos, cuando no les damos la responsabilidad de cuidarnos, cuando no les resolvemos todo y cuando damos espacio para que ellos resuelvan sus conflictos.
Los seres humanos somos complejos, tenemos diferentes voces y necesidades que nos reclaman diferentes cosas. Sin embargo, debemos desarrollar nuestro gobierno interno. Y ese gobierno no puede venir de la niña herida; el autogobierno y la dirección de nuestra vida debe venir de la “adulta”, y para ello hay que profundizar en ella.
Si gobierna tu parte niña, tendrás mucha inestabilidad emocional, poca claridad acerca de lo que quieres, actitudes infantiles y una idea de que no puedes valerte por ti misma.
Si gobiernas tu vida desde la niña libre, serás una mujer creativa pero sin estructura, no sabrás cómo mantenerte estable. Si gobiernas desde la niña herida, lo harás desde la falta de autoestima, la carencia, la rigidez, la autoexigencia, el enojo y la rebeldía.
Muchas personas se han pasado la vida lamentando y llorando su infancia. Por supuesto que eso no sana. Llorar y lamentar como niña refuerza las ideas de abandono y dolor. Si hay una posición de queja y autoconmiseración, entonces es peor.
Vivir el dolor como sanación es como la limpieza de una herida física, es tocar el dolor, sacar lo que se quedó y después ponerle medicamento. Tu parte adulta pone el medicamento, le da sentido a lo vivido y aprende de él. La parte víctima sólo lo toca sin que la herida del alma cierre.
Cuando tenemos heridas de traición, por un lado solemos ser desconfiadas, y por el otro, soltamos al otro toda la “confianza”, que es más bien la responsabilidad, para que lo resuelva y asumimos un papel pasivo; o confiamos en personas que defraudan nuestra confianza.
No podemos soltar la responsabilidad de nuestra salud física, emocional, mental, espiritual, de nuestras decisiones, de nuestros actos, de nuestros miedos y limitaciones, de nuestro dolor, de ser felices; hay muchas cosas que no dependen de nosotras, pero éstas sí.
Cuando no sanamos el pasado, el canal del amor no está ejercitado y no sabemos cómo recibir afecto. No se trata de convertirnos en una persona perfecta y sin conflictos para merecer que nos quieran, se trata de madurar y de ser una adulta responsable.
¡Toma nota y practica estos pasos para poder vivir una vida más sana!
Este libro te ayudará a mirarte y a reconocer hasta qué punto tu infancia, el modelo de tu madre, tu padre y toda una cultura han fomentado una imagen de ti misma que tiene poca conexión con lo que de verdad eres, y que tiene una necesidad de hambre de hombre.
Observarás lo que tu niña aprendió de sí misma en su infancia, y cómo eso no te permite construir una relación de pareja sana y te lleva a sentir dudas y deconfianza a la hora de vivir el amor.
En el microlibro basado en “El fin del amor: querer y coger”, de Tamara Tenenbaum, encontrarás una grandiosa invitación para reflexionar y aprender a desear libremente, abandonando el sentido represivo del sexo.
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Anamar Orihuela tiene una destacada carrera como psicoterapeuta y escritora, donde consiguió tener varios best sellers. Por sus conocimientos también participó en diversos medios de comunicación. Además fundó... (Lea mas)
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