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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro: Daring Greatly: How the Courage to Be Vulnerable Transforms the Way We Live, Love, Parent, and Lead
Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.
ISBN: 9788479539498
Editorial: Urano
La gran lección de este libro es: si vamos a descubrir los pasos para superar la vergüenza y apoyarnos mutuamente, la vulnerabilidad es el camino y el valor es la luz.
La autora invita al lector a quitarse las armaduras, conocer su lado más genuino, y construir lazos y sociedades más sinceras y permeables al amor y a la conexión entre los seres humanos.
¡Anímate a mostrar cómo eres genuinamente!
La escasez es el problema del “nunca es suficiente”. El sentimiento de escasez medra en culturas con tendencia a la vergüenza y fragmentadas por la desconexión.
La consecuencia es que comparamos vida, matrimonio, familia y comunidad con visiones mediatizadas de la perfección que son inalcanzables, o comparamos nuestra realidad con una versión ficticia de la realidad ajena.
El narcisismo tiene su origen en la vergüenza. No lo solucionaremos poniendo a la gente en su sitio y recordando sus defectos e insignificancia. Lo más probable es que la vergüenza sea la causa de estas conductas y no la cura. Es mucho más útil y transformador contemplar los patrones de conducta a través de la vulnerabilidad.
Actualmente, está en juego una poderosa influencia cultural, y el miedo a ser corriente forma parte de ella. Una forma de ver los tres componentes de la escasez y de qué modo influyen en la cultura es reflexionar sobre las preguntas que indica la autora:
Lo contrario de la escasez es “suficiente”, o lo que la autora llama “genuinidad”. Hay muchos principios de genuinidad, pero los pilares son la vulnerabilidad y el merecimiento: enfrentarse a la incertidumbre, a exponernos, a los riesgos emocionales y a saber que somos suficiente.
El concepto de que la vulnerabilidad equivale a debilidad es el mito más extendido y el más peligroso. En vez de respetar y apreciar el valor y el atrevimiento que se oculta tras la vulnerabilidad, permitimos que nuestro miedo y malestar se convierta en juicios y críticas.
La vulnerabilidad es la esencia de todas las emociones y sentimientos. La autora la define como incertidumbre, riesgo y exposición emocional.
El segundo mito es pensar que “la vulnerabilidad no va conmigo”. Experimentar vulnerabilidad no es opcional: lo único que sí podemos controlar es nuestra respuesta cuando nos enfrentamos a la incertidumbre, al riesgo y a la exposición emocional.
El tercer mito es creer que la vulnerabilidad es pasarse de la raya. En realidad, vulnerabilidad es compartir nuestros sentimientos y nuestras experiencias con las personas que se han ganado el derecho a escucharlas.
El resultado de esta vulnerabilidad respetuosa y recíproca es una mayor conexión, confianza y compromiso. Hemos de tener confianza para ser vulnerables y hemos de ser vulnerables para confiar.
El último mito consiste en creer que podemos hacerlo todo por nuestra cuenta. Necesitamos apoyo. Necesitamos personas que nos dejen probar nuevas formas de ser sin juzgarnos. Nuestro primer atrevimiento y el más importante es pedir ayuda.
Lo primero a saber sobre la vergüenza es que la sentimos todos. Las únicas personas que no la sienten son las que no conocen la empatía ni la conexión.
Por otro lado, a todos nos da miedo hablar de la vergüenza, y cuanto menos hablamos de ella, más control tiene sobre nuestra vida.
La vergüenza es el miedo a la desconexión. La conexión junto con el amor y la integración (dos expresiones de la conexión) son las razones por las que estamos en este mundo, y las que dan sentido y propósito a nuestra vida.
La importancia de la aceptación social y de estar conectados es mucha, y el dolor que nos produce el rechazo y la desconexión social es real. Cuando experimentamos vergüenza, estamos desconectados y desesperados por recuperar nuestra autoestima.
La resiliencia a la vergüenza es la clave para aceptar nuestra vulnerabilidad. Se basa en pasar a la empatía, el verdadero antídoto para la vergüenza.
Si podemos compartir nuestra historia con alguien que responde con empatía y comprensión, la vergüenza no puede sobrevivir. Aquí están los cuatro elementos de la resiliencia a la vergüenza; los pasos no siempre suceden en este orden, pero al final, siempre nos conducen a la empatía y a la curación:
Atreverse a arriesgar exige autoestima. La vergüenza envía monstruos para llenar nuestra mente de mensajes completamente nocivos que tenemos que derribar. Somos tan duros con los demás como lo somos con nosotros mismos, por eso la estrategia es la empatía.
Las tres formas de protegerse son lo que la autora llama el “arsenal común de la vulnerabilidad”. En primer lugar, temer la dicha; en la cultura de la escasez profunda, donde no nos sentimos nunca a salvo, ni tenemos certezas o nos sentimos seguros, la dicha puede parecernos un montaje.
No queremos que el dolor nos ataque por sorpresa, así que practicamos lo peor o no nos apartamos nunca de la decepción que hemos elegido para sabotear nuestra dicha. El antídoto ante este temor es la gratitud; practícala, ejercítala. Es la forma que tenemos de reconocer que hay suficiente y que somos suficiente.
En segundo lugar, encontramos el perfeccionismo. Tendemos a creer que hacerlo todo perfecto nos librará de sentir vergüenza. El perfeccionismo no es el camino que nos conduce a nuestros dones y a nuestro propósito; es el desvío accidentado. No es lo mismo que esforzarse por conseguir la excelencia.
El perfeccionismo es un acto defensivo y es autodestructivo, simplemente porque la perfección no existe. Si queremos librarnos de él, empecemos con la resiliencia a la vergüenza, la compasión hacia uno mismo y la aceptación de nuestras historias personales.
Como tercera forma de protegerse encontramos anestesiarse. Somos una sociedad que se ha creído la idea de que si estás lo suficientemente ocupado, no te alcanzará la realidad de tu vida.
La vergüenza invade a las personas que experimentamos ansiedad porque no solo tenemos miedo y somos incapaces de manejar esta sensación en un mundo cada vez más exigente, sino porque, al final, la ansiedad se agrava y se vuelve insoportable por la creencia de que si fuéramos distintos, podríamos con todo.
Luego aparecerá la desconexión. Sentirse desconectado puede ser normal en la vida y en las relaciones, pero cuando se combina con la vergüenza de creer que estamos desconectados porque no merecemos estar conectados, provoca un dolor que queremos anestesiar.
La necesidad imperiosa de escapar del aislamiento y del miedo puede abarcar toda una gama de reacciones, desde anestesiarse hasta la adicción, la depresión, autolesionarse, los trastornos alimentarios, el acoso, la violencia y el suicidio.
El antídoto es simple: aprender a percibir realmente tus propios sentimientos, estar atento a las conductas anestésicas y aprender a ceder al malestar de las emociones difíciles; traspasarlo con coraje, no huir.
La desconexión es la causa subyacente de la mayoría de los problemas que la autora ve en las familias, centros educativos, comunidades e instituciones. Nos desconectamos para protegernos de la vulnerabilidad, de la vergüenza, de sentirnos perdidos y sin propósito.
También nos desconectamos cuando sentimos que las personas que nos guían no viven de acuerdo con su contrato social. La política es un claro aunque doloroso ejemplo de desconexión por incumplimiento del contrato social.
La religión es otro ejemplo de este tipo de desconexión. En primer lugar, la desconexión se suele producir porque los líderes no predican con el ejemplo. En segundo lugar, muchas veces necesitamos desesperadamente la certeza; es la respuesta del ser humano al miedo.
Aunque no creamos intencionadamente culturas desconectadas, muchas veces esto sucede porque el aislamiento comienza cuando intentamos dar algo que no hemos aprendido ni ejercitado previamente. Quiénes somos es infinitamente más importante que lo que sabemos o lo que queremos ser.
A la distancia que existe entre los valores que practicamos (lo que realmente estamos haciendo, pensando y sintiendo) y nuestros valores aspiracionales (lo que queremos hacer, pensar y sentir) Brené la llama “la división de la desconexión”.
Cuando los valores que practicamos están en conflicto con las expectativas que tenemos en nuestra cultura, la desconexión es inevitable.
Salvar distancias nos exige aceptar nuestra propia vulnerabilidad y cultivar la resiliencia a la vergüenza. No hemos de ser perfectos, basta con que estemos conectados y nos comprometamos a actuar de acuerdo con nuestros valores.
Cuando el líder está utilizando la vergüenza como instrumento de dirección (el bullying, las críticas delante de los compañeros, las reprimendas públicas o los sistemas de recompensa que humillan intencionadamente a las personas), hemos de aprender a aceptar la vulnerabilidad, y a reconocer y combatir la vergüenza.
Las conversaciones sinceras sobre la vulnerabilidad y la vergüenza se ven negativas, y a eso la autora lo llama “compromiso negativo”. Si no hablamos con las personas a las que estamos dirigiendo sobre sus aptitudes y sus oportunidades de crecimiento, empiezan a cuestionarse su contribución y su compromiso.
Una cultura que se atreve a arriesgarse es una cultura de feedback sincero, constructivo y comprometido.
Las mejores estrategias para crear instituciones resistentes a la vergüenza son:
Como padres, tenemos grandes oportunidades para ayudar a nuestros hijos a que entiendan, disfruten y aprecien su naturaleza, y para enseñarles a tener resiliencia ante los implacables mensajes culturales del “nunca es suficiente”.
Aunque a veces la vulnerabilidad de la crianza pueda ser aterradora, no podemos permitirnos protegernos contra ella o alejarla de nuestra vida, es nuestro recurso más valioso y fértil para enseñar y cultivar la conexión, el sentido y el amor. Atrevámonos a ser los adultos que queremos que sean nuestros hijos.
Si queremos que nuestros hijos se amen y se acepten a sí mismos tal como son, nosotros hemos de amarnos y aceptarnos tal como somos.
Para los padres, esto significa reconocer que no podemos dar a nuestros hijos lo que no tenemos y que, por lo tanto, hemos de permitirles compartir nuestro viaje de crecimiento, cambio y aprendizaje.
Debemos admitir nuestra propia armadura y ser un ejemplo para nuestros hijos sobre cómo quitarla, ser vulnerables, dar la cara, y dejarnos ver y ser conocidos. Honrar a nuestros hijos continuando nuestro propio viaje hacia la genuinidad.
Es necesario criar con la actitud de “suficiente”, en lugar de hacerlo con la de la escasez. Salvar distancias y practicar los valores que queremos enseñar. Y por último, atrevernos a arriesgar, posiblemente con más empeño de lo que lo hemos hecho antes.
“El poder de ser vulnerable” es un libro que analiza cómo quitarnos las máscaras y armaduras para descubrir y mostrar nuestra esencia. La autora propone herramientas para elevar la autoestima y lograr una aceptación profunda de nuestro ser.
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Licenciada en trabajo social, es profesora de investigación en la Facultad de Trabajo Social de la Universidad de Houston. Oradora reconocida en Estados Unidos, ha recibido numerosos premios en el área de la enseñanza. Prestigiosas cadenas de te... (Lea mas)
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