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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro:
Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.
ISBN: 9789501516760
Editorial: GAD Ediciones
La mayoría de las decisiones que tomamos en nuestra vida las hacemos estando dormidos. Cuando reaccionamos, el paso ya está dado y el resto del tiempo nos quedamos ahí atrapados, intentando hacer algo con eso que ni advertimos haber decidido.
En este libro escrito en plena pandemia, Lorena Pronsky nos despierta de una manera sumamente amorosa y con una poética llena de metáforas, para enfrentar los dolores que puedan provocarnos los vínculos sociales.
¡Abre tus ojos y enfrenta tu camino!
La autora comienza el libro contando que cualquiera que reuniera algunas de las características que el príncipe de su cuento simulara tener pasaba la prueba, y es así como se enamoró de cualquiera. Este libro gira en torno a un desamor, pero empatiza con nosotros más allá de un desencuentro sexual y afectivo y nos invita a repensarnos.
Además, tiene tintes referidos al vínculo con su padre al que tanto extraña y la relación con su mamá, reconociendo allí una carencia afectiva. Siempre sintió que su madre no estaba para ella. De alguna manera, siente que su madre nunca pudo abandonar su depresión para buscar a su hija.
Sostiene que puede recordar lo que es vivir con ansiedad en las tripas y querer arrancarla a mordiscones. Nada ni nadie es capaz de asesinar ese monstruo que vive en tu cuerpo. Pero la autora necesita que confíes que un día ya no te va a quemar el pecho, solo quedará la marca.
Pronsky propone que llores lo que necesites. Que duermas lo que te pida tu angustia. Que nunca reprimas tus emociones, porque lo peor que puede pasarte es que mueran ahogadas en tu interior. Respeta tus penas y tus tiempos.
Entonces un día, aunque nunca vas a saber cómo ni cuándo, las ganas de vivir te vuelven a golpear la puerta otra vez. Hay despedidas que son abandonos. Y la autora entiende perfectamente que, cuando las cosas no funcionan como uno espera, irse es avanzar. Seguir, en muchos casos, implica dejar atrás. Pero no abandonar.
Hay gente que celebra ir descartando vínculos porque les dijeron que eso es evolucionar. La autora intenta aprender de todas las cosas, pero si hay algo en lo que no puede encontrar una lección es el abandono.
Nadie se anima a la resignación de la pérdida, porque soltar las expectativas no se siente como un cierre. Al contrario, muchas veces nos golpea como un fracaso. El ego necesita entender: que le aclaren, que alguien le explique. Es la trampa del dolor enquistado.
Hay que aceptar que si del otro lado no hay deseo, hay una puerta cerrada. Renunciar, muchas veces, es avanzar. Habrá que entender que lo único que permanece inconcluso cuando del otro lado ya dijeron que no quieren es la propia existencia.
Cuando un recuerdo doloroso transmuta en tu refugio más lindo, cuando deja de ser algo que te encuentra para ser algo que tú mismo buscas, donde entras sin miedo, ese es el final de tu duelo.
Realmente duele en el alma ver a alguien gritar de dolor. Casi como un acto inevitable, se lo ayuda. Sin embargo, lo más probable es que esa persona herida, con la mínima fuerza que necesita para caminar, nos ataque. Es un mecanismo de defensa.
La autora se reconoce en aquel lugar, pero otras veces, fue esa entrometida bienintencionada queriendo levantar un dolor ajeno sin que nadie le haya pedido ese favor.
No se le puede pedir a alguien que está herido que valore nuestro gesto de amor. Absolutamente nada se le puede pedir a alguien mientras está con miedo y sangrando.
Hay que resignar el deseo ególatra de pretender salvar a alguien que no quiere ser salvado, y hay que poder soltar.
Cuando un día cualquiera respondas con los recursos de un niño asustado, paralizado frente a la potencia de una voz que se levanta, de una mirada que nace por encima de la tuya, de una palabra mal puesta, en la orilla de una conversación que aún no comenzó, comprenderás que toda herida deja una huella que nunca se olvida.
No te repliegues frente a los cuchillos que ves salir disparando hacia tu pecho. Vete.
Permítete que el dolor haga su metamorfosis. Cambia. Quita los pedazos que ya no sirven. Anímate de una vez. Nada nos define. Nada nos nombra. Vamos siendo junto con las circunstancias.
La autora sostiene que si a la persona no le pesa ser quien es, y solo le duele a uno, estamos obligados a retirarnos. Distinto y cobarde sería pedirle que se vaya ella.
Nadie olvida fácil. Pero la diferencia es que cuando sucede, no nos lo proponemos. Si se extraña o no, nada cambia la partida. Lo importante es sentirse bien con uno mismo. Tomar decisiones con certeza, con la vara del amor propio.
El miedo le gana la batalla a la autoestima, y antes de mostrarnos al otro con nuestros fantasmas, preferimos matar el amor que no nos sentimos capaces de recibir y mucho menos de dar. Uno rompe el tesoro que encuentra porque tiene miedo de confrontarse con la idea de no estar a la altura de las circunstancias de semejante regalo. Entonces lo destruye.
Muchas veces es más fácil pensar que una persona cambió y no que dejó de sentir lo que alguna vez sintió. Lo segundo explica tan bien lo primero, pero es al revés. Siempre que cambia el afecto, cambia la forma de actuar.
Sin deseo no se puede. No se va a poder. La tarea no es fácil. Porque lo único incierto que tenemos es el futuro. Y el presente que nos está tocando la puerta para que le abramos duele.
Liberemos del encierro la palabra “apego”. Intenta quitarle el aspecto negativo y piensa en los vínculos amorosos de una manera apegada, aférrate a ellos como una bandera, valorándolos desde su lugar amoroso.
Toda identidad se construye, y necesitamos aire, silencio y mucha intimidad para poder añadir ladrillos a lo que vamos construyendo. La vida es dinámica y realmente no sirve encerrarse en una estructura estigmatizante.
Muchas veces, las opiniones de los demás moldean nuestras acciones. Podrán darte información, pero la verdad es vivencia. Y para que ese suceso aparezca, tenemos que viajar hacia nuestro interior.
Muchas veces, de repente, tus seres queridos son tus enemigos. Te amenazan si ven que no te repones de forma inmediata. Te preguntan cuánto tiempo te vas a dignar a estar así. Te recuerdan que tienes hijos y que eres responsable por ellos. Con todo lo que te costó, no entienden qué más quieres. Pero en muchos casos, el problema es justamente ese.
Hacer lo que los otros definen que es lo mejor para nosotros, aunque objetivamente fuera lo mejor, no solo no te empodera sino que puede lograr todo lo contrario: destruirte. Porque estamos corrompiendo nuestra parte más pura. Más nítida. Más verdadera.
Tenemos que respetar nuestra voz interior. Es la única que sabe cómo y dónde vibramos en armonía.
Los años que vamos cumpliendo no se apagan junto con las velas de nuestra torta. Todos permanecen acá, en el interior de estos adultos en los que nos convertimos.
Recordemos que las batallas que uno libra cada día de su vida contienen los años que nos habitan. Somos niños que nunca mueren. Y muchas veces seguimos usando las herramientas de juguete, aun en las peores guerras de nuestro universo.
Tenemos que dejar descansar nuestra historia enferma, poner en remojo las heridas en un pozo de agua que no esté contaminada y darles el tiempo que necesiten para que puedan cicatrizar a su modo.
No puedes huir de tí mismo, con todo lo que eso implica, pero sí puedes unir tu pasado a una nueva idea de futuro. En cuanto a los mandatos familiares y sociales, hay que asumir que son parte constitutiva de nuestro inconsciente. Muchas de las cosas que solemos hacer están determinadas por voces que no son nuestras pero que habitan en nuestro interior.
No se las puede silenciar, porque son mudas. Las reconocemos cuando las vemos actuando a través de nosotros, cuando no entendemos demasiado por qué hacemos lo que hacemos.
Algunas personas mueren sin llegar a saber quiénes son, preguntándose por qué nunca le vieron la cara a la felicidad y resignando sus anhelos, no por no poder cumplirlos, sino por ni siquiera saber cómo se llamaban. Eso sí es tiempo perdido. Pero nunca el dedicado al autoconocimiento.
Cuando uno se propone la distancia vincular como el último método para ver qué nos sucede en esa ventana que se abre, termina asombrado de las cosas que aguantó, sin entender por qué lo hizo.
Es una angustia abstinente que, una vez que logramos atravesarla, termina siendo un bien necesario que nos devuelve el alma al cuerpo. Si te das cuenta de todo aquello que te hundió un poquito, vas a ver que fue exactamente eso lo que te fue acercando al camino que querías tomar y no sabías dónde quedaba.
Hoy la autora puede comprender que no debe creer en las señales cuando son flechazos a primera vista. Solo cree en ellas cuando se sostienen en el tiempo y, por lo tanto, aparecen al final y no al principio. Cree en las señales que son pregunta y no respuesta, porque las preguntas perduran, mientras que las respuestas van mutando.
Muchas veces vemos a un ser querido atravesar el camino de resolver nuestro pasado, vivir el dolor, y queremos acompañarlo. Es posible tomar el mismo hilo rojo que une personas destinadas a encontrarse y asumir en rigor de verdad que también puede unir distintos dolores y suavizar los daños de las heridas.
Es bastante complicado saber gestionar las propias emociones cuando son de esas que pegan en el centro del ego. A nadie le gusta que le toquen una herida que todavía no cicatrizó. Pero abrir la puerta a esas emociones nos permite poder conocerlas y manejarlas mejor. Siempre es más fácil culpar al resto. Pero el costo se llama involución.
La autora sostiene que se esfuerza para que lo que quiere suceda. Trabaja sobre la realidad para poder modificarla. No deja que su vida fluya. Se cae, se levanta y, en el mejor de los casos, trata de no volver a tropezar.
El narcisista es un dependiente afectivo. En última instancia, todo el trabajo de seducción lo hace para obtener un poco de pan para alimentar el monstruo que tiene dentro. Y queremos salvarlo de su dolor para que, cuando ya esté en condiciones, nos devuelva con la misma moneda.
Se trata de dar para recibir, entregarse como arma de seducción, ofrecerse como necesario para lograr el objetivo: que lo quieran. Es una manipulación que, a veces, es inocente. Porque una cosa es ser necesitado y otra muy distinta es ser amado. No está en nuestras posibilidades hacer que la toxicidad de alguien sea purificada con agua bendita. No podemos. No es trabajo nuestro.
Lo único que podemos hacer es no poner nuestro cuerpo a la intemperie si sabemos que después de cada trueno viene la lluvia. Todo aquello que existe en la fantasía sirve como fuerza, como motivación para su realización, pero no se puede tocar.
Muchas veces tendemos a idealizar, a quedarnos con lo que fue el principio de una relación, donde solo estaban dadas las primeras cartas. Cuando podemos identificar los patrones recurrentes en nuestra vida, es mucho más sencillo tomar riendas en el asunto y avanzar.
Quererse da seguridad. Comenzamos a creer en la potencia de la esencia y a saber que solo si somos vulnerables los poros de nuestra piel se abren para dejar entrar todo el amor, la belleza, la bondad y la mirada tierna de quienes te cuidan.
Los únicos cambios reales son aquellos que te meten en un escenario distinto, los que están motivados por la resignación del costo que se tiene que pagar sí o sí para dejar el estadio anterior. Quien no esté dispuesto a asumir eso que tiene que soportar va a volver hacia atrás como un alma en pena sin entender qué fue lo que fracasó.
Elegir el mal menor es lo mejor que se puede hacer, y requiere de lucidez. Ese mal menor se llama consecuencias. Muchas veces salen más caras que la propia decisión. La autora reconoce que tuvo que atreverse a abrir todas las puertas de su vida para empezar a deconstruir el mundo apagado en el que estaba viviendo.
Abrir los ojos la llevó a tomar tantas decisiones nuevas como romper, al mismo tiempo, otras viejas. Hasta recomponerse, debía aprender a caminar con muchos dolores sueltos. Aprendió mucho; sobre todo, a aceptar. Viajó hacia su mundo interior y lo aceptó. Ahora es tu turno.
“Despierta” es una invitación a quitarnos el pasado de encima para que deje de ser una carga y se transforme en una parte constitutiva nuestra, y nada más. La autora nos invita a despertarnos para poder tomar decisiones más lúcidas y sanas en nuestra vida.
Esperamos que los apuntes reunidos en este microlibro te sean útiles para comprender tu historia y, de creerlo necesario, resignificarla.
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Nació en La Plata, Argentina en 1976 y estudió en la Facultad de Humanidades de la Universidad Católica de su ciudad. Licenciada en Psicología desde 2003, posee una destacada experiencia en el área de la psicología clínica y en el tratamiento de adicciones. “Rota se camina igual”, su primer libro, res... (Lea mas)
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