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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro:
Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.
ISBN: 9788412135435
Editorial: CAPITAN SWING S.L
Estamos desbordados de información sobre el cambio climático. Andreu Escrivà ofrece un libro que anima a pasar a la acción, en vez de lamentarse por la situación del planeta. Es momento de ver qué está haciendo cada uno de nosotros y compartir nuestras buenas intenciones en relación al calentamiento global con el resto. ¡Manos a la obra!
Estamos presenciando una emergencia climática. Es un hecho. La temperatura promedio va en aumento año tras año en todo el mundo.
Esto atenta contra nuestra salud, nuestro bienestar y nuestra posibilidad de desarrollar una vida plena y feliz. Y no solo a nosotros, sino también al resto de los seres vivos con los que compartimos el planeta.
Andreu Escrivà, en consonancia con muchos especialistas, sostiene que “no hay, desgraciadamente, una solución única, ni una varita mágica”. Y cada vez tenemos menos tiempo para intentar revertir la situación.
El problema no comenzó ayer, viene de hace mucho tiempo atrás. En 1896, el científico sueco Svante Arrhenius calculó que el uso masivo de deshollinadores y los trenes a vapor duplicaría la cantidad de dióxido de carbono. En consecuencia, la temperatura aumentaría 6 °C, algo que finalmente sucedió.
En 1939 se notó el primer leve incremento, hasta que a mediados de la década del 50 se detectó la concentración de gas de efecto invernadero en la atmósfera. Desde ahí, la cifra nunca paró de subir.
Hasta que en 1980 empezaron a saltar las alarmas. Desde estudios complejos hasta cambios evidentes en la vegetación dieron como conclusión que el planeta se estaba calentando y lo hacía cada vez más rápido.
El Protocolo de Kioto quedó desactualizado y no se aprovechó la cumbre de 2009 en Copenhague para reducir la emisión de gases de efecto invernadero. “Necesitamos capacidad para observar, una buena dosis de curiosidad y ganas de cambiar. Ya estamos despiertos. Ahora solo tenemos que saber hacia dónde caminar”, sostiene el autor.
El periodista Nathaniel Rich escribió un libro llamado “Perdiendo la Tierra”, situado entre 1979 y 1989, década en la que se podría haber detenido el cambio climático.
Para Rich, “el cambio climático se convierte en un tema políticamente relevante y socialmente estimulante cuando hay héroes y villanos. Cuando aparece la culpabilidad, cuando se puede señalar a una parte y aplaudir a la otra”.
Escrivà coincide en este punto, aunque apunta al negacionismo como un factor por el que nos tenemos que preocupar.
Muchas veces, en las conferencias sobre el cambio climático surge la pregunta de “¿por qué debería cambiar yo si hay compañías que generan el 71% de las emisiones de gases de efecto invernadero?”.
A esto último deberíamos combatir, porque en el instante en que la sociedad en los países desarrollados asume la existencia del cambio climático, ya no deberíamos preocuparnos por el negacionismo de las grandes empresas, sino por el nuestro, que practicamos todos los días casi sin darnos cuenta.
“El negacionismo más preocupante es aquel que rehúsa hablar de soluciones”, dice el autor. El mismo que manifiesta que “la culpa de todo la tiene el sistema”.
Culpar al capitalismo es simplificar el problema. Es cierto que es incompatible con la definición de desarrollo sustentable, pero apuntar solo a él sin atenuantes hace que perdamos a gran parte de los oyentes. Ya sea porque no comparten la idea o porque su posición política se ve comprometida.
Otra hipótesis es la de que somos muchas personas en el mundo. Pero en realidad, el problema es que “somos demasiados consumiendo a un ritmo insostenible. Y quienes más consumen —y se benefician de ello— serán siempre los más interesados en culpar al exceso de personas, no a los excesos de sus vidas”.
A la hora de hablar del problema del cambio climático hay que ser realistas. Si algo da miedo en torno a esto es que necesitamos “tomar acciones en tiempo humano (¡de menos de una generación!) para evitar cambios de escala geológica”.
Es un poder y una responsabilidad tan grande que ninguna sociedad ni especie había experimentado antes.
Para tener una referencia: en el Paleoceno-Eoceno, la temperatura aumentó una media de 0,03 °C por siglo. Ahora aumenta 0,20 °C por década.
Si buscas saber cuánto tiempo nos queda, pues bien, es muy poco.
Hay estudios que afirman que tenemos 12 años para actuar, que 2030 será el año bisagra para ver si nos salvamos o llega el apocalipsis.
“No es cierto, porque no nos quedan 12 años. Solo tenemos el día en el que estás leyendo esto y el día que viene después. Dejemos de pensar en años o décadas”, asegura Escrivà.
Para empezar a girar el timón y tomar otro rumbo, deberíamos reducir las emisiones un 7,6% anual.
Pero, de nuevo, la Cumbre del Clima volvió a fallar como sucedió en 2009. Esta vez fue en Madrid, en 2019, donde debía quedar una clara “ambición climática”.
El autor explica que “Madrid siguió la tónica, con lo que se ha visto que, pese a lo ilusionante y prometedor de las movilizaciones por el clima alrededor del mundo, las cosas siguen igual que estaban. Quizás con alguna disculpa más, con unos remordimientos extras, pero sin cambios en lo sustancial”.
Diversos modelos climáticos aseguran que entre 2040 y 2050 empezaremos a ver con claridad el problema. Y si lo podemos apreciar bien, es que ya lo tenemos encima.
Por eso es sumamente importante comenzar a actuar cuanto antes. “Poco a poco, incrementando progresivamente el esfuerzo y el sacrificio. Porque, además, el cambio será rápido, y quizás ocurra antes”.
Para el autor, llegó el momento de cuestionarnos a nosotros mismos. De preguntarnos realmente por qué no hacemos nada en relación al cambio climático.
Básicamente, “porque antes de saber qué debemos hacer y hacia dónde debemos dirigirnos, conviene saber por qué hemos estado quietos todo este tiempo”.
Y si piensas que haces algo, Escrivà te dice cuatro cosas:
Nuestra desconexión con el cambio climático comienza con la lejanía. Lo vemos muy a futuro, una creencia que se ve potenciada por todos los gráficos y estudios que hablan del año 2100.
Sabemos que va a pasar, pero pensamos que será dentro de mucho tiempo y no nos tocará.
Aunque “por suerte (y por desgracia) las consecuencias del cambio climático empiezan a tomar forma, y lo hacen cada vez más cerca de nosotros”.
El autor sostiene que tenemos que aprovechar estas “ventanas al futuro” para activar y tomar acciones al respecto ya.
Sabemos que deberíamos haber hecho algo en relación al cambio climático, pero no lo hicimos. Por eso aparecen los pretextos.
Por esto, el autor derriba alguna de las excusas más comunes que no nos dejan enfrentar el problema que atravesamos:
“El marco de la acción individual frente a la crisis climática ha tenido éxito —en el sentido de que es el mayoritario, no de su poder transformador— por distintos motivos”, explica el autor.
Por un lado, se inserta en el discurso de la revolución conservadora de los años 80, que brega por la libertad individual. Y por el otro, da la sensación de obtener resultados visibles y cuantificables. Así, nuestra percepción como ciudadanos mejora, pero es lo que le conviene a los grandes contaminadores.
Escrivà añade que “en esta ilusión complaciente, todo encaja a la perfección: el sistema no se pone en peligro, nuestro modo de vida tampoco, y encima nos creemos que hemos adoptado un estilo de vida ecológico”.
Está bien que el cambio empiece desde lo personal, pero debe ser para luego entrelazarlo en la comunidad. No que sea un simple aditivo, sino un proyecto compartido.
La forma más sencilla de hacer esto es a través de ondas hacia fuera y hacia dentro.
“Para generar ondas necesitamos hablar. Compartir lo que nos preocupa, mostrarnos vulnerables, exponer las incoherencias y también manifestar la determinación o incluso la osadía de adoptar un determinado hábito”.
Es decir, importa más hablar con los vecinos sobre el cambio climático que separar la basura en cubos diferentes.
Claramente, “necesitamos valores para activar la rebelión interior y la acción colectiva. Y necesitamos tiempo para ese cambio”.
Por ejemplo, el avión es el medio de transporte que más contamina. Pero en vez de utilizar el tren, que es mucho menos dañino, lo preferimos porque sigue siendo más barato que este último.
Ahí hace falta un cambio externo que debemos exigir, pero para que sea realmente consolidado debemos acompañarlo con una transformación interna. De esta manera será más fácil impulsarlo y que sea definitivo.
Por otro lado, “el capitalismo aspira a la mercantilización de cualquier relación humana, pero tiene otra vertiente igual de peligrosa para nuestra condición: su apetito voraz por nuestro tiempo”.
Con este panorama, el autor propone recuperar el sueño, la pereza, el ocio y el aburrimiento. No es necesario estar haciendo algo todo el tiempo. De esta forma podremos detenernos y escucharnos para empezar a hablar con nosotros mismos y, así, reconstruir puentes con los demás.
A modo de resumen: “Para activar la conversación social sobre cambio climático necesitamos tenerla antes con nosotros mismos. Para ello, necesitamos tiempo, y también desligarnos de la visión productivista de la vida”.
Ya es evidente que solo preocuparse por el cambio climático no alcanza. Es hora de pasar a la acción. Y justamente, es lo que invita a hacer Andreu Escrivà en su libro.
Pero antes de hacerlo, primero cuenta cómo fue que llegamos a una situación tan crítica, donde la existencia del planeta y de todos los seres vivos tal como la conocemos está en peligro.
Luego examina por qué no hemos hecho nada para evitarlo, además de derrumbar las excusas clásicas que ponemos al respecto.
Finaliza dando pie a que todos miremos hacia adentro, nos cuestionemos, nos transformemos y demos un paso al frente.
Ahora solo queda animar al resto de la comunidad a unirse en esta lucha contra el calentamiento global.
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Nació en Valencia, España, en 1983. Ganó popularidad en los últimos años como divulgador sobre el cambio climático y el calentamiento global gracias a sus apariciones en redes sociales y medios de comunicación. Estudió... (Lea mas)
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