Rituales cotidianos: cómo trabajan los artistas - Reseña crítica - Mason Currey
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Rituales cotidianos: cómo trabajan los artistas - reseña crítica

Rituales cotidianos: cómo trabajan los artistas Reseña crítica Comienza tu prueba gratuita
Desarrollo personal

Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro: 

Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.

ISBN: 9788415832225

Editorial: Turner

Reseña crítica

Mozart, Sartre, Hemingway, Freud, Warhol, Chopin y muchos más. Mason Currey recopiló las maneras de trabajar de una extensa cantidad de artistas y pensadores para que nosotros podamos llevar a nuestra vida algunos de sus tips. Incluye información para los que disfrutan dormir, para quienes les gusta trabajar de noche o para quienes necesitan horarios estrictos. ¡Hay de todo!

Primera parte: 1700 a 1800

Una curiosidad del escritor y filósofo de la ilustración Voltaire era que le gustaba trabajar desde la cama. Esto se notó especialmente en sus últimos años de vida. Leía ahí y le dictaba textos a uno de sus secretarios desde el mismo lugar.

En vez de amigarse con la cama como Voltaire, James Boswell sufría al levantarse. Le costaba horrores. Si bien intentó madrugar para ejercer como cronista y biógrafo, la gran mayoría de las veces terminó despertándose tarde.

El prestigioso Wolfgang Amadeus Mozart llevó una vida muy ajetreada cuando se estableció en Viena. Entre las clases de piano, los conciertos y las visitas sociales, le quedaba poco tiempo para componer. Así que lo exprimió todo lo que pudo.

Otro famoso compositor que no perdía tiempo era Ludwig van Beethoven. Empezaba a trabajar con el piano apenas se levantaba y solo lo interrumpía para tener caminatas. Allí encontraba inspiración.

Más allá de los puntos que propuso para alcanzar la “perfección moral”, a Benjamin Franklin le costaba ceñirse a una rutina fija. Lo que sí pudo adoptar y realizar a diario en su última etapa fueron los “baños de aire”: sentarse desnudo al aire libre antes de comenzar el día para tonificar su cuerpo.

Jonathan Edwards fue un afamado predicador y teólogo que iniciaba su día a las cuatro o cinco de la mañana para luego pasar 13 horas al día en su estudio. Para complementar ese enorme tiempo de trabajo, hacía actividades físicas en el medio.

A Samuel Johnson lo único que le evitaba distraerse del intenso ritmo de vida de Londres era trabajar a la luz de las velas, por la noche. Salía de su casa a las cuatro de la tarde, regresaba cerca de las dos de la mañana y allí se ponía a escribir.

En tanto que el filósofo Immanuel Kant llevó una vida ordenada en todo aspecto. Trabajó durante más de 40 años dando los mismos cursos en la universidad más cercana a su casa, pocas veces viajó y vivió soltero.

Segunda parte: 1800 a 1900

El filósofo danés Søren Kierkegaard ocupaba sus días en dos grandes tareas: escribir y caminar. Disfrutaba de sus paseos por Copenhague para luego volver y anotar todo lo que se le había ocurrido.

Un hombre de ciudad era Frédéric Chopin. Le aburría el campo, pero allí pasaba los veranos por su relación con la novelista George Sand. Además, en ese lugar encontraba inspiración para su música.

Quien se autoimpuso una estricta rutina para trabajar por la noche fue Gustave Flaubert. Como los ruidos del día lo distraían para escribir “Madame Bovary”, se las ingenió para poder aprovechar varias horas cuando se escondía el sol.

También vivió de noche Henri de Toulouse-Lautrec, aunque con un estilo mucho más volátil. Dibujaba en cabarets o burdeles al mismo tiempo que consumía grandes cantidades de alcohol. Esto, sumado a las pocas horas de sueño que tenía, hicieron que solo viviera hasta los 36 años.

Aunque probablemente uno de los más famosos de este estilo fue Pablo Picasso. Toda su vida se acostó tarde y se levantó tarde. Si bien comenzaba a trabajar de día, siempre terminaba cuando el sol ya se había escondido. Y siempre lo hizo en soledad, en un estudio al que solo dejaba ingresar a ciertas personas.

Otro que se enfocó más estando en solitario fue Lev Tolstói. No quería que nadie lo interrumpiera. “Debo escribir todos los días sin excepción, no tanto por el éxito de la obra, sino para no salirme de mi rutina”, aseguró.

Diferente fue el caso de Thomas Mann. Este escritor aprovechaba el horario de nueve de la mañana hasta el mediodía. Según él, era cuando más lúcido estaba para redactar. Por esto mismo se encerraba en un cuarto sin recibir visitas ni escuchar ruidos durante ese lapso. 

Anthony Trollope era un incansable escritor. Llegó a publicar más de 60 títulos, entre novelas y libros, muchos de ellos al mismo tiempo que trabajaba en la oficina de correos. Dedicaba tres horas diarias al ejercicio de escribir.

En el campo de la psicología, William James fue uno de los impulsores para crear “hábitos de orden”. Él mismo escribió este recordatorio: “Recuerda que solo cuando se crean hábitos de orden podemos avanzar hacia campos de acción realmente interesantes y en consecuencia acumular grano a grano, como un avaro, las decisiones deliberadas”.

Mientras que su hermano menor, Henry, no necesitó generar esos hábitos. Era más tranquilo y ser organizado le salía de forma natural. Escribió todos los días por la mañana, hasta el mediodía.

Tercera parte: 1900 a 1950

A principios del siglo XX, Franz Kafka obtuvo un puesto en una agencia de seguros que le permitía trabajar en turnos diarios pero de horario corrido. Sin embargo, el problema para escribir estaba en su casa: había mucha gente en un lugar pequeño. De todas formas encontró en la noche el momento para plasmar ideas en papel.

Quien tomó la noche como momento de concentración y trabajo adrede fue el escritor Marcel Proust. Para enfocarse en su novela “En busca del tiempo perdido” se aisló de la sociedad en un departamento de París, específicamente en una habitación recubierta de corcho. Allí durmió durante el día y trabajó durante el horario nocturno.

W. H. Auden fue un ambicioso poeta que se caracterizó por ser obsesivamente puntual y regirse bajo un estricto organigrama. Creía que de esta forma fomentaba su propia creatividad.

Diferente era la realidad del observador externo Francis Bacon. Vivía en un completo caos, con desorden, comida pesada y muchísimo alcohol. De todos modos, coincidía en tener una rutina dentro de la desorganización: tenía la constancia para pintar y salir de fiesta siempre en los mismos horarios.

Jean-Paul Sartre también tuvo mucha vida social, marcada por la bebida, las drogas y el tabaco. Sin embargo, ese trajín formaba parte de un intenso ritmo creativo. Si bien declaró públicamente que trabajaba tres horas por la mañana y tres por la noche, generalmente eran más.

Ernest Hemingway fue otro de los que disfrutaba del alcohol -aunque más mesurado que los anteriores-. Pero eso no lo afectaba para levantarse temprano de la cama. A lo largo de su vida adulta siempre se levantó con la primera luz del día, sin importar lo que hubiese pasado antes.

James Joyce se describía a sí mismo como “un hombre de escasa virtud, propenso a la extravagancia y al alcoholismo”. No obstante, era organizado para trabajar. Se despertaba al mediodía pero aprovechaba la tarde para escribir o trabajar como profesor de piano.

A quien tampoco le costaba trabajar era a Simone de Beauvoir. Aunque en vez de repartir su tiempo de trabajo con la juerga, lo hacía con amistades y vínculos amorosos.

Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, también era un devoto al trabajo. Tenía todo organizado: atender pacientes por la mañana, almuerzo fijo a la una, una caminata y luego más pacientes hasta la cena con la familia.

Similar era Joan Miró, quien tuvo una rutina diaria planificada y sostenida durante gran parte de su vida. Esto se debió a dos motivos. Primero, le molestaba sufrir interrupciones por lo que se organizaba con tal de que no le sucedieran. Segundo, tenía miedo de volver a caer en la depresión que sufrió de adolescente.

Carl Jung era otro de los que tenía su vida dedicada a la labor. Sin embargo, durante 12 años construyó una gran casa pero con escasos lujos cerca del pueblo de Bollingen, Suiza. Así pudo escapar y descansar del trajín que padecía en la ciudad.

A Agatha Christie siempre le resultó difícil considerarse escritora. Siempre se sintió una ama de casa que escribía esporádicamente en momentos de trance. Esto tiene una explicación: no tenía un lugar ni un momento específico para redactar. Lo hacía cuando le brotaba.

Para romper con la monótona y aburrida rutina de viajar y dormir en hoteles anónimos constantemente, Louis Armstrong se organizó de la siguiente forma: llegaba a los conciertos dos horas antes para prepararse, tocaba y luego saludaba a amigos y fans. Por último, se retiraba al hotel.

Quien encontró la motivación al practicar la masturbación fue el escritor Thomas Wolfe. Explicaba que luego de hacerlo conseguía redactar con “asombrosa rapidez, facilidad y seguridad”.

En tanto que el compositor Morton Feldman logró la mejor versión de sí mismo al copiar lo que iba escribiendo. Así, procesaba dos veces lo que hacía: al componerlo y al reescribirlo.

Durante su estancia en Estados Unidos, Albert Einstein fue una celebridad en la Universidad de Princeton. No obstante, nunca abandonó su simple rutina: desayunar, trabajar, detenerse para almorzar y dormir una siesta, trabajar desde casa y cenar.

Cuarta parte: 1950 a 2000

El guionista y director Ingmar Bergman sostenía que trabajar en el cine es grabar ocho horas al día para que luego solo se utilicen tres minutos en la película. Por eso tuvo el mismo horario durante décadas: levantarse a las ocho, escribir desde las nueve hasta el mediodía y luego comer de manera austera para retomar el trabajo.

Quien también respetaba sus rutinas era el psicólogo conductista Burrhus Frederic Skinner. Aunque iba mucho más allá que Bergman. Controlaba sus horarios de trabajo y hasta el simple proceso de hacer café con un temporizador.

Mientras que la escritora Ann Beattie considera que se desempeña mejor de noche. “Realmente pienso que nuestros cuerpos se rigen por relojes diferentes. Mis horas favoritas para escribir son entre la medianoche y las tres de la madrugada”, explicó.

El polo opuesto es su colega Günter Grass: “Nunca, nunca por la noche. No creo en escribir de noche porque resulta demasiado fácil. Cuando lo leo por la mañana, descubro que no es bueno. Necesito la luz del día para empezar”.

La rutina de Arthur Miller era bastante particular. Según declaró en una entrevista, consistía en levantarse, ir a su estudio y escribir. Lo singular era que luego la rompía. Al repetirlo tantas veces, cambiar la rutina se transformó en una rutina en sí mismo.

Parecido a lo de Umberto Eco. El filósofo y novelista italiano asegura que no se ata a ninguna rutina para poder escribir. Ha dicho que para él “sería imposible tener un horario”: “Puede ocurrir que empiece a escribir a las siete de la mañana y termine a las tres de la madrugada, parando solo para comer un bocadillo. A veces no siento en absoluto la necesidad de escribir”.

Otro que busca romper la rutina es Woody Allen. Mejor expresado, busca no estancarse en ninguna. Encuentra mucha ayuda en cambios momentáneos como darse una ducha o trasladarse a otra habitación. Así encuentra energía creativa.

En tanto que el director David Lynch afirma que le agrada que “las cosas tengan su orden”. Durante siete años asistió a la misma hora al mismo restaurante para conseguir batidos y café con mucho azúcar. Eso lo activaba. Asimismo, obtenía ideas a través de la meditación trascendental.

Chuck Close ha declarado que, en un escenario ideal, “trabajaría seis horas al día, tres por la mañana y tres por la tarde”. No obstante, sus obligaciones se lo impiden. Por lo tanto, tiene que hacer las tareas sin perder tiempo: “La inspiración es para los amateurs. Los demás simplemente llegamos y nos ponemos a trabajar”.

Esto coincide con lo que sostiene John Adams. “La mayoría de la gente auténticamente creativa tiene hábitos de trabajo muy, muy rutinarios y no particularmente glamourosos”, señala dejando entrever que al éxito solo lo precede el esfuerzo.

La rutina de Andy Warhol tenía como sustento la mañana. Especialmente gracias a las llamadas que le hacía a su amigo Pat Hackett. Desde 1976 hasta su fallecimiento en 1987, lo ubicó para contarle con lujo de detalles todo lo que había hecho el día anterior.

Notas finales

“Rituales cotidianos: cómo trabajan los artistas” nos permite conocer un lado B de grandes pensadores y creativos.

Todos conocemos algún dato biográfico de muchos de ellos, pero Mason Currey indaga sobre un flanco poco investigado.

Porque al fin y al cabo, lo que más nos interesa saber e imitar son sus rutinas y mañas para poder ser más creativos. Son los detalles los que les permiten ser así.

La conclusión de este libro es que hay maneras para todos los gustos. Desde los más exigentes hasta los más bon vivant.

Todos pueden sentirse identificados con un caso -o quizás más- de los presentados en este título.

Ahora solo queda ponerlos en práctica.

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¿Quién escribió el libro?

Nació en Honesdale, Pennsylvania, pero actualmente vive en Los Angeles, California, a donde llegó luego de estudiar en la Universidad de Carolina del Norte. Trabaja como escritor y editor del... (Lea mas)

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