Mujeres y Poder - Reseña crítica - Mary Beard
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Mujeres y Poder - reseña crítica

Mujeres y Poder Reseña crítica Comienza tu prueba gratuita
Sociedad y política y Historia y filosofía

Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro: 

Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.

ISBN: 

Editorial: Editorial Crítica

Reseña crítica

En este libro Mary Beard muestra, con ironía y sabiduría, cómo la historia ha tratado a las mujeres y personajes femeninos poderosos. 

Beard explora los fundamentos culturales de la misoginia, considerando la voz pública de las mujeres, las suposiciones culturales sobre la relación que tienen con el poder y cuánto se resisten las mujeres poderosas a ser sometidas a un patrón masculino.

¿Te animas a descubrir este maravilloso libro? ¡Vamos!

Desde el comienzo de los tiempos

La Odisea de Homero es la historia de Telémaco, hijo de Ulises y de Penélope, la historia de su desarrollo personal. Cuenta cómo va madurando a lo largo del poema hasta convertirse en un hombre. 

Este proceso empieza en el primer canto del poema, cuando Penélope desciende de sus aposentos y se encuentra con un aedo que canta, para la multitud de pretendientes, las vicisitudes que sufren los héroes griegos en su viaje de regreso al hogar. 

Como este tema no le agrada, le pide ante todos los presentes que elija otro más alegre, pero en ese mismo instante interviene el joven Telémaco: “Madre mía vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca ... El relato estará al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa”. 

Hay algo vagamente ridículo en este muchacho recién salido del cascarón que hace callar a una Penélope sagaz y madura, sin embargo, es una prueba palpable de que ya en las primeras evidencias escritas de la cultura occidental las voces de las mujeres son acalladas en la esfera pública.

Lo cierto es que una parte integrante del desarrollo de un hombre hasta su plenitud consiste en aprender a controlar el discurso público y a silenciar a las hembras de su especie.

Existe una relación entre este momento homérico clásico en el que se silencia a una mujer y algunas de las formas en que no se escuchan públicamente las voces de las mujeres en nuestra cultura contemporánea y en nuestra política, desde los escaños del Parlamento hasta las fábricas y talleres.

El discurso público y la oratoria no eran simplemente actividades en que las mujeres no tenían participación, sino que eran prácticas y habilidades exclusivas que definían la masculinidad como género.

En el mundo clásico hay solo dos importantes excepciones de esta abominación respecto a las mujeres que hablan en público, y de igual manera sucede cuando nos detenemos en las tradiciones modernas de oratoria en general: las mujeres tienen licencia para hablar en público en los mismos ámbitos: ya sea en apoyo de sus propios intereses sectoriales o para manifestar su condición de víctimas.

La voz pública de las mujeres

Examinemos cómo podría relacionarse esta situación con el abuso al que, incluso hoy en día, están sometidas muchas mujeres que sí hablan, y la conexión entre pronunciarse públicamente a favor de un logo femenino en un billete bancario, las amenazas de violación y decapitación en Twitter, y el menosprecio de Telémaco hacia Penélope.

Las mujeres, incluso cuando no son silenciadas, tienen que pagar un alto precio para hacerse oír. El arrebato de Telémaco no fue más que el primer caso de una larga lista de fructuosos intentos no solo por excluir a las mujeres del discurso público sino también por hacer ostentación de esta exclusión.

Cuando las mujeres defienden una cuestión en público, cuando sostienen su posición, cuando se expresan, ¿qué es lo que se comenta? Las califican de “estridentes”; “lloriquean” y “gimotean”. Apuntalan una expresión que sirve para despojar de autoridad, fuerza e incluso humor, aquello que dicen las mujeres.

Se da el caso de que cuando los oyentes escuchan una voz femenina, no perciben connotación alguna de autoridad o más bien no han aprendido a oír autoridad en ella.

Para una parlamentaria, ser ministra de Igualdad (o de Educación o Sanidad) es algo muy distinto que ser ministra de Hacienda, cargo que hasta el momento no ha sido ocupado por ninguna mujer en el Reino Unido. 

En todas las esferas observamos una tremenda resistencia a la intrusión femenina en el territorio discursivo tradicionalmente masculino. Claro está en temas referidos al fútbol y las mujeres comentaristas de un partido en la TV, o inclusive debates políticos donde lo que se trata son “políticas masculinas”, donde las mujeres no pueden ni deben entrometerse. 

Un aspecto todavía más interesante es la conexión cultural que se pone de manifiesto cuando una mujer defiende opiniones impopulares, polémicas o simplemente diferentes posturas frente a las de un hombre. En este caso se consideran indicativas de su estulticia. No es que uno esté en desacuerdo con ella, es que es tonta.

Pareciera que poco importa el enfoque que una adopte, porque si se adentra en territorio tradicionalmente masculino, el ataque llega indefectiblemente, y lo que lo provoca no es lo que se dice, sino el simple hecho de decirlo.

Mujeres en el ejercicio del poder

¿Cómo hemos aprendido a mirar a las mujeres que ejercen el poder o que tratan de ejercerlo? ¿Cuál es el sustrato cultural que alimenta la misoginia en la política o en los puestos de trabajo y cuáles son sus formas (qué clase de misoginia, a quién o a qué va destinada, qué palabras o imágenes utiliza y con qué efectos)? ¿Cómo y por qué excluyen a las mujeres de las definiciones convencionales de “poder”? O lo que es lo mismo, de “conocimiento”, “pericia” y “autoridad” que llevamos a cuestas? 

Afortunadamente, hoy en día hay más mujeres en lo que podríamos considerar puestos “de poder” que las que había hace diez años, ya sea en el ejercicio de cargos políticos, de consejeras, de jefas de policía, de gerentes, de presidentas ejecutivas de empresas o de lo que sea: pero siguen siendo una clara minoría.

Nuestro modelo cultural y mental de persona poderosa sigue siendo irrevocablemente masculino, puesto que si cerramos los ojos y conjuramos la imagen de alguien que ocupa una presidencia o que ejerce la docencia, lo que la mayoría ve no es precisamente a una mujer. 

Esto ocurre incluso si quien imagina es una mujer: el estereotipo cultural es tan fuerte que, aun como fantasía o ensueño, resulta difícil imaginarse, a una misma o a alguien como una, en ese papel. 

No tenemos ningún modelo del aspecto que ofrece una mujer poderosa, salvo la que se parece más bien a un hombre. La convención del traje pantalón, o como mínimo de los pantalones, que visten tantas líderes políticas, desde Angela Merkel hasta Hillary Clinton, puede ser cómoda y práctica. 

Esta forma de vestir puede que sea indicativa del rechazo a convertirse en un maniquí, destino de muchas de las esposas de los políticos, pero también puede que sea una táctica para que las mujeres parezcan más viriles y así poder encajar mejor en el papel del poder.

Por fuera de la estructura

Las mujeres todavía son percibidas como elementos ajenos al poder. Podemos desear sinceramente que accedan a él o podemos, por vías a menudo inconscientes, tacharlas de intrusas cuando lo consiguen.

Las metáforas que utilizamos en relación con el acceso al poder por parte de las mujeres hacen hincapié en su exterioridad: “llamar a la puerta”, “asaltar la ciudadela”, “romper el techo de cristal”, o simplemente “darles un empujón”.

Es habitual pensar que las mujeres que ocupan cargos de poder están derribando barreras o apoderándose de algo a lo que no tienen derecho.

Si observamos a algunas de las mujeres que lo han conseguido, veremos que las tácticas y estrategias que hay detrás de su éxito no se limitan a copiar expresiones masculinas. Un elemento que comparten muchas de estas mujeres es la capacidad de convertir los símbolos que normalmente despojan de poder a las mujeres en una ventaja a su favor. 

Pasa a menudo que las mujeres en el ejercicio del poder, logran adelantarse a los pensamientos patriarcales, y toman cartas en el asunto. Margaret Thatcher lo hizo con sus bolsos, de manera que al final el accesorio más estereotípicamente femenino se convirtió en un verbo de poder político: en el sentido figura de “correr a bolsazos”.

Pues bien, si no percibimos que las mujeres están totalmente dentro de las estructuras de poder, entonces lo que tenemos que redefinir es el poder, no a las mujeres.

Hemos centrado hasta el momento la atención en la política y los políticos, en los periodistas, pero esto ofrece una versión muy limitada de lo que es el poder. Puesto que se lo correlaciona con el prestigio público (o en algunos casos con la notoriedad pública).

Se trata de un poder de “gama alta”, en el sentido tradicional, y vinculado a la imagen de “techo de cristal”, que no solo sitúa a las mujeres fuera del poder, sino que imagina a las pioneras como supermujeres de éxito a las que solo unos pocos vestigios de prejuicio masculino les impidieron alcanzar la cima.

Este no es el modelo de la mayoría de las mujeres que, sin pretender ser presidentas, todavía sienten, y con razón, que deben participar en el poder.

Además, puede suceder que en algunos lugares, la presencia de un número importante de mujeres en la toma de decisiones, es indicio de que el poder no se encuentra precisamente allí.

Numerosos estudios apuntan a que el papel de las mujeres políticas consiste en promover leyes que favorecen a “sus intereses” (la atención a la infancia, la igualdad salarial y la violencia doméstica).

Estas cuestiones no deben percibirse como temas de mujeres, ni sería lo ideal que estos sean los motivos principales por los que queremos mayor presencia femenina en los parlamentos.

Las razones son mucho más elementales: es flagrantemente injusto dejar a las mujeres al margen, sean cuales fueren los medios inconscientes que las guían; y sencillamente no podemos permitirnos prescindir del conocimiento de las mujeres, ya sea en tecnología, economía o asistencia social.

No es fácil hacer encajar a las mujeres en una estructura que, de entrada, está codificada como masculina: lo que hay que hacer es cambiar la estructura. Y eso significa que hay que considerar el poder de forma distinta.

Hay que separarlo del prestigio público, pensar de forma colaborativa, hacer hincapié en el poder de los seguidores y no solo de los líderes. Significa, sobre todo, pensar en el poder como atributo o incluso como verbo (“empoderar”), no como una propiedad.

Las mujeres tienen el derecho a ser tomadas en serio, en conjunto e individualmente. Es el poder en este sentido el que muchas mujeres perciben que no tienen y que lo quieren. ¿Por qué se ha hecho tan popular la expresión mansplaining? El rechazo que sienten muchos hombres al respecto se debe a que para las mujeres esto da directamente en el blanco.

Apunta a lo que se siente cuando a uno no se le toma en serio. Para cambiar la estructura falta mucho, pero de a poco se van dando algunos pasos que vislumbran un futuro más justo.

Notas finales

No es solo que las mujeres tengan más dificultades para triunfar, sino que se las trata con mayor severidad si alguna vez mete la pata. Hay que ser más permeables con el error de las feminidades.

A las mujeres se les ha concedido una voz muy limitada, sobre todo en lo relativo a plantear cuestiones acerca del trato y los abusos recibidos en calidad de mujeres. El movimiento #MeToo ha hecho ruido y recorrió todo el planeta pero todavía falta mucho para convertirlo en acción práctica.

La causa principal del acoso que sufren las mujeres, y la causa principal del silencio de tantas, sin dudas reside en las estructuras de poder. Dicho esto, el único remedio eficaz consiste en cambiar dichas estructuras.

Mientras no aumente el número de mujeres directoras de las mejores películas de Hollywood (que en 2017 no llegaron al 10%) los hombres seguirán siendo los guardianes del éxito en la industria cinematográfica, y quedará limitado el efecto de las voces de las mujeres acerca de la cultura sexual, por más alto que el Me Too haya resonado.

El “poder” tiene muchos significados en el mundo del Me too, y uno de ellos es, sin duda, el de conferir autoridad a las mujeres para que cuenten sus historias sin miedo. Pero también significa tener el poder para desafiar y cambiar los relatos que han proporcionado a estos hombres abusivos coartadas que muchos de ellos, se han llegado a creer.

El objetivo fundamental para el futuro, no es solo procurar que el culpable reciba castigo, sino también asegurarse de que estas historias autocomplacientes dejen de parecer verosímiles, incluso a aquellos que se las cuentan a sí mismos. 

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¿Quién escribió el libro?

Mary Beard es una reconocida historiadora británica especializada en estudios clásicos. Asimismo, imparte clases en prestigiosas instituciones académicas como la Universidad de Cambridge, el Newham College y... (Lea mas)

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