Los Hornos De Hitler - Reseña crítica - Olga Lengyel
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Los Hornos De Hitler - reseña crítica

Los Hornos De Hitler Reseña crítica Comienza tu prueba gratuita
Historia y filosofía

Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro: 

Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.

ISBN: 

Editorial: Diana México

Reseña crítica

Este relato nace de la pluma de Olga Lengyel, enfermera rumana que sobrevivió al Holocausto, aunque perdió a sus padres y sus dos hijos en los campos de concentración de Auschwitz-Birkenau. La autora fue testigo de cargo en el histórico juicio de Bergen-Belsen, donde se condenaron a decenas de nazis, y se encargó de narrar con sus memorias los horrores del Tercer Reich. Conocer nuestro pasado es una actitud política irremplazable que todos debemos practicar. Es lo único que puede evitar que cometamos los mismos errores en el futuro. Buena lectura.

Contexto histórico

Olga comienza su narración en 1944 en la ciudad de Cluj, capital de Transilvania, donde vivía con su familia. Este territorio perteneció a Rumania hasta 1940, cuando fue anexado por Hungría a partir del Laudo de Viena.

Su esposo era Miklos Lengyel, director de su propio hospital, un establecimiento moderno que habían construido con mucho esfuerzo. En él, Olga trabajaba como enfermera. Juntos, tenían dos hijos pequeños, Thomas y Arved.

Además, vivían con los padres de Olga y su padrino, el médico y profesor Elfer Aladar. Tanto éste como su padre permanecían en el sanatorio familiar por sufrir enfermedades graves.

Los primeros años de la Segunda Guerra no afectaron a la familia Lengyel, aunque sí asumieron una posición política, recibiendo refugiados polacos en su casa. Por la falta de transparencia de los medios de comunicación, recién en 1943 supieron de las atrocidades que estaban cometiendo los alemanes, aunque no creyeron que fueran más que exageraciones e intentos de sembrar el miedo entre los opositores al régimen.

Para ese momento, el Imperio Alemán dominaba gran parte de Europa. El sistema aplicado en cada país consistía en perseguir a los hebreos con la complicidad de los cristianos, quienes luego de ser engañados también eran acorralados. El objetivo era exterminar a más de 11 millones de judíos que habitaban en los territorios ocupados.

Entre las atrocidades realizadas por los nazis se encontraban las violaciones de mujeres y niñas, incluso bebés; los miles de fusilamientos; las castraciones; y la práctica de la eutanasia sobre personas inválidas, enfermos terminales y aquellos que poseían trastornos mentales.

Bajo el mando de Hitler, los nazis necesitaban adorar a un Dios pagano que aceptara los crímenes, torturas y tratos inhumanos que practicaban: ese era Wotan, también conocido como Odín, el Dios tuerto de la mitología nórdica. El infame dictador propagaba la idea de que la raza aria era la única con el derecho a subsistir en el mundo: “Deutschland über alles”, Alemania sobre todo.

La Gestapo era la policía secreta oficial de Alemania. Responsable de gran parte de los actos inhumanos cometidos, también se dedicaba a formular listas con personas importantes que tenían opiniones o practicaban actividades contrarias al régimen. Una de ellas incluía el nombre del doctor Miklos Lengyel.

El tren del terror

A principios de 1944, la vida de los Lengyel cambió para siempre. Por la traición del doctor Osvath, médico que prestaba servicios en el hospital de la familia, Miklos fue llamado a un interrogatorio en la estación de policía. Olga fue convocada por el propio Osvath, quien trabajaba secretamente para los alemanes.

El traidor la obligó a firmar documentos donde los Lengyel afirmaban que le vendían el sanatorio. Si no lo hacía, su esposo sería asesinado. También se vieron forzados a entregar su casa y todos sus objetos de valor. Incluso debieron trasladar a su padrino a otro hospital, quien ya se encontraba en grave estado y murió poco después en soledad.

No pasó mucho tiempo para que los Lengyel percibieran que estaban siendo vigilados por las SS, organización militar al servicio de Hitler. Las opciones eran dos: cruzar la frontera hacia Rumania clandestinamente, donde la resistencia estaba lista, o esconderse en la granja de un amigo.

En el último mes, la familia convivió con la hermana de Miklos y sus tres hijas. Ante la negativa de las sobrinas de arriesgarse a cualquiera de las opciones de escape, los Lengyel permanecieron en Cluj para resignarse a su destino. Curiosamente, hasta el último momento, Olga demostró tener un cierto resquicio de esperanza al pensar que su familia permanecería sana y salva.

Pero el día fatal no se hizo esperar demasiado. El doctor Lengyel fue citado a una junta médica en la estación de policía. Poco después, Olga recibió la noticia de que iba a ser deportado. Negada a ver a su familia separada por la guerra y aconsejada por Konczwald, médico en jefe de la policía, decidió unirse a su esposo y llevar consigo a sus padres e hijos.

Infelizmente, la traición aparecería una vez más. En lugar de tener un nuevo comienzo, los Lengyel tomaron un tren interminable hacia el exterminio, junto con una multitud de vecinos y amigos que también habían caído en la trampa.

El viaje fue una pesadilla. Un total de 96 personas hacinadas en un vagón de ganado apto para transportar ocho caballos. Ocho días donde vivieron con apenas gotas de agua entre desechos, enfermos y los cadáveres de aquellos que no aguantaron el sufrimiento. Aunque ninguno imaginaba las atrocidades que aguardaban en su destino.

Los campos de exterminio de Auschwitz-Birkenau

Los deportados llegaron a un lugar macabro, rodeado de postes de cemento y alambrados con púas electrificados. Se encontraban en el campo de exterminio de Birkenau, a 65 km al oeste de Cracovia. Del otro lado de las vías estaba Auschwitz, otro campo de concentración.

La región albergaba cientos de miles de almas condenadas a la esclavitud y la muerte. Se congregaban prisioneros de todas las nacionalidades y clases sociales: polacos, rumanos, húngaros, franceses, ucranianos, griegos, checos; judíos, cristianos, gitanos.

Apenas bajaron del tren, los deportados recibieron la orden de mantener una disciplina estricta y fueron despojados de las pocas pertenencias que aún tenían.

Pocos minutos después, los Lengyel fueron separados. Olga, su madre y sus hijos por un lado; su padre y Miklos por otro. El grupo de Olga fue dividido en dos. Los comandantes realizaban una selección, enviando a algunos a la derecha y a otros a la izquierda.

Al ser designada con el grupo de la derecha, Olga entendió que se vería obligada a realizar trabajos forzados. Por ese motivo, le rogó a los alemanes que dejaran que su hijo Arved y su madre pudieran unirse al otro grupo, donde se encontraban Thomas y el resto de niños y ancianos. Con el tiempo, Olga descubriría que los había condenado a morir en la cámara de gas.

Olga y el resto de las mujeres de su grupo fueron obligadas a desnudarse, entregar sus papeles y someterse a un examen oral, rectal y vaginal. Fueron rapadas y depiladas, y apenas recibieron harapos inmundos como ropa carcelaria.

La escritora fue designada a una barraca junto con otras 1500 mujeres. Eran forzadas a dormir en una especie de jaula de madera que medía tres metros por poco más de uno y medio, donde se amontonaban alrededor de 20 personas.

El suelo era de tierra, había goteras en el techo y debían destinar la mísera cantidad de 20 vasijas tanto para hacer sus necesidades como para comer. La comida, a propósito, era una mezquina ración de azúcar de remolacha o margarina, o una sopa putrefacta donde podían encontrar desde objetos aleatorios hasta ratas. Vivían prácticamente como animales.

La enfermería

Todos los días, los presos debían formar filas para las selecciones, donde se elegían a las próximas víctimas de los crematorios. Asistían a ellas algunos de los nombres más despreciables del régimen, como la supervisora Irma Grese y el doctor Josef Mengele, famoso por sus experimentos con humanos.

Algunos días después de llegar, Olga se vio horrorizada luego de que un prisionero le dijera que su madre y sus hijos debían haber muerto el mismo día que fueron separados. Los asesinaron en la cámara de gas e incineraron sus cuerpos en el crematorio, conocido entre los presos como la “panadería”.

Los campos de concentración funcionaban a toda máquina. Cada día se exterminaban unas 24 mil personas. Olga descubrió que la grasa humana producto de las altas temperaturas de la cámara de gas era utilizada para fabricar jabón, e incluso sugirió la posibilidad de que la carne de los muertos fuera empleada en la producción del salchichón que se distribuía en los campos.

Desesperada, decidió buscar a su marido hasta encontrarlo. Estaba tan demacrado como ella. Pudieron conversar algunas pocas palabras antes de ser golpeados y separados por los guardias. “Ellos ya están derrotados. ¡Pronto nos volveremos a ver! ¡Valor!”, fueron las palabras que Miklos le gritó mientras se alejaba.

Al cabo de algunas semanas, se anunció la incorporación de una enfermería. Por su experiencia, Olga fue designada como miembro del personal. Con esa responsabilidad, tuvo acceso a ciertos privilegios -que lejos estaban de ser considerados como tales por cualquier persona ajena a la realidad de los campos-, como dormir en una dependencia con apenas cuatro mujeres, la posibilidad de asearse y libertad para ir al baño.

Entre las miles de pacientes que recibían todos los días, también asistían a algunos hombres que trabajaban en los campos de mujeres. Uno de ellos fue un francés al que Olga se limita a llamar como “L”. Este trabajador se volvió casi la única fuente de información confiable para las enfermeras.

“L” le dio a Olga un propósito para vivir. Por su lugar de privilegio, le encomendó las tareas de divulgar las noticias del exterior entre las prisioneras y actuar como oficina de correos, recibiendo y entregando cartas y paquetes. Además, le encargó observar todo lo que sucedía en Auschwitz-Birkenau: “Más adelante escribiremos todo lo que hemos visto. Cuando termine la guerra, el mundo tiene que enterarse de esto”. Olga se había convertido en parte de la resistencia.

La resistencia

El avance del Ejército Rojo dio esperanza a los prisioneros. Dentro del campo, la resistencia actuaba a través de sus miembros, distribuidos en diversas áreas de trabajo. No se conocían entre sí, pero tenían métodos para identificarse.

Lograban desviar mercancías con destino a Alemania para beneficiar a los prisioneros, pasaban cartas de un campo a otro de manera clandestina, reunían familiares y difundían noticias a través de un “periódico hablado”.

El problema era que, cuando se descubría un acto de rebeldía, los alemanes se guiaban por la “responsabilidad colectiva”, y castigaban a todos por igual. Eso explica el número tan bajo de sublevaciones abiertas en la historia del campo.

Sin embargo, el 7 de octubre de 1944 la resistencia consiguió explotar uno de los crematorios. Olga fue una de las encargadas de transportar los explosivos. El acontecimiento desencadenó un descontrol donde varios prisioneros lograron fugarse.

A pesar de que las represalias se endurecieron desde ese momento, el hecho de que aquello hubiera sucedido era una prueba de que las cosas estaban cambiando en Auschwitz-Birkenau. Mientras tanto, en el exterior, París había sido liberada del dominio nazi.

Reencuentro y libertad

Después de meses de intentar localizar a su esposo, Olga obtuvo el dato de que estaba trabajando en el campo de Buna como cirujano del hospital, a más de 40 km de Auschwitz. Exultante, decidió hacer todo lo posible para verlo.

Logró escabullirse entre un grupo de prisioneros esquizofrénicos que iban a ser examinados en Buna y, finalmente, se encontró con Miklos. Las pocas palabras que pudieron intercambiar fueron de aliento, reforzando la idea de que tenían que sobrevivir para contar al resto del mundo todo lo que habían sufrido.

Fue la última vez que se vieron. Tiempo después, el campo de Buna fue evacuado. Luego de intentar ayudar a un enfermo que había quedado rezagado y, contrariando las órdenes alemanas, Miklos fue baleado, muriendo en el acto.

En enero de 1945, viendo que la llegada de los rusos era inminente, los nazis organizaron un convoy de 6000 presas para abandonar el campo. Olga fue una de ellas. En el medio del camino, logró fugarse.

Con la ayuda de algunos habitantes de los pueblos aledaños, pudo mantenerse a salvo. Las tropas del Ejército Rojo tomaron el pueblo donde se estaba refugiando y Olga pudo ser, finalmente, libre.

Notas finales

Faltan palabras para describir las atrocidades inhumanas realizadas por los nazis. Olga Lengyel consigue ilustrar el horror de manera tal que no queda espacio para las dudas sobre la culpabilidad de los involucrados.

Después de la lectura de este microlibro o de su versión completa, entenderás que es nuestra responsabilidad evitar que un episodio similar se repita. La historia está ahí para advertirnos. Debemos ser lo suficientemente humanos para saber escucharla.

Consejo de 12min

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¿Quién escribió el libro?

Olga Lengyel fue una enfermera rumana víctima sobreviviente del Holocausto. Fue deportada junto a su familia al campo de concentración de Auschwitz en 1944. A su llegada, sus padres e hijos fueron asesinados; su esposo moriría meses después.... (Lea mas)

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