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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro:
Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.
ISBN: 9786077638957
Editorial: Penguin Random House Grupo Editorial SA de CV
Viajar a través de un libro es posible. La pluma del talentoso Alberto Lati nos transportará a los lugares donde él estuvo. Contextualiza tan bien los diferentes hechos históricos del deporte a los que asistió que el libro termina excediendo al propio deporte. Fútbol, historias y pujas para entender a las sociedades. ¡Prepara tu pasaporte!
“Grecia cree con fervor bizantino. Europa se ha convertido en la Troya de estos navegantes y se construirá cuanto caballo sea necesario para bloquear la portería propia y penetrar la rival”.
Lo que sucedió en el verano de 2004 será inolvidable para los griegos. Además de albergar los Juegos Olímpicos, fueron contra viento y marea en la Eurocopa celebrada en Portugal.
Comandados por el alemán Otto Renhagel y con nombres como Karagounis, Nikopolidis y Charisteas, superaron una difícil fase de grupos contra todo pronóstico.
Pero la ilusión fue creciendo aún más. Vencieron a la Francia de Zidane y a la República Checa de Nedved para llegar a la final contra el anfitrión.
Ni Figo ni Cristiano Ronaldo intimidaron a la selección helénica, que terminó festejando por 1-0 para meter uno de los batacazos más grandes de la historia del deporte.
“Si Troya es la madre de todas las batallas, ésta ha de ser la madre de todas las sorpresas”. Así definió el momento Alberto Lati, que presenció el partido desde Atenas.
Un país tan apasionado por el fútbol pero con poca tradición en él a nivel internacional, se consagró como el mejor de Europa.
“Entre los múltiples estereotipos que pesan sobre Alemania está considerarla nación uniforme y poco variada”, remarca el autor.
Las diferencias son cubiertas por un enorme sentido colectivo que reina en la sociedad alemana. Los regionalismos se disipan por una gran fuerza grupal.
Las rivalidades entre ciudades como Núremberg y Múnich son de larga data. Estas dos, en particular, han llevado sus cruces al fútbol.
Si bien ambas son de Baviera, Núremberg se siente de Franconia -territorio anexado a Baviera por Napoleón- y detesta a Múnich.
Lotthar Matthaus puede dar fe de esta rivalidad. Nació a 20 kilómetros de la ciudad más importante de Franconia y fue contratado como entrenador del club local 1. F. C. Núremberg.
Pero los dirigentes obviaron que había jugado para el Bayern Múnich, el eterno rival. Los hinchas claramente no. Tras mostrar su enfado y ejercer presión, a la comisión directiva no le quedó otra que desistir de su fichaje.
Pasa también con las disputas entre la cuenca del Ruhr (protestante e industrial) con la propia Baviera (católica, sureña y con mayor poder económico). O con el 10% de la población que es hijo de inmigrantes de lugares tan diversos como Turquía, Kurdistán, Ghana o Croacia.
“Sin embargo, es cuestión de que se establezca alguna causa común, como portar el mismo uniforme en la selección, para ver toda diferencia atenuada”, resume Lati.
“Una de las razones por las que solicitamos organizar los Olímpicos era mostrar una nueva Alemania… Luego la sombra negra del terrorismo cayó sobre los Juegos”, explica Hans-Jochen Vogel, alcalde de Múnich entre 1960 y 1972.
El 15 de septiembre de 1972, terroristas pertenecientes a la organización palestina Septiembre Negro secuestraron a atletas israelíes en la Villa Olímpica de la capital bávara.
“Optamos por convencer a los terroristas de que aceptábamos su demanda de ser llevados con los rehenes a El Cairo”, siguió contando Vogel. “Un avión fue puesto en posición en el aeropuerto militar de Fuerstenfeldbruk, a donde los llevamos en helicóptero; ellos pensaban que iban al aeropuerto de Múnich”.
Allí sucedió una fatal balacera. Entre el secuestro y la masacre del aeropuerto murieron once atletas, cinco terroristas y un policía alemán.
“Viajé a Tel Aviv, estuve ahí para los funerales y era una gran tristeza: de nuevo habían sido asesinados judíos en territorio alemán y yo era quien representaba a la ciudad de Múnich. Aquí habían vuelto a morir, era algo desgarrador, no habíamos podido garantizar su seguridad”, concluyó el antiguo político.
Lo que sucede en la cancha del Sankt Pauli es lo que menos importa dentro de ese club. Todo lo que lo rodea es lo verdaderamente valioso. Y por eso es una institución realmente diferente.
Está ubicado en el barrio portuario homónimo de la ciudad de Hamburgo, con una importante vida nocturna y bohemia. Allí es donde empezaron a hacerse conocidos los Beatles.
Hasta que a finales de los años ‘70, el punk invadió al puerto y, por lo tanto, al club. Desde ahí empezó a ganar adeptos en todo el mundo.
La institución sustituyó a su escudo por una bandera pirata, se involucró de lleno en la ideología de izquierda -hasta hizo pretemporadas en Cuba-, empezó a ser activista por los derechos humanos y también por las causas ecologistas.
“Se convirtió en pilar de la lucha germana contra el fascismo dentro y fuera de los estadios”, destaca Lati.
En el Millerntor-Stadion “se defiende con fervor punk una forma de vivir representada por 11 futbolistas”.
Alberto Lati dice algo complicado. “Entre los estereotipos y las realidades: ni lo que los europeos construyeron tras destruir, ni lo que los africanos inventaron tras olvidar: a mitad de camino entre el parque temático y el mundo salvaje: África”.
Europa colonizó, aniquiló y se dividió el continente a su antojo. Impuso a través de la violencia que África fuera un todo. “Y decirlo duele”, comenta el autor.
Pero en 2010 el Mundial no fue de Sudáfrica. Se trató de un evento que representó a todo el hemisferio.
Tratando de descubrir cómo es África, Lati dialogó con un mesero de Zimbabwe en Johannesburgo.
“África no está parada como ustedes piensan: nos movemos, hermano. Sí hay animales, pero no vivo con elefantes caminando frente a mi casa. Amamos la naturaleza, pero no brinco a un árbol para bajar la fruta de mi desayuno”, dijo al respecto el camarero -que en su país era profesor universitario-.
El mexicano concluye que esta compleja idea de Sudáfrica, “por más difícil y ambicioso que sea el proyecto, sí intenta pertenecer a todos los africanos. Aunque decir África confunda y abra heridas de imposible cicatrización”.
Jean-Marc Bosman. Ese es el nombre del protagonista de este capítulo.
“Y sus demandas son ahora ley universal. Su inconformidad como trabajador del fútbol superó toda frontera. Sus exigencias, por ilusas o inviables que en su momento parecieran, rigen desde hace varios años a este deporte”, cuenta Lati.
A partir de su caso, cambió el armado de los equipos europeos, la forma de hacer traspasos y hasta la esencia de la Champions League.
Gracias a su reclamo se modificaron dos cosas a favor de los jugadores. Por un lado, eliminar el límite de futbolistas con pasaportes de la Unión Europea en los clubes bajo esta organización.
Por el otro, suprimir el pago de traspasos por jugadores que ya habían finalizado contrato.
Al fin y al cabo, era de lo que hablaba la flamante Unión Europea (entró en vigor en 1993): “libertad de empleo para sus integrantes en todo confín de la misma”.
La historia de Bosman se dio en 1990, cuando el Lieja quiso renovar su contrato con una considerable reducción salarial. El belga no acordó y decidió irse al Dunkerque francés
Por las normas que regían en ese momento, el Lieja exigió el pago por el traspaso. O el Dunkerque pagaba o aceptaba quedarse en el club con un sueldo 70% inferior al que tenía.
Así que recurrió a la justicia. Allí estuvo durante cinco años, hasta que en diciembre de 1995 falló a su favor.
Su carrera prácticamente terminó. Pero fue el inicio de un cambio radical en el mundo futbolístico.
“Londres es la ciudad en la que es posible estar en una sala viendo la presentación de la aristocrática regata Oxford-Cambridge, y escuchar vedas en el cuarto vecino donde se efectúa una boda hindú”.
¿Qué tiene de maravillosa esta ciudad? Probablemente su diversidad y heterogeneidad.
A pesar de que los habitantes de la ciudad son tan variados que se podrían llenar todos los recintos de Londres 2012, casi todos estaban en contra de la organización de los Juegos Olímpicos.
De todos modos, la historia del Reino Unido está ligada al deporte. El fútbol, el boxeo, el tenis y el golf como los conocemos hoy en día comenzaron aquí.
También tuvieron un rol activo en los Juegos Olímpicos. En la aldea de Much Wenlock se germinó la idea de los Juegos modernos que luego llevaría a cabo Pierre de Coubertin. Mientras que en el hospital Stoke Mandeville nació el paralimpismo.
Además, como en Londres se hablan 304 idiomas es muy posible que los deportistas de todos los países tengan aficionados a su favor.
El lugar elegido para el 2012 fue el East End. Se trata de un barrio olvidado, hogar de un crisol de culturas -en gran parte- marginadas. Sin embargo, cuenta con un espíritu llamativo. Aquí se repelió la marcha fascista de Oswald Mosley y sus Camisas Negras.
En Belfast la lluvia aparece y desaparece de manera constante. Quizás como un reflejo de los dolores heredados que acarrea Irlanda del Norte.
“Que las heridas británicas de la ruptura religiosa se suman a diversas cicatrices abiertas que aún hoy siguen supurando aquí. Que las llagas de un pueblo dividido solo se perciben en su completa dimensión cuando se atreve uno a convivir con su hedor, señalando ese muro llamado eufemísticamente Peace Lines o ‘Líneas de paz’”, dice Lati.
De un lado de ese muro se pueden ver banderas británicas y camisetas del Glasgow Rangers, club protestante que apoya la causa británica.
Del otro, banderas tricolores irlandesas, camisetas del Celtic -el club católico de Escocia- y murales agradeciendo la lucha del IRA.
Diferente es Dublín, la capital de la República de Irlanda. Para Alberto es una belleza, un lugar que se jacta de su historia y alaba a la cerveza Guinness.
Viendo que la llama olímpica del 2012 pasó por Dublín -siendo que se iba a celebrar en territorio británico- y que la selección de rugby de Irlanda nuclea jugadores de las dos naciones, Lati explica que para entender a Belfast hay que olvidarse del pasado.
“Olvidarse de los antecedentes, abrazarse a una pinta de la cerveza más oscura (¡y tibia!), reírse con su festivo y rimado hablar, resignarse al muro y esperar que, si sucedió con el rugby, algo mejor podrá pasar, antorcha incluida”.
La Guerra de los Balcanes probablemente haya comenzado en el fútbol.
Para muchos croatas, la guerra comenzó en mayo de 1990 y no en 1991. Muchos destacan que la lucha por la soberanía de su país se dio en un derby entre el Dinamo Zagreb y el Estrella Roja de Belgrado.
En el estadio Maksimir se produjeron graves incidentes entre locales y serbios. Pero no quedó en las gradas: el crack Zvonimir Boban le dio una patada a un policía que parecía estar agrediendo a un fanático croata.
Desde la muerte del Mariscal Tito, Yugoslavia tambaleaba. Y este episodio público hizo que la tensión aumentara de forma drástica.
La rivalidad croata-serbia se vio reavivada cuando el himno yugoslavo fue pitado en Zagreb antes de un amistoso con los Países Bajos. También con la quema de una bandera en Split, en la previa de Hajduk - Partizan, el otro grande de Serbia.
Pasada la guerra, la tirantez siguió.
Bosnia llegó a tener tres torneos locales en simultáneo: uno para bosnio-musulmanes (o bosnio-bosnios), otro para bosnio-croatas y el restante para bosnio-serbios.
Pero también importa mucho la etnia, el idioma y la religión. Incluso más que la nacionalidad.
Puede verse en diferentes rivalidades, como en el clásico macedonio entre Sloga (de inmigrantes albaneses, musulmán) y el Vardar (de macedonios pro serbios, cristianos ortodoxos).
De todos modos, gracias a algunos pacifistas como Miroslav Blazevic, entrenador de Croacia en Francia 1998, las tensiones han disminuido con el paso del tiempo.
Era otro fútbol. “Un fútbol que contribuía a unir a la más compleja red de culturas, religiones, etnias, en una sola entidad política”, resume el autor.
Brasil es uno de los países que más devoción muestra por el fútbol en todo el mundo. Aunque especialmente lo hace hacia el balón. Se nota en su histórico estilo de juego y en las playas de su extenso territorio.
Sin embargo, la Copa del Mundo de 2014 trajo muchas polémicas. Lati señala que el evento le resultó incómodo a las tres partes implicadas:
La parte positiva fue que se vendieron entradas a nivel récord. Pero, al mismo tiempo, hubo algo negativo: la gente que adquirió entradas no representaba la enorme demografía del país. Eran blancos de clase alta. Quedaron afuera las minorías.
A modo de explicación, este pasaje de Lati -en diálogo con un chico de la favela de Vidigal que intenta ganarse unas monedas en Leblón- refleja fielmente lo que sintió el pueblo en ese momento:
“Que no conoce a nadie que vaya a ir al estadio, que lo mismo le da que el Mundial se juegue en su ciudad que en Europa, que igual lo verá en televisión, que ni siquiera Brasil será campeón”.
Deporte, cultura, historia y personas. Alberto Lati logró combinar todos esos aspectos en “Latitudes: Crónica, viaje y balón”.
A través de sus viajes, narra hechos históricos como testigo privilegiado o como un investigador sagaz.
Desde su recorrida por Atenas con Grecia campeón de la Eurocopa de 2004 hasta su visión de la Irlanda dividida.
También habla con los negociadores de Múnich 1972, un camarero inmigrante en Sudáfrica o un acomodador de sillas en las playas de Río de Janeiro.
Logra reunir datos claves, declaraciones importantes y opiniones de locales para redondear un libro interesantísimo.
“Fútbol contra el enemigo” es un interesante libro que complementa muy bien a “Latitudes: Crónica, viaje y balón”. Simon Kuper escribe sobre sus viajes alrededor del mundo desenmarañando la retorcida relación entre el fútbol y el poder.
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Es un ícono del periodismo deportivo mexicano. Habla once idiomas, colabora con la ACNUR y ha entrevistado a personalidades que van desde Diego Maradona hasta George Clooney. Creó una identi... (Lea mas)
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