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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro:
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ISBN: -
Editorial: 12min Originals
En el año 1905, entre principios de junio y finales de noviembre, aparecieron en la revista científica alemana “Annalen der Physik” cuatro papers que iniciaron una revolución en el pensamiento científico y cambiaron para siempre la forma en que vemos el mundo,. El primero, aunque era muy simple, resolvió el enigma del efecto fotoeléctrico al sugerir que la energía no era continua, sino que se intercambiaba en forma discreta en paquetes llamados cuantos. El segundo probó de manera definitiva de que los átomos existen, hecho que estaba en disputa en ese momento. El tercero y el cuarto amalgamaron discretamente el espacio y el tiempo en una unidad fundamental, demostraron de manera convincente que la energía y la materia son dos formas de la misma cosa y, en efecto, sentaron las bases de casi toda la física moderna.
El autor de estos cuatro artículos fue Albert Einstein. En ese momento, Einstein era un burócrata de 26 años que trabajaba como examinador técnico de tercera categoría en la oficina nacional de patentes de Berna. No estaba afiliado a ninguna universidad ni tenía acceso a laboratorio ni a biblioteca científica alguna. Sus papers, con un estilo diferente al de cualquier otro físico teórico, en lugar de citar y hacer referencia a expertos, contenían una gran cantidad de observaciones verbales y algunos experimentos hipotéticos. El químico físico C. P. Snow escribió en 1967: “Era como si Einstein hubiera llegado a esas conclusiones mediante el pensamiento puro, sin ayuda, sin escuchar las opiniones de los demás. Sorprendentemente, en gran medida, eso es exactamente lo que hizo". Pero ¿cómo lo hizo? La respuesta a esa pregunta nos remonta a la infancia de Einstein y a dos objetos aparentemente cotidianos: una brújula y un libro.
Albert Einstein nació el 14 de marzo de 1879 en Ulm, sur de Alemania, en una familia de judíos asquenazíes "completamente irreligiosos". Creció y recibió su educación inicial en Múnich. En su vida temprana, poco sugería la grandeza que le deparaba. Como muchos saben, no aprendió a hablar sino hasta los 3 años y, además, no pudo hacerlo con fluidez hasta los 9. Sin embargo, eso no le impidió contemplar en silencio las leyes de la naturaleza. A los 5 años, se sintió invadido por una profunda sensación de asombro cuando su padre, por primera vez, le mostró una brújula. Al observar la aguja comportarse de una manera tan particular sin ser tocada por nadie, se dio cuenta de una verdad trascendental: “debía haber algo profundamente oculto detrás de las cosas observables”.
Para el joven Einstein, al principio, ese algo era el Dios judío. Sin embargo, a los 12 años, a través de la lectura de conocidos libros científicos, reconoció que muchas de las historias de la Biblia no podían ser ciertas. Escribiría más tarde en sus “Notas Autobiográficas”: “La consecuencia fue un exceso de librepensamiento, rayano en lo fanático, junto con la impresión de que el Estado intencionalmente engaña a la juventud con mentiras; fue una impresión devastadora. De esta experiencia surgió la desconfianza contra todo tipo de autoridad, una actitud escéptica frente a las convicciones que prevalecían en cualquier entorno social específico”. Esa actitud no abandonaría nunca más a Einstein.
Justo cuando abandonaba “el paraíso religioso de la juventud”, Einstein comenzaba a descubrir otro mundo completamente diferente, un mundo que, en sus propias palabras, “existe independientemente de los humanos y que se presenta ante nosotros como un gran y eterno enigma". A los 12 años, descubrió con asombro en un librito de geometría euclidiana que este mundo obedecía algunas leyes extrañas que, "aunque no eran de ninguna manera evidentes, podían probarse con tanta certeza que cualquier duda parecía estar fuera de lugar". Ese libro ayudó a Einstein a darse cuenta de dos cosas importantes. En primer lugar, que la imaginación y el razonamiento surgen cuando una experiencia entra en conflicto con el mundo conceptual que nuestros padres y maestros nos han inculcado; y, en segundo lugar, que la ciencia es, esencialmente, un intento de superar esos conflictos o, más bien, en la sucinta definición de Einstein, "una continua huida del 'asombro'".
A los 16 años, Einstein, mayormente por su cuenta, ya dominaba el álgebra, la geometría y los principios del cálculo diferencial e integral. También se interesó por la filosofía a través de la "Crítica de la razón pura" de Immanuel Kant, y en la física a través de la obra de varios volúmenes de Aaron David Bernstein, "Desde el campo de las ciencias naturales". Leyó este último libro en particular con una "apasionada atención".
A pesar de su pasión por la ciencia, el adolescente Einstein estaba resentido con la escuela y se enfrentaba con muchos de sus maestros y sus métodos. A los 16, uno de sus maestros lo expulsó por los efectos negativos que su actitud rebelde estaba generando en la moral de sus compañeros. Ese mismo año, Einstein intentó ingresar en la Escuela Politécnica Federal (ETH) de Zúrich, Suiza, pero no aprobó sus exámenes de ingreso a la universidad en su primer intento. Por recomendación del director, ingresó a la Escuela Cantonal de Aarau, donde obtuvo su diploma. En 1896, fue admitido automáticamente en la ETH, en un curso de cuatro años diseñado para producir en masa profesores de ciencias para las escuelas secundarias. Era un estudiante brillante pero no se destacaba. Se graduó en 1900 y pasó los siguientes dos años buscando de manera frustrante un puesto de profesor, sin obtener frutos.
Finalmente, con la ayuda de un amigo, Einstein consiguió trabajo como asistente de examinador de tercera categoría en la Oficina de Patentes en Berna, Suiza. Aunque parecía poco inspirador, Einstein disfrutaba de su trabajo: era lo suficientemente desafiante como para ocupar su mente, pero no tanto como para distraerlo de su física. Permaneció en la oficina de patentes durante siete años. Mientras tanto, completó su tesis sobre dimensiones moleculares y comenzó a publicar artículos científicos en la revista “Annalen der Physik”.
En 1900, cinco años antes del año milagroso de Einstein, el físico teórico alemán Max Planck estremeció al mundo de la física al postular que, al menos algebraicamente, la energía de la luz podría representarse mejor como una suma de paquetes discretos en lugar de como una onda continua. La suposición de Planck desafiaba los conceptos físicos clásicos, pero era un constructo puramente matemático. Sin embargo, Planck, plenamente consciente de que la cuantificación era incompatible con algunos de los postulados básicos del electromagnetismo clásico, no estaba satisfecho con su fórmula. Como buen conservador y sin importar cuánto se ajustaran a los resultados empíricos de la radiación del cuerpo negro, Planck optó por descreer de sus propias matemáticas. Afortunadamente, Einstein se tomó mucho más en serio la suposición de Planck.
En su primer paper de 1905, que presentó a la revista "Annalen der Physik" cuatro días después de cumplir 26 años, utilizó la idea de Planck de la cuantificación de la luz para abordar un antiguo problema en física llamado el efecto fotoeléctrico. Este fenómeno había sido descubierto por el físico alemán Heinrich Hertz en 1887 e investigado a fondo por el nobel alemán de origen húngaro Philipp Lenard en 1902. Ambos demostraron que los electrodos metálicos pueden producir un flujo de electricidad, es decir, emitir electrones, cuando son iluminados solo con ciertas longitudes de onda de radiación, generalmente con luz ultravioleta. Esta observación, aparentemente inocua, presentó un problema fundamental para el electromagnetismo clásico, según el cual se suponía que la cantidad de energía emitida por un haz de luz dependía de la intensidad, y no de la frecuencia. Sin embargo, Hertz y Lenard demostraron que los electrodos metálicos no emitían electrones cuando se los iluminaba con haces de baja frecuencia, independientemente de la intensidad de la fuente de luz.
Debido a que un rayo de baja frecuencia, incluso a alta intensidad, no podía acumular suficiente energía para emitir electrones, Einstein concluyó que el truco matemático de Planck era, de hecho, un reflejo genuino de nuestra realidad. En su primer artículo de 1905, propuso que los haces de luz no eran ondas que se propagaban a través del espacio, sino conjuntos de paquetes de energía discretos, a los que hoy llamamos fotones. El efecto fotoeléctrico, aclaró, se produce porque los electrones, en lugar de acumular energía a partir de ondas de luz ininterrumpidas, en realidad interactúan con los fotones de forma individual. Además, Einstein supuso correctamente que la energía transportada por cada fotón depende únicamente de su longitud de onda, y que esta relación es inversamente proporcional: cuanto más corta es la longitud de onda, mayor es la energía.
La dilatación del tiempo y la contracción de la longitud son en realidad fenómenos interrelacionados inseparables. Eso se debe a que el tiempo y el espacio también están interrelacionados y mutuamente limitados. Como se dio cuenta en 1908 Hermann Minkowski, antiguo maestro de Einstein, para preservar una realidad independiente, la teoría de la relatividad exigía que el tiempo se fusionara con las tres dimensiones del espacio en un único continuo de cuatro dimensiones que hoy conocemos como espacio-tiempo,,. La interpretación geométrica de la relatividad de Minkowski resultó fundamental para el desarrollo de la teoría general de la relatividad de Einstein, en la que demostró que el espacio-tiempo se curva en presencia de masa o energía, y modificó por completo las leyes gravitacionales de Newton universalmente aceptadas.
La teoría especial de la relatividad demostró que el tiempo y el espacio no son absolutos, sino relativos tanto para el observador como para la cosa observada. Sin embargo, la razón por la que sentimos que el tiempo pasa de la misma forma para todos es que en la Tierra todo se mueve a una velocidad mínima en comparación con la velocidad de la luz. Ni siquiera nuestros cohetes y naves espaciales son una gran excepción. Por ejemplo, el astronauta estadounidense Scott Kelly redujo su edad terrestre solo 13 milisegundos después de pasar un año entero viajando por el espacio. La relatividad especial puede resultar extraña porque sus efectos a velocidades ordinarias son demasiado pequeños para generar diferencias perceptibles. Sin embargo, para otras cosas en el universo, como la luz, la gravedad o el universo mismo, estas son cuestiones de importancia. Eso es precisamente lo que intenta demostrar la teoría general de la relatividad.
En un paper titulado “Consideraciones Cosmológicas sobre la Teoría General de la Relatividad”, que se publicó en 1917, Einstein argumentó que, más que como una fuerza, era mejor considerar la gravedad como la deformación del continuo espacio-tiempo generada por la presencia de objetos. Para entenderlo mejor, imagina el espacio-tiempo como algo plano pero flexible, como una sábana de goma estirada. Ahora imagina que le pones encima un objeto redondo y pesado, como una bola de boliche. Claramente, el peso de la bola de boliche hará que la sábana se estire y se hunda ligeramente. Eso es precisamente lo que sucede en el universo. El Sol, al ser un objeto grande y redondo, estira, curva y deforma el tejido del espacio-tiempo. En otras palabras, tiene el mismo efecto en su entorno invisible que la bola de boliche en la sábana visible.
Volvamos a la sábana, tal como la dejamos, ligeramente hundida por la bola de boliche. Piensa qué pasaría si hicieras rodar por la sábana una bola más pequeña, como una canica. La respuesta es que trataría de ir en línea recta, como lo establecen las leyes de movimiento newtonianas, pero a medida que se acerca a la bola de boliche y a la pendiente de la tela hundida, rodaría hacia abajo, ineludiblemente atraída hacia el objeto más grande. Si encontraras la manera de eliminar la fricción, la canica comenzaría a orbitar alrededor de la bola de boliche, viajando a lo largo de las geodésicas de la superficie curva. Eso es gravedad: no una fuerza, sino una consecuencia de la curvatura del espacio-tiempo. En otras palabras, no son las fuerzas gravitacionales las que mueven a los planetas del sistema solar, sino que el Sol es una bola de boliche que ha curvado el espacio-tiempo, y la Tierra y los otros planetas son canicas que viajan a través de diferentes geodésicas producidas por esta curvatura.
En 1905, Einstein hizo otro hallazgo radical: la equivalencia de energía y masa. Combinados con algunas otras leyes de la física, los dos postulados de su teoría de la relatividad especial predijeron que la masa y la energía debían relacionarse por medio de lo que, sin duda, es la ecuación más famosa del mundo: E=MC2. Originalmente, la ecuación apareció en el último de sus cuatro papers de 1905, un fascinante artículo de dos páginas titulado "¿La inercia de un cuerpo depende de su contenido de energía?". En él, como muestra la ecuación, Einstein argumentó que la energía y la masa (materia) son intercambiables, es decir, que son dos formas diferentes de la misma cosa. En palabras de Bill Bryson, la energía no es otra cosa que materia liberada y la materia es energía esperando suceder. Es decir, en condiciones adecuadas, la energía puede convertirse en materia y viceversa.
Nuevamente, esto no guarda ninguna semejanza con la forma en que los humanos percibimos las cosas intuitivamente. Para nosotros, un rayo de luz es completamente diferente de, por ejemplo, un clip o un adulto promedio. Sin embargo, la naturaleza ve a los tres como diferentes formas de lo mismo. Pero tú también puedes. Piensa en una bomba de uranio, ¿no es un buen ejemplo de cómo la materia se convierte en energía en un instante? La ecuación de Einstein simplemente agrega que también se puede convertir en energía todo lo demás que tenga masa, incluso tú mismo. Si tuviéramos formas eficientes de convertir toda la masa de un adulto promedio en energía, este explotaría con la fuerza de 30 bombas de hidrógeno muy grandes. Dado que c2 es un número realmente enorme, incluso un diminuto clip produciría una explosión devastadora. De hecho, si pudiéramos convertir cada uno de sus átomos en energía pura, sin dejar masa alguna, el clip produciría 18 kilotones de TNT, o casi el tamaño de la bomba que destruyó Hiroshima en 1945.
Para bien o para mal, en la Tierra no se nos da muy bien eso de obtener mucha energía a partir de la materia. Incluso una bomba de uranio, lo más energético producido hasta el momento, libera menos del 1% de su energía potencial. Para convertir un clip o un ser humano en un explosivo, se requerirían temperaturas y presiones mayores a las del núcleo del Sol. Pero eso no viene al caso. Lo que sí viene al caso es que las ecuaciones de Einstein sugieren que la masa relativista de un objeto debe aumentar a medida que lo hace su velocidad. Una pelota de béisbol se vuelve un poco más pesada cuando la lanzas. Cuanto más rápido puedas lanzarla, más pesada será. Con la ecuación de Einstein, se puede calcular que la pelota de béisbol se vuelve 0,2 mil millonésimas de gramo más pesada cuando un lanzador la arroja a 100 millas por hora.
Por supuesto que no es mucho, pero piensa qué sucedería si un poderoso extraterrestre pudiera lanzar la pelota a una fracción considerable de la velocidad de la luz, como al 90%. Según la ecuación, la pelota inevitablemente absorberá esta cantidad excesiva de energía cinética como masa inercial y pesará aproximadamente el doble de lo que lo haría en reposo en el momento del lanzamiento. Pero en consecuencia, será dos veces más difícil lanzarla. Cuanto mayor sea la energía del lanzamiento, más pesará la pelota, y más energía se necesitará para acelerarla. ¿Cuál es la velocidad máxima a la que nuestro extraterrestre imaginario podría lanzar la pelota antes de que se vuelva demasiado pesada para acelerar más? La velocidad de la luz, por supuesto. Cualquier energía adicional sobre un objeto a esa velocidad o cercana a ella no aumenta la velocidad, sino que solo aumenta su masa. Por eso, nada puede viajar más rápido que la luz. Es el límite de velocidad del universo.
Aunque, al principio, los papers de Einstein de 1905 parecían demasiado oscuros para causar una gran impresión más allá del mundo esotérico de la física, dentro de esa comunidad lo llevaron a la fama. En 1909, fue nombrado profesor adjunto en la Universidad de Zúrich y cuatro años más tarde se convirtió en profesor titular de física teórica en su alma mater. Justo antes de que comenzara la Primera Guerra Mundial, Max Planck y el químico Walther Nernst, futuro nobel, visitaron a Einstein en Zúrich para convencerlo de que aceptara una lucrativa cátedra de investigación en la Universidad de Berlín, además de ser miembro de la Academia Prusiana de las Ciencias. Después de considerarlo por un breve período, Einstein aceptó la oferta con una estupenda broma para la ocasión: “Los alemanes apuestan por mí como lo harían por una gallina de competición. Yo realmente no sé si alguna vez pondré otro huevo de oro”.
La decisión de Einstein de mudarse a Berlín estuvo influenciada, al menos en parte, por el deseo de vivir cerca de su prima segunda Elsa, con quien tenía una aventura en ese momento, a pesar de estar casado con la física serbia Mileva Marić. Con Marić, Einstein tuvo dos hijos, Hans Albert y Eduard, y una hija, cuyo paradero se desconoce hasta el día de hoy. La niña, a quien llamaron Lieserl al nacer, fue concebida fuera del matrimonio mientras Einstein y Marić todavía estudiaban en el Politécnico de Zúrich. Probablemente, la niña haya sido dada en adopción discretamente y, luego, posiblemente haya muerto a temprana edad de escarlatina o haya sido criada con otro nombre en algún lugar de Novi Sad, en la entonces Yugoslavia. De todas maneras, cuando Einstein se mudó de Zúrich a Berlín, él y Marić no tenían una buena relación. Se divorciaron el 14 de febrero de 1919 y, tres meses y medio después, el 2 de junio de 1919, Einstein se casó con Elsa.
Tres días antes de eso, el astrónomo inglés Arthur Eddington, entonces secretario de la Real Sociedad Astronómica, zarpó hacia la isla de Príncipe, frente a la costa de África occidental, para observar el eclipse solar del 29 de mayo de 1919. En su teoría de la relatividad general, Einstein había predicho que un eclipse total de sol haría mensurable la desviación o curvatura de la luz causada por la gravedad del Sol. El 6 de noviembre del mismo año, se anunciaron en Londres los resultados de la expedición de Eddington en una reunión conjunta de la Royal Society y la Royal Astronomical Society. Estos encajaban a la perfección con las predicciones de Einstein. El titular de The Times de Londres decía: "Revolución en la ciencia - Nueva teoría del universo - Ideas de Newton derrocadas - Pronunciamiento trascendental - Espacio 'deformado'". Einstein, quien hasta ese entonces solo era conocido por físicos profesionales, fue empujado repentinamente a la fama mundial. Casi de la noche a la mañana, se convirtió en un científico reconocido a nivel mundial, el digno sucesor de Isaac Newton en el siglo XX, .
Si noviembre de 1919 fue el mes que convirtió a Einstein en Einstein, la siguiente década fue la responsable de que quedara grabado en la memoria colectiva del siglo pasado. Con la prueba de Eddington, le llovieron invitaciones para que hablara en todo el mundo. En 1921, se embarcó en la primera de varias giras mundiales, en la que visitó Estados Unidos, Inglaterra, Japón y Francia. Al regresar de Japón a Europa, recibió la noticia de que había ganado el Premio Nobel de Física por su trabajo sobre el efecto fotoeléctrico. Durante su discurso de aceptación en Estocolmo, Einstein sorprendió a la audiencia dado que, en vez de hablar sobre el efecto fotoeléctrico, el cual apenas mencionó, decidió hablar sobre su teoría de la relatividad. A diferencia del Comité Nobel o su audiencia, él sabía perfectamente cuál era su principal contribución a la ciencia y al progreso de la humanidad.
Sin embargo, la fama de Einstein, inevitablemente, provocó una reacción violenta en Alemania, su país adoptivo. El creciente movimiento nazi comenzó a reclutar físicos, incluidos los nobeles Philipp Lenard y Johannes Stark, para desacreditar el trabajo de Einstein. En 1931, se publicó una colección con múltiples críticas a sus teorías con el título "Cien autores contra Einstein". Cuando se le pidió que opinara sobre el libro y la gran cantidad de personas que desacreditaban la relatividad, Einstein respondió que si la teoría de la relatividad fuese errónea, no se necesitaría la palabra de 100 científicos, sino solo un simple hecho. Desafortunadamente, los científicos nazis, como no pudieron encontrar tal hecho, comenzaron sus ataques ad hominem contra Einstein. Lo etiquetaron despectivamente como "judío" y tildaron sus teorías de "física judía". La brutalidad aumentó hasta que una organización nazi publicó la foto de Einstein en la portada de una revista con la leyenda "Aún no ha sido colgado". La situación se convirtió en una cuestión de vida o muerte. Era hora de abandonar Berlín.
En 1933, Einstein renunció a la Academia Prusiana de las Ciencias y, después de pasar un tiempo en Bélgica, emigró a los Estados Unidos. Debido a que la mayoría de las universidades privadas estadounidenses en ese momento tenían rígidas restricciones en cuanto a las cuotas de inmigración judía, Einstein ocupó un puesto en el Institute for Advanced Study en Princeton, prácticamente el único refugio intelectual independiente en suelo estadounidense para los científicos judíos que huían de la Alemania nazi. Einstein estuvo afiliado a esa institución hasta su muerte, que sucedería dos décadas después. Allí, desarrolló una estrecha amistad con el lógico Kurt Gödel y pasó incontables horas tratando de unificar todas las leyes de la física en un marco integral. Obsesionado con esta idea, Einstein comenzó a distanciarse de sus colegas. En lugar de aceptar la teoría cuántica que él mismo ayudó a crear (y en la que todos trabajaron en ese momento), intentó encontrar inconsistencias lógicas en ella. Justo cuando empezó a cambiar de parecer, murió de un aneurisma aórtico, el 18 de abril de 1955, a los 76 años.
“El fallecimiento de Albert Einstein”, escribió el educador estadounidense Paul Arthur Schilpp en 1969, “fue una pérdida irremplazable para la ciencia, la erudición, el humanitarismo, la causa de la paz y la conciencia de la humanidad. Porque, si se pudiera decir que la conciencia de la humanidad alguna vez estuvo representada por un ser humano, ese ser humano fue el gran y verdaderamente inmortal Einstein”. De hecho, Einstein fue más que un científico brillante; también fue un complejo y respetado intelectual que no dudó en utilizar su fama para promover las causas en las que él creía. “Nunca pensé que tomarían y registrarían cada uno de mis comentarios”, le dijo a uno de sus biógrafos. "De lo contrario, me hubiese metido más en mi caparazón". Sin embargo, una vez que salió de él, se convirtió en un poderoso defensor de sus creencias políticas profundamente arraigadas.
Fue, sobre todo, un inquebrantable humanista. Creía y defendía un mundo con igualdad de oportunidades para todos, independientemente de la raza, el género y la condición social. En consecuencia, fue un defensor de los derechos civiles y utilizó su fama para condenar la discriminación estadounidense. En 1946, en un discurso de graduación en la Universidad de Lincoln, dijo: "Hay un oscuro punto en la perspectiva social de los estadounidenses: su sentido de igualdad y dignidad humana se limita principalmente al de los hombres blancos". Einstein, dedicado internacionalista y eterno pacifista, promovió la creación de las Naciones Unidas y, una vez creada, abogó por su reforma. También fue un firme defensor del federalismo y del derecho mundial. Einstein creía que el capitalismo fomentaba el egoísmo y conducía a "una oligarquía del capital privado". En 1949, en un ensayo titulado "¿Por qué socialismo?" dio a conocer públicamente que estaba a favor del socialismo democrático.
Como era de esperar, las perspectivas pacifistas e izquierdistas de Einstein no pasaron inadvertidas en Estados Unidos. J. Edgar Hoover, primer director del Buró Federal de Investigaciones (FBI), lo acusó de ser prosoviético y llegó a recomendar que se le impidiera la entrada a Estados Unidos por la Ley de Exclusión de Extranjeros. El Departamento de Estado de los Estados Unidos rechazó la recomendación. Sin embargo, Einstein fue una de las muchas personalidades destacadas a las que el FBI espió durante la Guerra Fría. Su archivo recientemente desclasificado de casi 2.000 páginas revela que el FBI controló de manera constante sus llamadas telefónicas, revisó ilegalmente su correo y recopiló un detallado registro de sus actividades y opiniones políticas con el propósito de criminalizarlo.
En pocas palabras, Einstein siempre estuvo más allá de los asuntos terrenales. Aunque no era religioso en el sentido ordinario, creía en el Dios del filósofo judío neerlandés del siglo XVII, Benedict de Spinoza. Una vez dijo explícitamente: "Creo en el Dios de Spinoza que se revela en la armonía de todo Ser, no en un Dios que se preocupa por el destino y las acciones de los hombres". Este credo parece totalmente coherente con la afirmación de Einstein de que “cuanto menos conocimiento posee un estudioso, más lejos se siente de Dios. Pero cuanto mayor es su conocimiento, más se acerca a Dios”. En este sentido, las opiniones de Einstein no distaban mucho de las del antiguo filósofo griego Sócrates, quien creía que el conocimiento era una virtud en sí mismo y que no valía la pena vivir una vida sin reflexión. En una oportunidad, Einstein amplió el famoso aforismo de Sócrates, diciendo que "la única vida que merece ser vivida es aquella dedicada al servicio de los demás".
A través de sus servicios a la ciencia y a los menos afortunados, esa fue precisamente la vida que vivió Einstein y, así, cambió la manera en la que pensamos. Louis de Broglie escribió: “La primera mitad del siglo XX estuvo marcada por un extraordinario impulso a la física, que seguirá siendo uno de los capítulos más brillantes de la historia de la ciencia. En estos pocos años, las ciencias humanas levantaron dos monumentos que se mantendrán en los siglos venideros: la teoría de la relatividad y la teoría cuántica. La primera surgió íntegramente del cerebro creativo de Albert Einstein. La segunda, cuyos primeros aportes fueron de Planck, le debe a la mente de Einstein algunos de sus avances más notables. No se podría contemplar una obra tan profunda y poderosamente original, lograda en tan pocos años, sin asombro y admiración. El nombre de Albert Einstein estará unido para siempre a dos de los logros más magníficos de los que la mente humana puede enorgullecerse".
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