La economía en una lección - Reseña crítica - Henry Hazlitt
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La economía en una lección - reseña crítica

La economía en una lección Reseña crítica Comienza tu prueba gratuita
Economía

Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro: 

Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.

ISBN: 9788472095052

Editorial: Unión Editorial

Reseña crítica

Este es quizás el libro de divulgación económica más exitoso de la historia. Originalmente publicado en 1946, lleva ya siete ediciones desmintiendo creencias erróneas que suelen repetirse entre la población general, que carece de formación económica.

Henry Hazlitt se basa en el ensayo del economista francés Frédéric Bastiat, “Lo que se ve y lo que no se ve” para determinar la idea central que nos permite comprender la economía. ¡Empecemos!

La lección

La famosa lección divulgada por Hazlitt que sintetiza el propósito de la economía como ciencia es la siguiente:

“La economía es la ciencia que calcula los resultados de determinada política económica, simplemente planeada o puesta en práctica, no solo a corto plazo y en relación con algún grupo de intereses especiales, sino a la larga y en relación con el interés general de toda la colectividad”.

En consecuencia, Hazlitt señala una actitud de los gobiernos que se mantiene vigente hasta hoy: cuando hay una intervención gubernamental, solo se tienen en cuenta las consecuencias obvias y tangibles, ignorando las que no se ven.

Se limitan a observar los resultados inmediatos, sin preocuparse por las repercusiones a largo plazo. Por ejemplo, la riqueza no creada o destruida por las regulaciones, la inflación y los impuestos.

Y se destinan esfuerzos pensando en apenas un sector de la sociedad, en lugar de buscar el bien común.

Aplicaciones prácticas de la lección

Hace más de 70 años, cuando el libro fue publicado por primera vez, el autor enumeró una serie de sofismas o falsos argumentos que la sociedad sufría en ese entonces.

El problema es que la gran mayoría de esas creencias erróneas aún pesa sobre nosotros. Determinan las decisiones de nuestros gobernantes y la estabilidad de nuestras economías.

Henry toma su lección general y la aplica sobre estas creencias, generando una serie de mini lecciones que nos deben guiar hacia la prosperidad. Veamos las más relevantes.

La destrucción no es beneficiosa

El autor afirma que destruir riqueza no implica crearla. Y da un ejemplo bastante obvio: si un delincuente rompe el vidrio de una fábrica, los esfuerzos de los propietarios se dirigirán a fabricar un nuevo cristal, perdiendo tiempo que podrían haber dedicado a continuar la producción de su mercancía.

A pesar de que nadie discutiría esa lógica, esta falsa creencia nos persigue hasta hoy. Como en 2005 cuando, tras la tragedia del tsunami del Índico, el vicepresidente de la agencia de calificación Fitch, Alastair Corera, declaró: “El tsunami es una oportunidad de crecimiento para Sri Lanka”.

Algo similar se pudo escuchar luego del Huracán Katrina que azotó Nueva Orleans. El economista jefe del banco estadounidense Wachovia -hoy quebrado-, afirmó lo siguiente: “Generalmente es bueno para la economía cuando tienes que reconstruir a gran escala como sucede ahora”.

El tiempo no les dio la razón.

Las obras públicas no generan empleo

Hazlitt considera que las obras públicas son una política cortoplacista que los gobernantes suelen usar para aparentar que generan puestos de trabajo.

La realidad expone su ineficiencia: construir nuevos puentes o carreteras se financia con más impuestos o más deuda pública, lo que genera una menor producción privada. Y es esta, justamente, la que podría generar más empleo.

Con la crisis económica de 2008, los gobiernos de varios países emprendieron proyectos de obras públicas en proporciones importantes con el propósito de estimular la actividad y generar empleo.

Sobra decir que los resultados no fueron los esperados.

Los créditos blandos perturban la producción

Las críticas de Hazlitt también se dirigieron hacia los créditos abaratados artificialmente.

Para que un crédito sea solvente, su deudor debe poder devolver el monto principal y sus intereses, permitiendo así que pueda ser costeado en el mercado libre.

Cuando esto no sucede y el Estado o alguna empresa pública se encarga de conceder financiación a personas insolventes, asume más riesgos con el dinero ajeno que el sector privado con el propio.

Esto, además de volverse una situación propensa a la corrupción, desvía recursos desde proyectos con los que se habría generado valor a otros que lo destruyen.

Una vez más, la crisis del 2008 demostró la ignorancia en ciencias económicas de buena parte del sector.

Un entramado de empresas semipúblicas entregó créditos a personas que el sector privado había rechazado. ¿Su consecuencia? Un agujero de cientos de miles de millones de dólares que debieron cubrir todos los estadounidenses.

Las máquinas no destruyen puestos de trabajo

Cada vez que la aparición de nuevos procesos productivos y nuevas tecnologías permite reducir la necesidad de mano de obra para fabricar un bien, surge el temor por destrucciones masivas de puestos de trabajo.

En primer lugar, se ignora por completo el hecho de que esas máquinas necesitan ser producidas y mantenidas, en su mayoría, por trabajadores humanos.

Y en segundo lugar, no se tiene en cuenta que el aumento de los beneficios empresariales o el abaratamiento de los precios de los productos permite un mayor consumo, creando nuevos empleos.

Para Hazlitt, la cuestión debe verse desde otra perspectiva. Los avances tornan obsoletos o redundantes una multitud de empleos que van a perderse de cualquier manera. Solo aceleran lo inevitable.

En lugar de luchar por mantener esos puestos de trabajo, se deberían colocar esfuerzos en formar a esos profesionales en puestos donde exista una necesidad.

Disminuir la jornada laboral no crea puestos de trabajo

Si todos trabajáramos la mitad del tiempo, se necesitaría el doble de mano de obra para producir lo mismo. El problema es que toda reducción de la jornada de trabajo va asociada con menores salarios o más desempleo.

Al producir la misma cantidad de bienes y servicios que antes con el doble de personas, cada individuo podrá consumir apenas la mitad de lo que solía comprar.

Por lo tanto, Hazlitt cree que depende de cada persona elegir lo que prefiere: trabajar más o ganar menos.

El objetivo no es el pleno empleo, sino aumentar la producción

Es un error creer que la meta política debe ser alcanzar el pleno empleo. Este suele ser un argumento clásico de los políticos, que apelan de manera superficial a los intereses de los votantes.

Mientras tanto, el crecimiento económico queda relegado en la agenda, cuando podría ser una gran herramienta para un aumento real en la cantidad de puestos de trabajo.

Por eso, Henry defiende la idea de priorizar el incremento de bienes y servicios útiles a disposición de los agentes económicos.

Importar y exportar van de la mano

Una creencia errónea de la retórica mercantilista dice que exportar es bueno e importar es malo.

Pero si avanzamos un poco más allá de esta visión simplista, podremos ver que, a largo plazo, las importaciones se pagan con exportaciones. Y a su vez, las exportaciones se destinan a pagar las importaciones futuras.

Si importamos menos, también exportamos menos. De lo contrario, estaríamos regalando nuestra producción interna al extranjero.

Aunque esto no ha impedido que muchos economistas promuevan las devaluaciones competitivas, cuyo propósito es el de aumentar las exportaciones y disminuir las importaciones, a costa de las exportaciones e importaciones del resto de los países.

Salvar industrias no rentables destruye riqueza

Es habitual que, ante la quiebra de una empresa, se defienda la necesidad de que el gobierno ayude económicamente a la compañía para evitar la pérdida de puestos de trabajo.

Hazlitt cree que estas intervenciones no funcionan. Si un plan de negocios pierde dinero, está desperdiciando recursos muy valiosos al fabricar productos y servicios menos útiles. Por lo tanto, el Estado no debería involucrarse.

El autor da el ejemplo de la ineficiente industria automovilística estadounidense que Obama rescató en 2009. Se usó el pretexto de salvar más de 200 mil puestos de trabajo, cuando en realidad fueron 200 mil personas a las que se les siguió dando un uso inadecuado dentro del sistema económico.

Los salarios mínimos generan paro

La ciencia económica ha puesto en evidencia que los salarios mínimos no constituyen un mecanismo efectivo para incrementar los salarios.

Son apenas un caso de precio mínimo que provoca un incremento del paro o una redistribución interna de los salarios (unos suben a costa de que otros bajen).

El escenario más esperable, entonces, es el de un aumento del desempleo, que lleva a una caída de la producción de bienes y servicios, que a su vez acaba afectando a todos los consumidores.

Sin embargo, la clase política insiste en utilizar este mecanismo.

Los sindicatos no elevan el salario de todos los trabajadores

La doctrina marxista popularizó la idea de que los empresarios minimizan los salarios para poder maximizar los beneficios. Hazlitt se posiciona en contra.

Señala que los dueños de las empresas compiten entre sí para captar trabajadores, llevando a un aumento de salarios.

Basados en la lógica marxista, los obreros se organizaron para defender sus derechos. Así nacieron los sindicatos.

El problema es que dichas entidades solo sirven para elevar los salarios de los trabajadores afiliados, lo que provoca que los empresarios incrementen los precios de sus productos, reduciendo a su vez los salarios de los empleados no afiliados.

Este efecto puede derivar incluso en el despido de los trabajadores menos productivos. Es decir que los sindicatos elevan algunos salarios y disminuyen otros.

La solución tampoco pasa por extender la sindicalización a todos los obreros, porque eso provocaría que los salarios aumentasen a costa de los beneficios, generando paro y una descapitalización de la economía.

La inflación destruye la división del trabajo

Como la mayoría de la población, incluyendo el Estado, suele ser deudora neta, la inflación ha sido vista como una estrategia válida de desapalancamiento.

Henry dice que, en realidad, la inflación es un impuesto oculto que redistribuye la renta desde una parte de la sociedad hacia el gobierno. Afirma que las dinámicas inflacionistas pueden volverse incontrolables, sobre todo cuando se deteriora demasiado el valor de la moneda.

Para incrementar el poder adquisitivo de manera que pueda sustentar un determinado nivel de producción, no es necesario provocar inflación. Porque el poder adquisitivo, en última instancia, es constituido por la propia producción.

El ahorro es la base de la prosperidad

Este es probablemente el error que se encuentra más arraigado en la población general: la creencia de que el ahorro es beneficioso para el propio ahorrador, pero negativo para el conjunto de la sociedad.

“Sin gasto no hay renta y sin renta no hay ahorro”, dicen. Pero Hazlitt señala que están equivocados.

La Escuela Austriaca, línea de pensamiento a la que el autor pertenece, afirma que un aumento del ahorro permite una mayor acumulación de capital. Esta es la clave para una mayor renta futura.

En lugar de culpar al ahorro por los ciclos económicos, debería colocarse el foco en las manipulaciones de los tipos de interés del mercado.

Aún así, existen muchos que defienden la idea de que el consumo estimula el crecimiento de la economía.

Pero alcanza con volver a mirar a la Gran Recesión de 2008. Una crisis causada por el exceso de endeudamiento y consumo que intentó contrarrestarse… con más deuda y más consumo.

Notas finales

De forma sencilla y práctica, Henry Hazlitt explica la economía en su sentido más esencial. Al mismo tiempo, desentraña una serie de creencias erróneas que mantenemos hasta hoy.

Este libro te permite comprender varias cuestiones del funcionamiento de las ciencias económicas. Ahora estás más informado y eres más consciente de la realidad de tu país, tu región y del mundo en general.

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Para complementar tus estudios, lee o escucha “Economía en un día”, de Macario Schettino. Podrás aprender, entre otras cosas, cuáles son los mecanismos que tienen los gobiernos para regular la economía de sus países.

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¿Quién escribió el libro?

Fue un filósofo libertario y educador económico estadounidense. Escribió más de 20 libros y es reconocido hasta hoy por haber llevado la Escuela Austriaca de Economía al... (Lea mas)

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