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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro:
Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.
ISBN: 9788466662864
Editorial: B de Bolsillo
Quien sostenga, sea cual fuere su motivación, que la igualdad de género es un hecho, se equivoca por completo.
Ni en términos de poder ni de visibilidad, remuneración económica, seguridad, salud o valoración del trabajo se ha conseguido el sueño de la equidad. De ahí surge el feminismo, del hambre de las mujeres por la justicia, y es precisamente lo que Nuria Varela quiere dar a conocer en este libro.
El feminismo es un discurso político que se basa en la justicia; es articulado por mujeres, que tras analizar la realidad en la que viven, toman conciencia de las discriminaciones que sufren por la única razón de ser mujeres y deciden organizarse para acabar con ello.
Partiendo de esa realidad, el feminismo se manifiesta como filosofía política y al mismo tiempo como movimiento social.
El feminismo cuestiona el orden establecido. La base sobre la que se ha construido toda la doctrina feminista en sus diferentes modalidades ha sido estableciendo que las mujeres son actoras de su propia vida y que el hombre ni es modelo al que equipararse, ni es algo neutro que permita usar sin rubor “varón” como sinónimo de “persona”.
Antes del nacimiento del feminismo, las mujeres ya habían denunciado la situación en la que vivían por ser mujeres y las carencias que tenían que soportar.
Una de las primeras en alzar la voz fue la filósofa y escritora Christine de Pizan, en 1405. En una de sus más célebres obras, se anima a imaginar cómo sería el mundo si las mujeres no hubieran sido educadas por hombres.
Poullain de la Barre, algunos años después, publica un libro que habla sobre la igualdad y da a conocer su famosa frase: “La mente no tiene sexo”.
Fue a partir de la publicación de estas obras que el feminismo comenzó a consolidarse. En ese entonces, lo que las mujeres exigían era derecho a la educación, al trabajo y al voto, y respeto en el matrimonio.
Las voces de algunas eran expresadas a través de lo único que en ese entonces podían hacer: escribir, aunque podía costarles la vida.
A las mujeres del siglo XIX no las sacaron de su casa sus propios problemas, sino la injusticia que se desarrollaba a su alrededor y que por lo visto percibían mejor que su propia realidad: la esclavitud.
Al igual que en la primera ola, muchas escritoras valientes alzaron la voz ante las cosas que vivían desde casa.
Sin embargo, lo que marca la diferencia con la primera es que en este caso las mujeres no solo expresaban un sentir colectivo con papel y tinta, sino que comenzaron a reunirse y a crear grupos de apoyo para exigir esos derechos con los que comenzó la lucha.
Se empezaron a tomar medidas contra todas aquellas que exigían algo, eran arrestadas, golpeadas y sometidas con tal de no dejar que la voz de una levantara las de otras.
La segunda ola da comienzo a la siguiente, a partir de la publicación de la obra más grande de Simone de Beauvoir, “El segundo sexo”.
La tercera ola comienza nombrando al problema que no tiene nombre, un problema que no podía ser nombrado pero que estaba arrastrando a miles de mujeres a la insatisfacción consigo mismas y con su vida.
“El problema femenino”, como era llamado en ese entonces, hacía que las mujeres asistieran al médico por dolencias que aparentemente no tenían explicación.
La razón era el sometimiento que vivían día a día. Comenzaron a alzar la voz, ya no solo se reunían para planear cómo exigir derechos, ahora salían a la calle para hacerse escuchar.
Se comenzó a exigir el respeto a la autonomía de la mujer, a las lesbianas, a no ser apéndices del hombre sino seres individuales.
Se podría hacer una larga lista de todas las movilizaciones protagonizadas por mujeres. Hasta la actualidad se sigue luchando por nuevas cosas cada día. Tanto que podemos presumir, hoy en día, que se formó el movimiento más fuerte que jamás se imaginó.
El feminismo que se ha desarrollado en América Latina es tan diverso y plural que es imposible agruparlo bajo el nombre de “feminismo latinoamericano”.
Sin embargo, el hecho de que la frase “Ni una menos” haya provenido de un país latino nos da un preámbulo de lo que significa: la lucha política y social de miles de mujeres que hablan, por ejemplo, por las fallecidas en Ciudad Juárez en México.
Las luchas contra regímenes represivos en Chile, Brasil, Argentina y Uruguay posteriormente se han convertido en puntos de reunión para hablar sobre los avances que el movimiento ha tenido.
Por otro lado, el levantamiento de mujeres chicanas e indígenas que han elegido luchar en vez de callar engloba perfectamente la veracidad con la que el movimiento avanza en los países latinos.
En España sucedió algo diferente que en otros lugares: la mayor parte del tiempo, el feminismo estuvo en silencio y comenzó exigiendo el derecho a la educación, que logró que ciertas mujeres que empezaban a licenciarse tuvieran la oportunidad de hablar por otras.
Se exigieron las mismas cosas que en otros países, la diferencia es que aquí fue todo un poco más lento; se pidió igualdad en el hogar, derecho al trabajo y las mismas posibilidades que los varones.
La sexualidad libre fue otro de los temas que en ese entonces se consideraban importantes, como el derecho al aborto y el respeto a la diversidad.
Sin embargo, el éxito más grande para España en este ámbito es el feminismo difuso, aquellas mujeres que llevan a cabo prácticas feministas sin reconocerse como tales.
Si se hubiera podido escuchar a las mujeres, o si se pudieran escuchar hoy, hombres y mujeres serían más sabios, las mujeres tendrían más autoestima y sospecharían más de los relatos que no las toman en cuenta.
Por eso, para dejar de tener la vista corta, las mujeres se colocaron las gafas de color violeta, que representa al movimiento, para ver las injusticias y nombrarlas.
La teoría feminista ha descubierto tres conceptos clave con los que luchar día a día:
En el largo camino hacia la igualdad, ha habido que saltar más obstáculos de los previstos. La igualdad formal y legal no garantiza la igualdad real.
El patriarcado ha mantenido a las mujeres alejadas del poder, y este no se ejerce por individuos sino por grupos. La exclusión de las mujeres consiguió que no pudieran generar su propio sistema.
Ante esto, se han implementado las denominadas acciones positivas, aquellas que se llevan a cabo para establecer medidas que corrijan las situaciones desequilibradas como consecuencia de prácticas o sistemas sociales discriminatorios.
El objetivo de estas medidas es eliminar barreras y garantizar la participación de las mujeres. Se centran principalmente en tres ámbitos: laboral, educativo y participación política. Por ejemplo, el sistema de cuotas implementado en España para obtener paridad en las listas de candidatos a cargos públicos.
Lo que ocurre entre el poder y la autoridad es similar a lo que ocurre entre el trabajo y el prestigio. Históricamente, ni la autoridad ni el prestigio se infieren únicamente del poder y del trabajo de cada persona, sino que el sexo es lo determinante.
Cuando las ocupaciones que realizan los hombres son realizadas por mujeres, se consideran menos importantes. El prestigio lo otorga que una actividad sea masculina, no la actividad en sí misma.
Por esta razón, el objetivo de la economía feminista es hacer visible lo que se ha mantenido oculto e insiste en que el modelo masculino no corresponde a las necesidades de la vida humana.
El aspecto esencial es la corresponsabilidad entre hombres y mujeres.
La violencia es el arma por excelencia del patriarcado. Ni la religión, ni la educación, ni las leyes, ni las costumbres ni ningún otro mecanismo habrían conseguido la sumisión histórica de las mujeres si todo ello no hubiese sido reforzado con violencia.
La violencia ejercida contra las mujeres es instrumental y tiene por objetivo su control.
El feminismo está absolutamente comprometido con la erradicación de esta violencia, aunque esta no sea fácil de reconocer. Está socialmente invisibilizada, legitimada y naturalizada. El objetivo del patriarcado es precisamente ignorar, negar y ocultar.
El feminismo ha conseguido visibilizar lo escondido y exponerlo al debate político y social.
La sociedad busca y fomenta mujeres perfectas, y las niñas reciben esta presión, pero cuando llega la adolescencia se quiebran porque no son capaces de seguir las exigencias de su entorno.
El mito de la belleza tiene mucho que ver con la salud de las mujeres, especialmente con la salud mental, por las repercusiones que acarrea: anorexia, bulimia, falta de autoestima, depresiones, aunque también sufren respecto a la salud física.
Las mujeres son difíciles de diagnosticar. Un ejemplo de ello es que muchas enfermedades presentan distintos síntomas para cada una; cuando se presenta un infarto, los hombres sufren dolor en el brazo izquierdo mientras que las mujeres, en el abdomen.
Referente a este aspecto, la autora introduce un ejemplo muy concreto: los diccionarios se saltan la regla fundamental. Supuestamente es el orden alfabético el que los organiza. Sin embargo, primero se pone el masculino y luego el femenino.
Ha sido tarea del feminismo de las últimas décadas cuestionar, modificar y ampliar los saberes.
El sexismo, el androcentrismo y el patriarcado provocan, fundamentalmente, tres consecuencias: el silencio, la invisibilidad de las mujeres y el menosprecio.
El menosprecio es lo más evidente y probablemente lo más fácil de cambiar. El feminismo se ha cansado de repetir que lo que no se nombra no existe.
Los medios de comunicación son actualmente los encargados de repetir hasta la extenuación los estereotipos sexuales, y se sabe que con la repetición se puede alcanzar todo. Los medios se han convertido en la gran barrera que impide el cambio real entre hombres y mujeres en las sociedades democráticas.
A ser niño o niña se aprende viviendo. Y este proceso de aprendizaje del ser humano se conoce como socialización. Tiene como objetivo que las personas se integren en la sociedad que les toca vivir, y que conozcan y respeten sus normas para evitar ser excluidos o castigados.
Niñas y niños se hacen mujeres y hombres por el proceso de socialización, que se encarga de reprimir o fomentar las actitudes que se consideran adecuadas para cada sexo.
Como en el mundo en el que vivimos impera un sistema patriarcal, discriminatorio y opresor para las mujeres, el proceso de socialización también lo es.
A su vez, la masculinidad está compuesta por una constelación de valores, creencias, actitudes y conductas que persiguen el poder y la autoridad sobre las personas que consideran más débiles. Este concepto se ha mantenido oculto porque ha creado la ilusión de que el hombre habla y actúa en nombre de la humanidad.
Aceptar a las mujeres como sujetos iguales, como interlocutoras, como ciudadanas, legitimadas como socias en un nuevo contrato social, no es tarea fácil para los varones. La igualdad es un reto masculino.
Se trata de que los varones sean valientes y, ante las injusticias y desigualdades entre hombres y mujeres en la sociedad, se atrevan a decir: “No en mi nombre”.
El feminismo ha logrado levantar las voces de miles de mujeres a través del tiempo y alrededor del mundo entero. El hecho de lograr que los hombres dejen de soñar con princesas encerradas en castillos a quienes rescatar, también motiva a las mujeres a dejar de soñar con el príncipe encantado.
El cambio social es una lucha constante. No solamente las mujeres son las encargadas de levantar la voz y hacer que se escuche, sino también los hombres de secundar y abrir los ojos ante las problemáticas que se han ignorado toda la vida.
En “Una educación”, de Tara Westover, podrás encontrar un gran ejemplo de lo que una mujer tiene que hacer para comenzar a vivir una vida lejos de la represión masculina.
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Escritora y reportera española, experta en el movimiento feminista. Ha escrito libros sobre el tema que le han dado reconocimiento a nivel mundial.... (Lea mas)
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