El diario de Ana Frank - Reseña crítica - Anne Frank
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El diario de Ana Frank - reseña crítica

El diario de Ana Frank Reseña crítica Comienza tu prueba gratuita
Sociedad y política y Historia y filosofía

Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro: 

Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.

ISBN: 

Editorial: Debolsillo

Reseña crítica

Luego de que los nazis invadieron Holanda, los Frank, comerciantes judíos alemanes que habían emigrado a Ámsterdam en 1933, debieron ocultarse de la Gestapo en un escondite. Ocho personas permanecieron recluidas desde julio de 1942 hasta agosto de 1944, cuando fueron detenidas y llevadas a los campos de concentración. Ana, la hija menor de la familia, escribió varios diarios relatando sus días en la clandestinidad. Ella murió en el campo de concentración de Bergen-Belsen en 1945, pero su historia nunca morirá.

“Disfruta de tu vida despreocupada mientras puedas”

El 12 de junio de 1942, Ana Frank recibió un diario íntimo como regalo por su decimotercer cumpleaños. Hija de judíos alemanes, nació en 1929 en Fráncfort del Meno. Sus padres, Otto Frank y Edith Holländer, eran comerciantes. Su hermana tres años mayor, Margot, completaba la familia. 

Cuando Ana tenía cuatro años, los Frank debieron escapar a Holanda, en medio de las crecientes medidas antijudías decretadas por Hitler en su país natal. Lograron asentarse en Ámsterdam, donde su padre fue nombrado director de Opekta, una compañía de preparación de mermeladas.

Algunos familiares permanecieron por más tiempo en Alemania. Dos de sus tíos consiguieron escapar a Estados Unidos, mientras que su abuela acabó mudándose con Ana y su familia. Fallecería en enero de 1942.

Los primeros relatos de Ana no son muy diferentes a los textos personales de una adolescente de nuestros días: vida escolar, amigos, familia y amor juvenil. Aunque Ana sentía que no existía alguien realmente íntimo entre sus amistades. Por eso, decidió que su diario sería su mejor amiga, y lo bautizó con un nombre: Kitty.

Desde el inicio, podemos notar la estremecedora realidad que se vivía en esa época. Ana cuenta las medidas que el régimen nazi había impuesto sobre la población judía: debían llevar una estrella de David; no podían viajar en tranvía, ni en auto y debían entregar sus bicicletas; tenían horarios limitados para hacer compras y no podían salir de casa entre las ocho de la noche y las seis de la mañana; tenían prohibida la entrada a teatros y cines y la práctica de deportes al aire libre; no podían entrar en la casa de cristianos y estaban obligados a ir a colegios judíos.

A principios de julio, mientras caminaban por la plaza de su barrio, el padre de Ana le habló por primera vez sobre la clandestinidad. Hacía más de un año que estaban llevando ropa, alimentos y muebles a la casa de otras personas. El plan era esconderse antes de ser encontrados por los nazis. Incluso iban a compartir su guarida con otra familia, los Van Daan. En total, serían siete personas.

Fue ahí cuando Ana escuchó las tenebrosas palabras de su padre: “Disfruta de tu vida despreocupada mientras puedas”.

Viviendo en el ostracismo

El 5 de julio de 1942, una carta llegó a la casa de los Frank. No eran buenas noticias: se trataba de una citación de las SS a nombre de Margot. La huída estaba planeada para el 16 de ese mismo mes, pero este hecho provocó un escape anticipado.

La familia tomó sus pertenencias más importantes y, con varias prendas de ropa encima, abandonó su casa para siempre. Los Van Daan llegaron al escondite algunos días después, el 13 de julio.

Éste estaba localizado en el edificio donde Otto trabajaba. Se instalaron en el sitio más recóndito del establecimiento. Los Frank contaban con un cuarto para la pareja y otro para las niñas. Además, la cocina era también el cuarto del señor y la señora Van Daan, mientras que su hijo Peter, de 15 años, dormía en una habitación diminuta de paso. Por último, la acogedora casa contaba con un pequeño baño, un desván y una buhardilla.

Algunos de los trabajadores del edificio ayudaban a los refugiados, realizando recados en el exterior y llevando provisiones. Eran Miep Gies y su marido Jan, Bep Voskuijl y su padre, el señor Voskuijl; el señor Kugler y el señor y la señora Kleiman.

Sin embargo, el resto de los empleados no podían saber nada de la situación. Por lo tanto, las familias estaban obligadas a no hacer mucho ruido.

A medida que los días y las anotaciones de Ana avanzan, es posible ver cómo conviven en ella los sentimientos de esperanza, considerando el escondite como “unas vacaciones en una pensión muy curiosa”, junto con el miedo aterrador y constante de ser descubiertos y fusilados por los alemanes.

Sus diversiones se limitaban a la lectura, el estudio, los juegos de mesa y escuchar la radio inglesa. Mirar por la ventana y salir del edificio estaba prohibido para cualquiera de los integrantes del escondite.

Las ideas de Ana

El relato del día a día en la “Casa de atrás” -como Ana la llamaba-, con sus discusiones, risas, momentos de tristeza y felicidad, se intercala con los acontecimientos que sucedían en la guerra. Incluso se relatan bombardeos y tiros en la propia ciudad de Ámsterdam.

En noviembre de 1942, los escondidos decidieron acoger a un octavo integrante. El elegido fue un dentista judío llamado Alfred Dussel, que se instaló en la habitación de las niñas con Ana. Margot se mudó a la habitación de sus padres.

Ana comenta, con el pasar de las semanas, cómo se fue distanciando sentimentalmente de su madre. Sentía de su parte un trato muy frío, lejano al amor maternal que ella esperaba. Su padre era todo lo contrario, pero tampoco podía pretender que él reemplace a todo el mundo exterior. Por ese motivo, Ana comenzó a sentirse abandonada.

El lector puede apreciar el acelerado proceso de madurez que Ana vivió. Es fácil ver que su determinación y la fortaleza de su espíritu formaban parte de su esencia: “Poseo una enorme valentía de vivir [...], porque no pienso doblegarme tan pronto a los golpes que a todos nos toca recibir”.

También sorprende lo adelantada que estaba a su época, demostrando claras ideas feministas y criticando el conservadurismo de su familia. Durante la clandestinidad, descubrió que quería ser escritora. Incluso se imaginó publicando un libro basado en sus diarios. Estaba segura de que nunca, pero nunca podría ser sólo una ama de casa.

Pero quizás lo que mejor la define sea su autoconocimiento y su capacidad de autocrítica: “Sin ningún prejuicio y con una bolsa llena de disculpas, me planto frente a la Ana de todos los días y observo lo que hace bien y lo que hace mal”.

Una historia de amor en confinamiento

La convivencia en la Casa de atrás tuvo períodos bastante complicados. Las discusiones eran constantes, sobre todo entre la señora Van Daan y su marido, o la señora Van Daan y la señora Frank, o el señor Van Daan y el señor Frank, o entre el señor Dussel y cualquiera de los escondidos. Todo, claro, desde la óptica de Ana.

Sin embargo, Ana consiguió que su relación con Peter, el hijo de los Van Daan, se volviera más íntima con el paso del tiempo. Peter era un muchacho tímido, dos años mayor que la más joven de los Frank.

Con los meses y años de convivencia, ambos encontraron en el otro un refugio, un confidente. Alguien interesante para conversar y descubrir cosas de la vida. Peter fue, además, el primer beso de Ana.

Juntos compartieron una gran amistad y un tierno amor juvenil encontrándose por las noches en el desván, donde Peter dormía.

Sueños y deseos

Ana Frank estaba llena de esperanzas. Incluso en los últimos días antes de ser descubiertos, sentía fervientemente que debía aferrarse a sus ideales, porque creía en la bondad interna de los hombres.

“Me es absolutamente imposible construir cualquier cosa sobre la base de la muerte, la desgracia y la confusión”.

“Oigo cada vez más fuerte el trueno que avecina y que nos matará, comparto el dolor de millones de personas, y sin embargo, cuando me pongo a mirar el cielo, pienso que todo cambiará para bien, que esta crueldad también acabará, que la paz y la tranquilidad volverán a reinar en el orden mundial”.

Ella también admite que su alma estaba dividida en dos. Por un lado, su alegría extrovertida, sus bromas y risas, su incesante parloteo, sus ganas de vivir. Por el otro, un lado mucho más profundo, bonito y puro.

Por lo general, el primero desplazaba al segundo. Ana tenía miedo de mostrar este lado más íntimo a los demás y recibir burlas o no ser tomada en serio.

Lo sorprendente de su autopercepción era que ella sabía perfectamente cómo le gustaría ser y cómo era realmente. Antes de ser descubiertos, Ana se debatía internamente para encontrar una manera de vivir su verdadero ser, para poder sentirse libre, como si nadie más existiera en este mundo.

El arresto

El 4 de agosto de 1944, un automóvil se detuvo frente a la casa con el sargento de las SS Karl Josef Silberbauer y tres miembros de la Policía verde holandesa. Los escondidos habían sido delatados.

Además de los ocho integrantes de la Casa de atrás, fueron arrestados Viktor Kugler y Johannes Kleiman, pero no Miep Gies ni Bep Voskuijl. También se llevaron todos los objetos de valor y el dinero que quedaba.

En septiembre, Kugler y Kleiman fueron trasladados al campo de concentración transitorio de la Policía alemana en Amersfoort, Holanda. Kleiman fue liberado una semana después por motivos de salud. Murió en 1959 en Ámsterdam. Kugler consiguió escapar en 1945. Emigró diez años después a Canadá y murió en 1989 en Toronto.

Elisabeth ‘Bep’ Wijk-Voskuijl falleció en Ámsterdam en 1984. Miep Gies-Santrouchitz viviría hasta 2010, cuando murió en la ciudad de Hoorn, Holanda. Su marido Jan había fallecido en la capital neerlandesa en 1993.

Los ocho escondidos fueron inicialmente trasladados a Westerbork, el campo de concentración transitorio holandés para judíos, ubicado en la provincia de Drente. El 3 de septiembre fueron deportados en los últimos trenes que partieron a los campos de concentración de Auschwitz, Polonia.

Hermann van Pels (nombre real del señor Van Daan) fue enviado a las cámaras de gas el mismo día de su llegada al campo, según datos de la Cruz Roja holandesa. Sin embargo, Otto Frank afirmó que murió unas semanas más tarde.

Auguste van Pels (la señora Van Daan) fue enviada al campo de concentración de Theresienstadt, en Checoslovaquia, en abril de 1945, tras haber pasado por otros dos campos. Aparentemente, fue nuevamente deportada. Se sabe que murió, pero se desconoce la fecha.

Peter van Pels (Peter van Daan) fue trasladado en enero de 1945 a Mauthausen (Austria), en una de las marchas de evacuación. Murió el 5 de mayo de 1945, sólo tres días antes de la liberación.

Fritz Pfeffer (Albert Dussel) murió el 20 de diciembre de 1944 en el campo de concentración de Neuengamme, en Alemania.

Edith Frank murió en Auschwitz de inanición, el 6 de enero de 1945.

A finales de octubre de 1944, Margot y Ana Frank fueron deportadas mediante una operación de evacuación a Bergen-Belsen, un campo de concentración en el norte de Alemania. Las pésimas condiciones higiénicas desataron una epidemia de tifus. Ambas morirían por causa de esta enfermedad con días de diferencia, entre febrero y marzo de 1945. Se cree que sus restos fueron depositados en las fosas comunes de Bergen-Belsen.

Otto Frank fue el único que sobrevivió a los campos. Tras la liberación de Auschwitz por las tropas rusas, viajó en barco a Marsella. A principios de junio de 1945 llegó a Ámsterdam, donde vivió hasta 1953. Ese año se mudó a Basilea, Suiza, donde residían sus hermanos. Se casó con Elfriede Geiringer, otra sobreviviente de Auschwitz.

Después de recibir los diarios de Ana gracias a Miep y Bep, Otto dedicó su vida a su publicación, que consiguió en 1947, y a difundir el mensaje de su hija. Murió el 19 de agosto de 1980.

Notas finales

La historia de Ana Frank no solo refleja la vida de una joven judía, si no la de todas las personas que el infame y detestable nazismo robó de este mundo.

Todos tenían intereses, pasatiempos, miedos, sueños y vidas para disfrutar, e incluso sufrir, pero por las circunstancias de la propia existencia, no por la maldad del ser humano.

No tenemos más opción que mirar a los ojos de nuestra historia reciente, sentir vergüenza de lo que fuimos capaces y reflexionar acerca de los prejuicios que aún sentimos frente a quien es diferente.

De otra manera, corremos el estremecedor riesgo de que la historia se repita.

Consejo de 12min

En “Los hornos de Hitler” encontrarás el duro relato de otra víctima del Holocausto, la enfermera rumana Olga Lengyel. A diferencia de Ana, ella pudo sobrevivir y contar su historia en primera persona.

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