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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro:
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ISBN: 9788417906320
Editorial: FLASH
Nuria Varela expone el funcionamiento del sexismo moderno, caracterizado por defender que la igualdad ya es una realidad y que, por lo tanto, no tiene sentido luchar por ella.
La sociedad actual disimula el poder del patriarcado a través de diferentes estrategias. ¡Vamos a conocerlas y derribarlas!
La autora cita a Celia Amorós, quien toma el caso de Salomón para ejemplificar algunas prácticas misóginas que parecen antiguas pero perduran al día de hoy.
Celia plantea que Salomón no era un sabio, sino un patriarca que tomaba decisiones que se convertían en sabias solo por ser suyas. Salomón tenía autoridad. El supuesto sabio sentó cátedra y fundó escuela al determinar que la palabra de las mujeres no valía nada.
El juicio salomónico se desarrolla, según cuenta la Biblia, cuando se presentan ante él dos mujeres disputándose la maternidad de un bebé. Ambas aseguran que el niño es suyo. Sin más elementos a considerar que la palabra de ambas, Salomón sentencia partir al pequeño por la mitad para repartirlo entre las dos. Una de ellas, entonces, se retracta.
Sin ninguna prueba ni investigación, el patriarcado, como explica Amorós, da la razón al patriarca: madre es la que quiere la vida del hijo aunque se lo arrebaten, aun a costa de su propia deslegitimación y de la descalificación de su palabra. No se explica por qué no podía ser la madre la que coloca por delante su honor, la honradez y verdad de su palabra.
Esto es muy distinto cuando se trata de varones. Amorós sostiene que en situaciones similares, se los considera héroes y hombres de palabra y honor. Así, por los siglos de los siglos, ha quedado insertada en nuestra cultura la convicción de que la palabra de las mujeres es irrelevante y carece de valor testimonial.
El término misoginia está formado por la raíz griega miseo, que significa “odiar” y gyne, “mujer”. Se refiere al odio, rechazo, aversión y desprecio hacia las mujeres y, en general, hacia todo lo relacionado con lo femenino.
En los últimos años, se ha extendido una corriente de opinión que defiende la paulatina desaparición de la misoginia e incluso del sexismo, a pesar de que los indicadores muestran que la violencia de género, en todas sus manifestaciones, es un fenómeno en expansión que ninguna sociedad es capaz de frenar.
Con la expresión “violencia de género” denominamos la violencia que sufren las mujeres por ser mujeres y por ninguna otra razón. Es la violencia que ejercen los hombres que consideran que las mujeres son de su propiedad y/o les deben sumisión y obediencia.
El asesinato es su máxima expresión, pero la violencia de género también se manifiesta con violencia sexual, económica, psicológica, verbal, estructural, simbólica y obstétrica, con los micromachismos, la explotación sexual, la mutilación genital femenina o los matrimonios forzosos, entre otras agresiones.
Bosch y Ferrer plantean la existencia de un sexismo sutil, un sexismo moderno que se materializaría en la negación de la discriminación que padecen las mujeres, en el antagonismo hacia sus demandas y en la falta de apoyo a las políticas de igualdad.
La sociedad se enfrenta a nuevas formas de sexismo, mucho menos obvias, sin haberse librado de las que antaño se hacían directamente sin ningún disimulo.
La nueva misoginia es la combinación de discriminaciones antiguas con nuevas formas sutiles, cubiertas todas ellas bajo el velo de la igualdad. Cambiar las apariencias para que nada cambie. Vivimos en una cultura del simulacro en la que el patriarcado disimula su poder.
Para todo ello se necesitan perpetradores, pero también son necesarias las complicidades y el silencio que alimenta la impunidad.
La cultura del simulacro respecto a la igualdad entre mujeres y hombres proviene del uso sexista del lenguaje que, como mínimo, genera errores en la comunicación.
En castellano, por ejemplo, el uso del masculino como universal provoca que indistintamente atribuyamos a hombres y mujeres características, derechos, bienes o situaciones que no les corresponden, invisibilizando a las mujeres y consolidando el androcentrismo, es decir, el hombre como medida de todas las cosas.
Es una potente arma ideológica. Por ejemplo, ya podemos encontrar el término feminicidio en el Diccionario de la Real Academia Española. Aparece como: “Asesinato de una mujer por razón de su sexo”. La Academia tardó cuarenta años en incorporar el término, y lo hizo mal.
El feminicidio no se refiere al sexo, se refiere al género, a la construcción social que tolera, permite e incluso justifica el asesinato de miles de mujeres en el mundo.
Para Marcela Lagarde, responsable del desarrollo del término en castellano, la RAE, en su empeño de ignorar el concepto de género, “pretende despojar el contenido político de ese análisis de la violencia contra las mujeres y las niñas. Cuando desarrollamos el concepto feminicidio, estamos mencionando el horror misógino contra las mujeres y las niñas”.
Los negacionistas están desarrollando el discurso de que todos, hombres y mujeres, niños, niñas, personas mayores, homosexuales, bisexuales y transgénero, sufren violencia, por lo tanto, el concepto de violencia de género es artificial. Lo sostienen tanto los negacionistas conservadores como los negacionistas progresistas.
Celia Amorós sostiene que “cuando se describía el asesinato de una mujer por parte de su ex pareja como crimen pasional, estos asesinatos ni siquiera se contaban: se trataban como casos aislados, diversos y discontinuos”. He aquí la importancia de conceptualizar para politizar. Conceptualizar empodera.
Utilizar un concepto erróneo en cualquier otra área de conocimiento sería un desprestigio para quien lo hiciera, sin embargo, carece de importancia cuando hablamos de la violencia que sufren las mujeres. La misoginia es impune.
Durante siglos se mantuvo para con las mujeres la expresa prohibición de tener conocimiento, leer, escribir, crear y hablar en público.
“Tengo derecho a la educación, a jugar, a cantar, a ir al mercado, a que se escuche mi voz”, escribía la joven Malala con apenas doce años en su blog, bajo el seudónimo Gul Makay. Dos talibanes interceptaron el autobús escolar en el que viajaba la joven por el valle de Swat en Pakistán y comenzaron a dispararle.
Malala sobrevivió y sostuvo que lejos de callarla, "la debilidad, el miedo, la desesperanza, murieron para siempre, nacieron la fuerza, el poder y el coraje”.
Ni el silencio ni la sumisión protegen. A muchas mujeres en el mundo, alzar la voz les cuesta la vida, pero muchas de ellas, la mayoría, ya están muertas. A otras muchas, alzar la voz les supone conseguir la libertad que en silencio parecía imposible de alcanzar. La potencia de la voz de Malala le dio la posibilidad de tener una vida propia.
Ana Orantes se atrevió a hablar en televisión para denunciar los 40 años de malos tratos que había soportado. Apenas duró 13 días más. Su exmarido la roció con gasolina y la prendió fuego en el patio de su casa. Lo relató delante de las cámaras pero tuvo que morir para contarlo.
Era la voz que no se quería oír, la que avergonzaba a una sociedad que no quería saber. Ese pacto de silencio forjado sobre el miedo de ellas, la violencia de ellos y la indiferencia de la mayoría había conseguido normalizar la tortura cotidiana que soportaban miles de mujeres.
Cuando la violencia patriarcal no es tan explícita, la invitación al silencio es más sutil pero persistente. Rebeca Solmit popularizó el término mansplaining: “Los hombres me explican cosas, a mí y a otras mujeres, independientemente de que sepan o no de qué están hablando. Algunos hombres”.
También se las invita al silencio con cascadas de insultos en las redes sociales, a ser invisible en las reuniones, a no hablar en las asambleas, con el tantas veces oído “¡Vete a fregar!”.
Por otro lado, el consentimiento no siempre es puro. Un contrato firmado por dos partes en la que una de ellas está dominada por la necesidad o el tormento no es un contrato legítimo. No puede haber libertad de contrato absoluto en sistemas sociales edificados sobre dominaciones, pues la necesidad y la desventaja social vician el consentimiento.
Utilizar el argumento del consentimiento como ejercicio de libertad pura solo es posible negando la existencia del patriarcado.
El velo del silencio se traduce en imposición para las mujeres y en ceguera de género para la mayoría de los hombres. El velo de la igualdad pretende legitimar el patriarcado y, por lo tanto, deslegitimar la lucha por la igualdad.
Byung-Chul Han es considerado una de las voces filosóficas más influyentes de los últimos años. Sostiene que con el fin de aumentar la productividad, se ha sustituido el paradigma disciplinario por el del rendimiento. Esto genera lo que él llama “la sociedad del cansancio”.
Varela sostiene que el filósofo, en sus análisis, no toma en cuenta a las mujeres sino que afirma con base en su modelo de sociedad: “Sin duda, para las mujeres sí [hay cansancio], pero no por pertenecer a la sociedad de la autoexigencia de éxito, sino por sumarle también la obligación de los cuidados, por estar en las dos simultáneamente”.
La injusticia simbólica está arraigada en los patrones sociales de representación, interpretación y comunicación. Este tipo de injusticia incluye la dominación cultural, el no reconocimiento y el irrespeto. La dominación cultural reemplaza a la explotación como injusticia fundamental.
Esto se ve reflejado en la naturalización de las violaciones y en las historias de sometimiento en los libros clásicos. Existe un notable esfuerzo por mantener un canon misógino que alimenta un imaginario colectivo que, en realidad, es un imaginario patriarcal.
La cultura de la violación vincula la violación y la violencia sexual con la cultura de una sociedad en la que lo habitual es normalizar, excusar, tolerar e incluso perdonar la violación y, al mismo tiempo, culpabilizar a la víctima.
La solución no es que las mujeres nos acomodemos a la violencia limitando nuestra forma de vivir. La solución pasa por reconocer y consolidar derechos. El silencio, la sumisión y el miedo no protegen.
La justicia negada supone un maltrato añadido para muchas mujeres y la pérdida de confianza en el sistema judicial. Y esto es precisamente lo que desean sus agresores. Cada absolución refuerza a los maltratadores y aumenta la impunidad.
A pesar de la banalización de la violencia simbólica y lo gracioso que les parece a algunos insultar, desprestigiar o inventarse términos tan “divertidos” como feminazi, lo cierto es que la credibilidad es una herramienta de supervivencia.
Cuanto más ensanchan las mujeres sus libertades, más profundizan en sus derechos, más dueñas se hacen de la categoría de ciudadanas, toman la palabra y deciden por sí mismas, más duras son las críticas y los ataques.
Las mujeres se enfrentan, por un lado, al resurgir de los integrismos de todas las religiones y su cruenta guerra, fundamentalmente en contra de los discursos y las leyes que desarrollan los nuevos modelos de familia y los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, especialmente el derecho al aborto.
Por otro lado, como señala Celia Amorós, las resistencias a que las mujeres sean individuos es de una tenacidad que todavía sorprende.
En tercer lugar, la crisis financiera. Las mujeres son las encargadas de reemplazar los servicios que el Estado no ofrece, con el doble mandato de los cuidados que la sociedad ya no está dispuesta a satisfacer y con la debilidad económica de quien ya estaba en debilidad en el mercado de trabajo antes de la crisis.
La misoginia continúa, la barbarie también. Los nuevos discursos alimentan la misoginia histórica. Aparecen opciones políticas para rejuvenecer las estructuras de poder patriarcales, un lenguaje sexista para mantener los imaginarios de discriminación, y una cultura del simulacro para seguir apropiándose de los valores dominantes y normativos.
Todos estos son mitos modernos cuya función es sostener la histórica usurpación del cuerpo de las mujeres y la economía especulativa que arruina los estados del bienestar a costa del trabajo no remunerado de las mujeres, y que coloca en situación de extrema vulnerabilidad a millones de mujeres y niñas.
Se reproducen los discursos políticamente correctos que pretenden invisibilizar el desastre, leyes que apelan a la igualdad y a la no violencia de género que se incumplen sistemáticamente, y la normalización de la compraventa de mujeres apelando a la libre elección. Millones de mujeres son maltratadas, violentadas y asesinadas impunemente.
Es hora de la insumisión. Es hora de que las mujeres consigan deslegitimar, dentro y fuera de ellas mismas, un sistema que se ha levantado sobre el precepto de su inferioridad y subordinación a los varones.
Es hora de levantar la voz y llamar a las cosas por su nombre. Y de hacerlo juntas.
“Cansadas de la nueva misoginia” evidencia cómo las sociedades siguen reproduciendo lógicas patriarcales, escondidas y disimuladas por los perpetradores de este sistema de dominación. Es una invitación a sumarse a la ola feminista y derribar las estructuras misóginas existentes desde el comienzo de los tiempos.
En “Ciudad feminista”, de Leslie Kern, encontrarás estrategias para enfrentar los problemas que atraviesan las mujeres en relación con el diseño urbano y la sociedad patriarcal que reproduce roles de género tradicionales.
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Escritora y reportera española, experta en el movimiento feminista. Ha escrito libros sobre el tema que le han dado reconocimiento a nivel mundial.... (Lea mas)
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