Prisioneros del pasado - Reseña crítica - Patricia Faur
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Prisioneros del pasado - reseña crítica

Prisioneros del pasado Reseña crítica Comienza tu prueba gratuita
Psicología

Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro: 

Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.

ISBN: 9789504965985

Editorial: Planeta Argentina

Reseña crítica

Esconder nuestro dolor solo nos produce más dolor, al igual que permanecer atados a nuestra historia. Necesitamos dejar de estar anclados a nuestro pasado. Hablar sobre lo que nos pasó y encontrarle un nuevo significado a las heridas nos ayudará a superar los traumas. Sobre todo esto habla Patricia Faur en su libro. ¡Vamos!

1. Los hijos de la vergüenza

“La sensación de no ser suficiente y de no hacer jamás lo suficiente o lo correcto para ser reconocido es insoportable”, comienza diciendo Patricia Faur.

Sucede que en nuestra sociedad se habla poco de la vergüenza. Ante esta situación, muchos “avergonzados” buscan la aprobación en el resto. Esto sucede con las personas que necesitan que les digan que sí.

El problema es que los sentimientos de inseguridad no se quitan así. La única forma de desterrarlos es con la verdad.

La autora utiliza el caso de Luciana, que a los 30 años descubrió que su padre abusó de ella, para hablar de la vergüenza como “un sentimiento incómodo que provoca la necesidad de ser invisible”.

Aunque por más que uno lo intente, aparece como delatora. Como a Luciana, que desarrolló psoriasis, una enfermedad en la piel que actúa como barrera ante los demás.

A pesar de recordar poco sobre nuestros traumas, debemos armar una historia para poder sobrevivir.

“Todos tenemos que contarnos una historia de nuestras vidas. Ya Freud se refería a esto como la novela familiar del neurótico”, explica Faur. Y deja en claro que “la falta es de quien la cometió, no de quien la padeció”.

En este sentido, la indiferencia y el rechazo son más dañinos que la agresión. Son formas silenciosas de violencia.

2. Epigenética: los genes no son un destino

Las heridas de nuestro pasado existen. Están preparadas para actuar de nuevo ante alguna situación que las evoque a menos que no lo permitamos. De todos modos, pueden volver a aparecer a pesar de nuestros esfuerzos.

Faur define a las heridas como “batallas que se perdieron y dejaron tierra arrasada a su paso”.

Si queremos dejar atrás el pasado, es necesario poder visitarlo para trabajar sobre él.

“Elaborar es el proceso por el cual podemos ponerle palabras al dolor o a una emoción y de esa manera podemos digerirlo. Recordar es como una advertencia, una señal luminosa que te dice: no es por ahí”, continúa la autora.

Aquí toma relevancia el concepto de Epigenética. Según Faur, este estudio evidencia que el ambiente donde una persona crece y se desarrolla puede influir más en su futuro que la propia información genética que trae.

Entonces, el mapa del cerebro no es inalterable. Lo que lo termina de moldear es el ambiente.

3. Memoria: somos lo que recordamos

También puede suceder que el pasado nos atrape, nos detenga y no nos deje avanzar en nuestra vida.

Es un hecho que no somos capaces de borrar de forma intencional un recuerdo de nuestra memoria.

A pesar de lo negativo que suene esto, hay que destacar que “la memoria de nuestro pasado da coherencia a nuestro presente y nos permite imaginar nuestro futuro”. En resumen, la memoria nos ayuda a ser quienes somos.

Pero también somos lo que olvidamos. Y lo que recordaremos.

“El pasado es una historia autobiográfica mil veces contada”, sostiene la autora. Porque la memoria es el arte de olvidar. No podemos retener miles y miles de datos y acontecimientos en nuestro cerebro.

Es decir, “no somos lo que recordamos” sino “lo que logramos recordar” y también lo que olvidamos.

Ahí entra en juego nuestro estado de ánimo o el interlocutor que tengamos delante: no en todos los momentos de nuestra vida contamos la misma historia de igual manera.

Por otro lado, Faur afirma que el recuerdo es sumamente importante para que los hechos negativos no vuelvan a ocurrir.

Sin embargo, muchos terminan atrapados en el pasado a pesar de esto. Siguen sin avanzar, lo cual puede deberse a varios motivos.

4. Prisioneros de los padres

Al referirse a la parentalidad, Faur incluye a todas sus tipologías posibles, y afirma que la llave de la crianza de los hijos está en la libertad.

“Cuando tuviste padres cuidadores que te dieron amor, seguridad y confianza no te será muy difícil ser un adulto independiente y con buenos vínculos alrededor”, señala.

Pero no todos los padres son así. Algunos cumplen con los “cuatro puntos cardinales” de la toxicidad parental. Se trata de la culpa, la extorsión, la amenaza y la manipulación.

El daño generado por los padres tóxicos pueden comenzar en la infancia pero perdurar hasta la vida adulta. Traen como consecuencia soledad y enojo, entre otras emociones nocivas.

Son situaciones complejas para los hijos, porque no es sencillo para ellos aceptar ni expresar que hubieran preferido no tener lazos biológicos con sus padres, quienes, para colmo, suelen negar o tergiversar lo que sucedió en el pasado.

La autora habla de que los adultos que sufrieron este tipo de parentalidad en su infancia se sienten en doble falta.

Por un lado, la de no haber tenido padres con funciones paternas o maternas acordes. Y por otro, creer la falsa premisa de no haber sido querido.

5. Prisioneros de un secreto

Antes de ahondar en el tema, Faur aclara qué es un secreto familiar: “Es algo oculto, guardado, una marca que avergüenza o genera culpa y que, muchas veces, trasciende a varias generaciones”.

Su mayor particularidad es que todos lo saben o al menos intuyen de qué se trata, y la familia sostiene la idea mágica de que ocultar algún hecho bajo la alfombra hará que el hecho deje de existir.

Dentro de la psicoterapia, la autora menciona a los contenidos que más se advierten dentro de los secretos:

  • Secretos en cuanto a la filiación.
  • Secretos en cuanto a enfermedades mentales.
  • Secretos que tienen que ver con la identidad de género.
  • Secretos relacionados con conductas delictivas o reñidas a la ley.
  • Secretos que atañen a situaciones de abuso sexual, violencia o abandono.
  • Secretos relativos a infidelidades, hijos extramatrimoniales, doble vida, relaciones prohibidas e incesto.
  • Secretos en relación a transgresiones que son muy mal vistas por la cultura de esa familia.

En casi todos los casos, el motivo por el cual se guarda el secreto familiar está relacionado a la vergüenza o con algo que daña la imagen de esa persona o de la familia en general.

6. Prisioneros de un amor

Aquello que se pierde, probablemente termine siendo idealizado y deformado con el paso del tiempo. Puede suceder con los padres, los hermanos, los amigos o los lugares, solo por mencionar algunos ejemplos.

También pasa con los amores. “Lo que se aprende o se vive con intensa emoción queda grabado con todo lujo de detalles y es difícil desalojar ese recuerdo”, señala la autora.

Esto se debe a que, usualmente, las memorias placenteras tienen más arraigo que las memorias dolorosas.

Faur añade que “se tiende a recordar el placer y a borrar los recuerdos de dolor”.

Cuando la relación fue buena y terminó, el duelo es más sencillo. Generalmente, llegan a un final por desgaste, porque se deserotizan o porque cada uno necesita seguir por su lado luego de haber experimentado un crecimiento dispar. Pero solo se experimenta tristeza, no enojo ni rencor.

Ese tipo de relaciones tienen que ver con la felicidad. En cambio, las relaciones adictivas se emparentan con el placer. Y el placer puede llevar al dolor.

Así lo explica la autora: “A diferencia de los buenos amores, en las relaciones tóxicas y pasionales es necesario el ‘contacto cero’ porque cada contacto dispara nuevamente la ilusión y cada encuentro termina en un acercamiento amoroso con toda la química de una nueva promesa, una nueva ilusión y al poco tiempo una gran desilusión”.

7. Prisioneros del miedo

El miedo es normal, es una emoción básica y, según la autora, es de suma utilidad para nuestra supervivencia, porque “nos avisa del peligro, nos pone en alerta y nos prepara para la lucha o la huida”.

Ese miedo no debe ser motivo de preocupación. En el que sí debemos trabajar es en el que genera sufrimiento, en el que no deja avanzar, tomar decisiones ni disfrutar de la vida.

En muchos casos, hasta puede transformarse en patologías como fobias o trastornos de ansiedad. Ahí el miedo pasa a ser irracional, disparándose frente a estímulos que no son amenazantes.

Lo que da tranquilidad es lo que conocemos, “aun cuando el peligro y la amenaza existan, tu sensación de tener las cosas bajo control es lo que te calma”.

En esas situaciones quedamos atrapados en zonas de confort que no tienen nada de confortantes sino que solo son previsibles. Todo por el miedo a lo desconocido.

Faur también habla sobre el miedo a ser feliz, que coincide con esta idea de permanecer en un lugar predecible.

“La felicidad se construye, no viene en los genes. Y no tiene que ver con lo que tenés, tiene que ver con lo que sos. No se calcula en títulos, éxitos, hijos o parejas. Se trata de una manera de ver la vida un poco más esperanzadora y realista al mismo tiempo”.

8. La llave para salir

Como ya vimos, la forma de relatar nuestra vida irá mutando de acuerdo a nuestro estado de ánimo o nuestro contexto.

Aquellos que padecieron infancias duras o situaciones traumáticas “tienen la necesidad de contar su vida”.

“Hay una especie de complicidad y de empatía que buscan en el oyente —o en el lector si la escriben— y es su manera de aliviar el dolor y mostrar lo que hay detrás de sus máscaras”, completa la autora.

Aunque les lleva mucho tiempo sincerarse con lo que les ha ocurrido.

Para evitar caer prisionero del relato, en ocasiones es conveniente cambiarlo.

“Reconstruir la historia, armar el rompecabezas, entender lo que pasó, saber de dónde vienen esos miedos o esas trabas, correrse del lugar de víctima”, dice Faur, invitando a desatarnos de ese rol.

A partir de ahora, somos los directores de nuestra propia obra.

9. Resiliencia

La palabra resiliencia se ha hecho popular. Nos gusta decir que somos resilientes, que somos fuertes y que vencimos a la adversidad.

Pero la autora nos recuerda que eso no es resiliencia. Ésta tiene lugar cuando hubo una guerra. Llevado a las situaciones de la vida, cuando hubo un trauma.

Para ella, los resilientes son los hijos de la vergüenza, los que sufrieron con padres tóxicos, los que vivieron en un contexto gravemente nocivo, que logran transformarse.

La persona que consigue hacer un desarrollo resiliente “será mejor, se verá transformada, habrá integrado en ella su pesadilla y habrá descubierto que tenía recursos que no sabía que tenía”.

¿Por qué? Porque los resilientes reescriben sus heridas, no se avergüenzan de ellas ni esconden su dolor.

Notas finales

Patricia Faur nos enseña a cambiar la forma en la que percibimos el pasado para poder avanzar, abandonar el lugar de víctimas y dejar de estar detenidos.

La autora habla sobre los hijos de la vergüenza, muchas veces olvidados, y de cómo el ambiente donde crecemos tiene mucho impacto en nuestro desarrollo, incluso más que la genética.

En “Prisioneros del pasado” también explica por qué la memoria tiene un papel fundamental en la construcción de nuestra identidad.

Pero en ocasiones somos prisioneros de nuestros padres, de un secreto, de un amor o del miedo.

La forma de salir es a través de la resiliencia, que aparece cuando resignificamos las heridas.

Consejo de 12min

Edith Eger, sobreviviente del mayor campo de concentración nazi, transmite su experiencia superando traumas en “En Auschwitz no había Prozac”.

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¿Quién escribió el libro?

Recibida de Licenciada en Psicología en la Universidad de Buenos Aires, lleva más de 30 años de experiencia en el área. Se especializó en las dependencias afectivas, lo que la condujo a publ... (Lea mas)

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