Los de adelante corren mucho - Reseña crítica - Carlos Elizondo Mayer-Serra
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Los de adelante corren mucho - reseña crítica

Los de adelante corren mucho Reseña crítica Comienza tu prueba gratuita
Economía

Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro: 

Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.

ISBN: 9786073157636

Editorial: 

Reseña crítica

En esta obra, el autor expresa la enorme concentración de privilegios que en América posee una élite en detrimento de la población, privilegios que no solo dan el dinero o el grupo étnico de pertenencia, sino también las relaciones políticas con quienes detentan el poder.

A lo largo de la historia, estos privilegios han ido creando una gran desigualdad que se manifiesta en todos los ámbitos.

Formación de las élites en América

La historia de la humanidad es la historia de las desigualdades. Desde el momento en que el hombre se percata de que puede tener más que su semejante, comienzan las luchas que ocasionan la desigualdad.

Sin embargo, se plantea en primer término un problema de carácter ético. Todos los hombres son iguales. En América, ese es el principio que ordena nuestro pacto social.

En segundo término, si somos iguales, tenemos derecho al voto. Y todos los votos deben tener el mismo valor.

En América Latina no se siente esa fuerza igualadora que implica la democracia, mientras que en Estados Unidos hace tiempo se perdió.

Existen muchas razones que parecen explicar las desigualdades. Los mejores educados, los blancos, los hijos de ricos, así como también las nuevas tecnologías permiten dar a los más exitosos dominio sobre la economía.

Durante el siglo XX en América Latina la desigualdad se mantuvo pese a las diversas revoluciones que hicieron que el continente se volviera democrático, a excepción de Cuba según el autor. Sin embargo, las revoluciones no lograron eliminar las élites sino sustituirlas.

Toda desigualdad tiende a ser justificada con una ideología. En el caso de Estados Unidos, es el sueño americano que parte del hecho de que todos son iguales pero solo los más trabajadores y hábiles logran el éxito.

La intención del autor es demostrar la dimensión de los privilegios y por qué la desigualdad, aunque algunos no lo crean, importa.

Existe una buena cantidad de índices que procuran medir el bienestar de la población. Uno de ellos es el Índice de Desarrollo Humano, que registra el progreso o retraso respecto a cuántos años vive un ciudadano, los años de educación que recibe y el ingreso bruto en un período determinado.

Para nuestro nivel de ingresos, somos una región con elevados niveles de mortalidad materno-infantil, homicidios, analfabetismo y falta de seguridad social.

América es la región más desigual del mundo. América Latina lo fue siempre.

La desigualdad es importante

En toda economía capitalista, una importante proporción del capital es controlado por un pequeño grupo, la oligarquía. Esta puede competir o ayudarse, depende de las circunstancias. Si sus privilegios se ven afectados, tienen más oportunidad de defenderlos si están unidos.

En América Latina, “estas élites suelen correr más deprisa, y acrecentar sus privilegios gracias a transferencias de recursos públicos”. Las élites económicas y políticas se articulan, se hacen favores y se relacionan con el resto de la sociedad.

Esta obra es un esfuerzo por mostrar quiénes son esas élites, con qué privilegios viven, cómo se relacionan entre ellas y cómo se han mantenido a través de la historia.

No se trata de estudiar las élites europeas, sino las de América Latina, especialmente las de México, y relacionarlas con las de Estados Unidos.

Este es un libro que explica cómo las élites de la región siempre van adelante, corren rápido y gracias a ello amplían sus privilegios.

¿Y acaso importan las desigualdades? Pues el autor sostiene que sí, por razones morales, políticas y económicas.

Las razones morales están relacionadas con la religión, en este caso con el cristianismo, pues es la religión dominante en la región. No deben existir desigualdades, pues todos somos iguales a los ojos de Dios.

Por otra parte, el liberalismo parte de la idea de que todos los individuos tienen los mismos derechos. La socialdemocracia también considera que todos los individuos deben tener igualdad de oportunidades para desarrollar sus potencialidades.

Pero no existe igualdad. Es una utopía. Es ficción. No nacemos iguales, no tenemos la misma genética, las mismas capacidades ni las mismas oportunidades. Sin embargo, esa ficción ancla el pacto social. Las constituciones de la mayoría de los países del continente americano así lo estipulan.

La declaración de independencia de Estados Unidos sostiene que todos los hombres son creados iguales, que la libertad, la vida y la búsqueda de la felicidad son derechos inalienables dados por el creador.

Pero la igualdad es imposible. Algunos serán más capaces o tendrán más suerte para acumular los bienes más deseados por la sociedad.

Las sociedades de mayor éxito respecto a la igualdad, cuando mucho, han logrado la igualdad de oportunidades, aunque algunos privilegios se siguen heredando.

La pregunta más interesante desde el punto de vista empírico es qué nivel de desigualdad es tolerable para los ciudadanos, es sostenible políticamente y tiene sentido en materia de crecimiento económico.

Manteniendo los privilegios

Una oligarquía es un pequeño grupo de hombres que concentran una gran proporción de las riquezas de un país y en consecuencia del poder.

El origen de esas riquezas, según la obra, puede ser herencia, suerte, capacidad de emprendimiento o relación con el gobierno. En el momento en que las oligarquías concentran una gran cantidad de recursos, poseen el poder para maximizar sus intereses, tanto a nivel económico como político.

Una vez que la oligarquía ha acumulado gran poder, puede dictar las reglas del juego político. El oligarca puede financiar un golpe de Estado, comprar electores, financiar campañas o simplemente llegar directamente al Gobierno.

El peso de las élites políticas y económicas ha ido cambiando. Algunas veces, el poder político posee mayor capacidad para determinar quién tiene qué, mientras que en otros momentos el poder se encuentra mayormente en la oligarquía.

Entre más cohesionadas están las élites, mejor podrán defender sus intereses.

Las guerras de independencia de América Latina buscaban la emancipación política de las élites criollas, quienes deseaban ser tratadas como las élites peninsulares. La disolución del imperio español les dio a los criollos terratenientes la oportunidad de obtener el poder.

En la independencia de México, la participación popular fue considerable, sin embargo, dicha independencia se logró gracias a un pacto entre las élites españolas y las criollas.

Las élites en América Latina, inspiradas en la joven república norteamericana, construyeron regímenes políticos democráticos, aunque no lograron ser estables sino hasta la mitad del siglo XIX. Eran democracias limitadas, servían para que la élite negociara su acceso al poder y defendiera sus privilegios, no para empoderar al ciudadano.

Las élites necesitan de una ideología que les permita justificar dichos privilegios. En el siglo XIX, prevaleció en la región la idea de que su origen español y blanco la legitimaba para gobernar. En el siglo XX, cambió la ideología, pero su objetivo era el mismo: defender sus privilegios. El nacionalismo cumplió con ese papel, llegando al proteccionismo comercial.

Las élites solo tienen poder político y dinero mientras están en un alto cargo. Por otro lado, los oligarcas no dependen de tener un puesto político, o de encabezar un partido, ni un sindicato. Ellos tienen su propio dinero con el cual pueden comprar todo tipo de favores.

América y sus complicidades

En América Latina, las élites han sido renovadas, pero la desigualdad permanece. La debilidad institucional permite que las viejas élites defiendan algo de sus privilegios y que las nuevas se hagan de su propia riqueza.

En México, al igual que en otros países latinoamericanos, el poder político ha sido un mecanismo para hacerse rico. Esto no solo es ilegal e inmoral sino que mantiene a los gobernantes imposibilitados de atender los asuntos públicos.

El poder de las armas ha sido utilizado por los Estados Unidos como un recurso de última instancia para defender sus derechos en América Latina. Muchas veces ha ejercido su poder en concordancia con las élites de estos países, aunque no se hayan producido invasiones militares.

En contraste a esta paz relativa se encuentra la violencia criminal desatada en toda la región, con excepción de Canadá.

No existe polarización ideológica profunda en el continente americano. Las diferencias profundas que sí existen son con respecto a tamaño, población y diversidad.

La composición étnica es diversa. La extensión territorial también es variada. Hay desde países tan inmensos como Brasil, Estados Unidos y Canadá, hasta países como El Salvador con 20 mil kilómetros cuadrados.

Existen aún más diferencias entre la América sajona y la latina en términos socioeconómicos.

Una fue fundada por colonos que llegaron con sus familias en busca de mejor vida, un mundo mejor, pujante, que valorase el éxito y el trabajo, democrático, con un Estado fuerte impuesto por la ley.

Y por otra parte se encuentra la otra América, donde llegaron conquistadores no a colonizar sino a explotar recursos naturales y a la población indígena. Esta América está formada por países que valoran más el origen familiar que el éxito empresarial o el mérito, en conjunto con un Estado de derecho frágil que actúa en beneficio de las élites locales.

La dinámica entre ambas Américas ayuda a mantener sociedades desiguales; aunque esta dinámica no explica toda la historia. Los desbalances de América Latina parten de poderosas razones internas.

En América Latina, hay una élite de origen europeo, en su gran mayoría, que aspira a mantener la piel lo más blanca posible en sus descendientes y viaja desde siempre a Europa y Estados Unidos. Hay que salir de la barbarie, aunque en ella se hayan hecho ricos.

La élite de América Latina es dependiente culturalmente de Europa y más recientemente de Estados Unidos. Se comparte la religión cristiana, se importa la tecnología de ambas regiones y se recurre a ella cuando las cosas salen mal en casa.

Y los de atrás, ¿se quedarán?

Los recursos económicos con los que cuenta la élite, que va siempre adelante, son siempre una gran ventaja respecto a los rezagados.

En todas las democracias existe financiamiento ilegal, lo que abre las puertas a quienes tienen más dinero.

En una democracia nadie tiene derecho divino o de sangre, por lo tanto han aprendido a negociar el poder a través del dinero.

En un mundo desigual aparecen las ofertas fáciles, distributivas. Si se ha perdido la confianza en las élites, la democracia es susceptible a la demagogia. Aparecen individuos a los que poco les importa mentir y ofrecer promesas que están lejos de cumplir, promesas de resolver los problemas de los ciudadanos enojados.

El populismo de izquierda trata de construir su base política en el pueblo. El de derecha, en el nacionalismo económico y en su supuesta superioridad.

Los hechos manipulados son difíciles de distinguir de los verdaderos para un elector alejado de los medios de comunicación más serios. Las nuevas tecnologías invaden la mente del electorado, conocen hasta los deseos y necesidades más recónditas del votante, y hacia ellos van, también con falsas promesas.

Las nuevas tecnologías también han ayudado a erosionar la seguridad de los más rezagados de la sociedad. El viejo modelo de ser empleado de por vida con pensión y seguro médico casi ha desaparecido.

En un mundo de robots e inteligencia artificial capaces de resolver el problema de la mano de obra, seguramente los desempleados cada día serán más y los dueños de ese mundo tecnológico cada vez se harán más ricos y alejados de los rezagados.

El problema de América Latina es lo poco que se les cobra a los más ricos y lo mal que se gastan los recursos públicos. Los políticos se quedan con una buena parte de estos recursos.

La respuesta no está en el dilema de qué es mejor, si el capitalismo o el socialismo, sino en la implementación adecuada de un Estado que intervenga en lo necesario y lo haga bien.

En América Latina tenemos un capitalismo disfuncional, que depende de los favores del Estado, corrupto y poco generador de crecimiento, y una democracia con gente insatisfecha, pues los abusos de los poderosos son cada vez mayores e impunes.

“El reto para América Latina es construir instituciones que pongan coto a los oligarcas y a la propia élite política y que le den servicios de calidad a la mayoría de la gente”.

Notas finales

El autor plantea en su obra el gran contraste que existe entre Estados Unidos y América Latina, entre los privilegios de las élites oligarcas y el conglomerado del pueblo que carece de lo mínimo indispensable para vivir.

El libro habla sobre cómo los privilegios les permiten a esas élites maximizar sus bienes, llegando a tener no solo el poder económico sino también el político, y cómo los Estados, al responder a los intereses de esas élites, no se ocupan de resolver los problemas del pueblo.

Esta problemática genera un cúmulo de desigualdades no solo determinadas por los ingresos económicos, sino también por la proveniencia étnica o familiar así como por el género.

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Profesor y analista. Licenciado en Relaciones Internacionales y Doctor en Ciencias Políticas. Nació en 1962 en Ciudad de México. Ha publicado los libr... (Lea mas)

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