La bailarina de Auschwitz - Reseña crítica - Edith Eger
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La bailarina de Auschwitz - reseña crítica

La bailarina de Auschwitz Reseña crítica Comienza tu prueba gratuita
Sociedad y política, Biografías y memorias y Historia y filosofía

Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro: The Choice: Embrace the Possible

Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.

ISBN: 9789504962137

Editorial: Planeta

Reseña crítica

Seguramente has escuchado algunas de las atrocidades cometidas en los campos de concentración durante el Holocausto. Te quedarás sin palabras después de leer este microlibro, un relato en primera persona de Edith Eger, una de las sobrevivientes de esos aterradores lugares. 

Una historia dura, pero con un mensaje de esperanza y memoria para que no suceda nunca más. ¿Estás preparado?

El inicio del conflicto 

La historia comienza en Košice, parte de Checoslovaquia a partir del Tratado de Versalles y ciudad de la actual Eslovaquia. En una sociedad atravesada por la postguerra, Edith narra sus vivencias con su familia judía de origen húngaro.

Creció junto a sus padres y sus hermanas mayores, Magda y Klara. En su niñez analizó e intentó descifrar los lazos dentro de su núcleo familiar. Especialmente ponía en tela de juicio la relación entre sus progenitores. 

Su madre deseaba un estilo de vida cosmopolita y lujoso, pero su padre, sastre de profesión, no se lo podía dar a pesar del amor que le tenía. Entonces presenció permanentemente actos de frialdad.

En el libro afirma: “Me encanta sentir el afecto de mi padre. Igual que el de mi madre, es precioso… y precario. Como si mi merecimiento de su amor tuviera menos que ver conmigo que con su soledad. Como si mi identidad no tuviera que ver con nada de lo que soy o tengo. Es un simple indicador de lo que le falta a cada uno de mis padres”.

Siguiendo con el contexto, en 1938 Hungría anexionó Košice a su territorio. No obstante en 1939, Alemania invadió a la vecina Polonia y los nyilas (los nazis húngaros) empezaron a detener judíos. Con el tiempo, Hungría se uniría al país germánico en la Operación Barbarroja para invadir Rusia.

La cotidianeidad familiar sufrió varios reveses en esa época. Primero, su padre fue llevado por los nyilas para trabajar varios meses en un campo. Si bien volvió al poco tiempo, estaba bastante desmejorado físicamente por el trabajo esclavo. Entonces, Edith se dio cuenta de lo que verdaderamente estaba pasando en la región.

Al mismo tiempo tuvo que abandonar sus sueños debido a su origen. Era parte del equipo de gimnasia de su país y tuvo la oportunidad de participar en los Juegos Olímpicos. Sin embargo, un profesor la quitó del equipo “por su origen”.

Mientras, su hermana Klara logró refugiarse en Budapest, donde había viajado para tomar clases de violín en el conservatorio. Aconsejada por un profesor suyo, evitó caer detenida junto al resto de su familia. Eran síntomas de lo que vendría después.

La prisión

Una noche, los soldados irrumpieron en la vivienda familiar. Detuvieron a todos y los llevaron a una fábrica de ladrillos. De allí fueron transportados, en un lúgubre tren, a un campo de concentración, sin saber qué era o de qué se trataba. 

Cuando llegaron, su padre pensó que iban a trabajar hasta que terminara la guerra, tal como le había pasado antes. Pero no. Era Auschwitz.

Separaron a la familia enseguida. A las mujeres las dividieron en dos filas, quedando la madre de un lado y las hermanas del otro. Su mamá fue enviada de prisa a la cámara de gas por Josef Mengele.

En el libro nos deja un escalofriante episodio: “Magda mira fijamente la chimenea del edificio en el que ha entrado nuestra madre. «El alma nunca muere», dice. Mi hermana encuentra palabras de consuelo, pero yo estoy conmocionada. No siento nada. No puedo pensar en las cosas incomprensibles que están sucediendo, que ya han sucedido”.

“No puedo imaginarme a mi madre consumida por las llamas. No puedo asimilar que ya no está. Y no puedo preguntar por qué. Ni siquiera puedo llorar. Ahora no. Toda mi atención se centra en sobrevivir hasta el minuto siguiente, hasta el aliento siguiente. Sobreviviré si mi hermana está aquí. Sobreviviré pegándome a ella como si fuera su sombra”, continúa.

Hasta que un día el propio Mengele entró a la barraca donde dormían. Quería inspeccionar a las nuevas prisioneras. Sabiendo que bailaba ballet, sus compañeras mandaron al frente a Edith. Interpretó El Danubio azul, primero, y Romeo y Julieta de Chaikovski, después. Dejó sorprendido al asesino de su madre y salvó su propia vida.

Con el correr del tiempo, las fuerzas aliadas acorralaron a los nazis. Tuvieron que desalojar Auschwitz y trasladar a los prisioneros a Alemania. Hasta que en Gunskirchen Lager, Eger fue finalmente liberada por las tropas estadounidenses.

La huida

Luego de la liberación, Edith y Magda pudieron reunirse con Klara en su natal Košice. Su hermana violinista había logrado escapar de la persecución nazi y desde su encuentro, hizo de madre de sus consanguíneas.

No obstante, el cuidado y el amor no fueron suficiente para Edith. La llevaron al médico y le diagnosticaron fiebre tifoidea, neumonía, pleuritis y fractura de espalda. Poco después, también le avisaron que padecía tuberculosis.

En el hospital para enfermos conoció a Béla Eger, hijo de una familia adinerada de Prešov, muy cerca de Košice. Su familia también había sido víctima del Holocausto.

A pesar del trato distante y frío al principio entre ambos, terminaron teniendo una agradable relación. Béla intentaba hacer reír a Edith para ganarse su confianza. A sus 19 años contrajo matrimonio con él en el ayuntamiento de Košice. Era noviembre de 1946 y habían pasado 15 meses desde que se habían encontrado por primera vez.

Edith se quedó embarazada y tuvo a Marianne en 1947. Al ser sionistas, a fines de 1948 la familia empezó a pensar en irse a Israel. En 1949 Béla fue encarcelado y en una maniobra arriesgada, Edith lo ayudó a fugarse de la prisión con Marianne en brazos. Tenían que huir del país, del comunismo.

Mientras Béla resolvía todo para llegar finalmente a Haifa, Edith sintió que debían ir a Norteamérica. Tenían una invitación por parte de Albert, el tío abuelo de Béla que vivía en Chicago. Eso les permitía un acceso más fácil y directo a los Estados Unidos.

Edith le planteó su plan a su marido: iría a América con Marianne. Israel estaba empezando una guerra con los árabes y no era un lugar adecuado para criar a un bebé. En el libro reproduce la conversación que tuvieron:

—”Queridísimo Béla —empezó—, lo que voy a decirte no va a ser fácil de escuchar. No hay manera de suavizarlo. Y no hay forma de que renuncie a lo que voy a decir”.

“Su hermosa frente se arruga”.

—”¿Qué sucede?”.

—”Si te reúnes con Bandi y Marta para ir a Israel mañana tal como planeamos, no te lo reprocharé. No trataré de disuadirte. Pero ya he tomado una decisión. No iré contigo. Me llevo a Marchuka a América”.

La libertad

Finalmente Béla se decidió en el último minuto. Vio como sus amigos Bandi y Marta partieron en tren rumbo a Israel, pero eligió acompañar a su esposa y su hija a Nueva York. Allí estaba Magda, su cuñada.

A pesar de todo, la adaptación al nuevo país no fue fácil. Como la tía Matilda, dueña de la casa donde vivía Magda, no podía acogerlos, terminaron en Baltimore en vez del Bronx. Ahí vivieron con George, el hermano de Béla. Era un vendedor de seguros enojado con su pasado. 

En el libro cuenta con detalle sus primeros tiempos en el continente americano:

“Marianne se sentía cada día mejor en Estados Unidos, pero Béla y yo salíamos adelante con dificultades. Yo seguía siendo víctima de mis propios miedos, los recuerdos de pesadilla, el pánico que bullía justo bajo la superficie. Y me daba miedo el resentimiento de Béla”.

“No tenía que esforzarse por aprender inglés como hacía yo. Él había estado en un internado en Londres durante un tiempo cuando era pequeño y lo hablaba con fluidez. Sin embargo, su tartamudez se acentuaba en Estados Unidos, lo cual parecía una señal de que estaba dolido por la decisión que había tomado”. 

“Su primer trabajo fue en un almacén en el que tenía que levantar pesadas cajas, actividad que sabíamos que era peligrosa para alguien que había padecido tuberculosis. Yo interiorizaba mi sensación de indignidad. Béla luchaba contra ella. Se volvió irascible y volátil”.

Los problemas aumentaron cuando Béla contrajo nuevamente tuberculosis. No obstante, logró recuperarse y caerle bien a los médicos, lo que le sirvió para que le realizaran un test de aptitud. El resultado fue que podía ser director de orquesta o contador. 

Empezó a estudiar para tener un título oficial mientras era ayudante en su antiguo trabajo. La situación económica de la familia al fin mejoró un poco. Edith consiguió un nuevo empleo como secretaria y logró que una compañera suya le enseñara sobre el trabajo. Con esta mejora en sus vidas, fueron a por el segundo hijo. Tuvieron a Audrey en febrero de 1954.

Un nuevo comienzo

Sin embargo, Béla no aprobó el examen que le hubiese dado la licencia de contador, por lo que se desmoralizó. Béla acabó poniéndose en contacto con su primo, Bob Eger, para que le aconsejara. Este los invitó a ir a El Paso, Texas. 

Se trataba de una ciudad fronteriza, por lo que era más fácil que los inmigrantes consiguieran adaptarse. Además, logró que Béla tuviera el mismo trabajo que tenía en Baltimore con el doble de sueldo.

La tranquilidad de la familia duró hasta que nació Johnny, que padecía parálisis cerebral atetoide. Esto afectaba a su control motor.

Al mismo tiempo Eger empezó a enfrentarse a su pasado leyendo un libro de Viktor Frankl, otro superviviente de Auschwitz. Mientras tanto estudiaba psicología.

Y entonces la relación se rompió. Edith señala: “Fue una acumulación de experiencias, no algo de lo que me diera cuenta de repente, lo que me llevó a divorciarme de Béla. Mi decisión tuvo algo que ver con mi madre: lo que había elegido y lo que no le habían permitido escoger”.

Posteriormente, hizo una amistad por correspondencia con Frankl y a los 42 años, obtuvo la licenciatura en Psicología en la Universidad de Texas-El Paso.

Aunque finalmente regresó con Béla y contrajeron matrimonio en 1971. Ahí empezó el proceso de curación.

“La autoaceptación fue para mí la parte más dura de la curación, algo con lo que todavía batallo. El perfeccionismo surgió en mi infancia como una conducta para satisfacer mi necesidad de aprobación. Poco a poco se convirtió en un mecanismo de adaptación para hacer frente a mi sentimiento de culpa por haber sobrevivido”, confiesa.

La curación

Edith en el libro afirma que su amistad con Viktor Frankl y sus relaciones terapéuticas con todos sus pacientes le enseñaron una importante lección: nuestras experiencias dolorosas no son un hándicap, son un regalo. Nos proporcionan perspectiva y sentido, una oportunidad de encontrar nuestro objetivo y nuestra fuerza.

No existe un patrón universal para lograr la curación, pero sí pasos que se pueden aprender y practicar. Pasos que cada individuo puede combinar a su manera, pasos del baile de la libertad.

Una vez curada, Edith empezó a tratar a sus pacientes para que dejaran atrás su victimismo. Lo hizo a través de cuatro preguntas: ¿qué quieres?, ¿quién lo quiere?, ¿qué vas a hacer al respecto? y ¿cuándo?

De todos modos le faltaba cerrar una grieta. Era volver al campo de concentración, donde había vivido un calvario en su adolescencia.

Al final del libro, escribe: “existe la herida y lo que sale de ella. Yo regresé a Auschwitz en busca de la sensación de muerte para poder exorcizarla. Lo que me encontré fue mi verdad interior, la identidad que quería reivindicar, mi fuerza y mi inocencia”.

Notas finales

En este libro conocimos una historia de superación. Edith Eger, a través de su relato, nos cuenta cómo tuvo que huir de su país natal a Estados Unidos. Antes tuvo que ver morir a su madre y trabajar en un campo de concentración. 

Aunque su pasado le dejó marcas imborrables, pudo sobreponerse y comenzar una nueva vida. Terminó la carrera de psicología y aprendió que todo el dolor que había sufrido, sirvió para hacerla más fuerte.

Consejo de 12min

Para escuchar otro relato atroz ocasionado por el régimen nazi, continúa con “Los hornos de Hitler”, de Olga Lengyel.

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¿Quién escribió el libro?

Sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz. Una vez que se radicó en Estados Unidos estudió psicología. Desde entonces es una de las portavoces más importa... (Lea mas)

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